Según un nuevo estudio de la RAISG, la Amazonía podría perder en tan solo cinco años casi la mitad de lo que perdió en las últimas dos décadas.
Para comprender las razones de un futuro tan sombrío, se analizaron las tasas de deforestación de los últimos años, se identificaron las principales amenazas del presente y se señalaron las medidas necesarias para revertir este proceso.
Foto: Vinícius Mendonça/Ibama
En tan solo cinco años, la Amazonía podría tener hasta 23,7 millones de hectáreas deforestadas, un área casi equivalente al territorio de Ecuador. Así lo muestra un estudio publicado por la Red Amazónica de Información Socioambiental Georreferenciada (RAISG) que señala tres posibles escenarios de deforestación entre 2021 y 2025: optimista, moderado y pesimista. En el escenario pesimista, el bosque tropical más grande del mundo podría perder, en un quinquenio, la mitad de lo que perdió en los últimos veinte años (54,2 millones de hectáreas).
“La deforestación afecta principalmente la estabilidad climática y la calidad y cantidad del agua”, señala Tina Oliveira-Miranda, una de las autoras del estudio y Coordinadora de Sistemas de Información Territorial de Wataniba, organización de la sociedad civil de Venezuela. “Está fuertemente ligada a procesos como las quemas. Esto implica un aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero y, obviamente, aumenta las repercusiones en términos climáticos”.
El estudio «Deforestación en la Amazonía al 2025» cubre lo que la RAISG denomina Región Amazónica, que abarca nueve países y aproximadamente 850 millones de hectáreas (8,5 millones de km2), incluida toda la Cuenca Amazónica y tramos de transición con otros biomas como los Andes, el Cerrado, el Chaco y el Pantanal.
Los resultados muestran que factores de cambio y uso de la tierra como la actividad agropecuaria y la expansión de la infraestructura vial siguen ejerciendo una gran presión sobre el bosque y sus pueblos. Actividades como la minería ilegal de oro, el cultivo de coca, y el tráfico de drogas y armas agravan la situación y ponen en riesgo a quienes protegen la selva.
Con metodologías y algoritmos especializados procesados en la plataforma Google Earth Engine, la investigación también detectó un total de 23,7 millones de hectáreas (237 mil km2) de bosque con accesibilidad y condiciones territoriales que lo hacen vulnerable a su destrucción, o sea, donde la probabilidad de deforestación es mayor que cero. Esta superficie equivale a la suma de la deforestación en la Amazonía ocurrida entre 2001 y 2020, las dos décadas analizadas por expertos de seis países amazónicos que contribuyeron al estudio.
54,2 millones de hectáreas perdidas en 20 años
La Amazonía alberga el 30% de la biodiversidad del planeta, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Constantemente se descubren nuevas especies de plantas y animales. Sin embargo, la destrucción acelerada del bioma puede llevar a la extinción de especies que ni siquiera han sido descubiertas o estudiadas por la ciencia.
Teniendo en cuenta los datos recopilados por el estudio de la RAISG, es muy posible que esto ya haya sucedido. Entre 2001 y 2020, la Amazonía perdió más de 54,2 millones de hectáreas, o casi el 9% de sus bosques, lo que corresponde al tamaño de Francia. La Amazonía de Brasil, que corresponde al 62% del total de la Región Amazónica, fue la más afectada, seguida de Bolivia, Perú y Colombia.
El año con la cifra más alta fue 2003, con casi 5 millones de hectáreas de bosques talados. Las políticas de combate a la deforestación en Brasil hicieron que estas tasas regionales bajaran en los años siguientes, pero a partir de 2019 se observa una nueva curva ascendente en las tasas de deforestación, impulsada en gran medida por el gobierno de Brasil y sus políticas impulsoras de la deforestación y de debilitamiento de los organismos de fiscalización ambiental.
En 2020, el total de bosques talados vuelve a acercarse a la media anual de las últimas dos décadas, que es de 2,7 millones de hectáreas.
Los motores de la deforestación
Según el atlas “Amazonía Bajo Presión”, publicado por la RAISG en 2020, el 66% de la Amazonía está sujeta a algún tipo de presión que genera deforestación o degradación. La más importante es la actividad agropecuaria, que representó el 84% de la deforestación en las dos primeras décadas del siglo.
La RAISG destaca el papel crucial de la infraestructura como impulsora de la deforestación: no por casualidad, la pérdida de vegetación está directamente relacionada con las diversas vías de acceso que atraviesan el bosque, ya sean carreteras, ríos o pistas de aterrizaje.
“La infraestructura, especialmente las carreteras, seguirá siendo uno de los principales impulsores de la deforestación”, señala Paulo Moutinho, investigador del Instituto de Investigaciones Ambientales de la Amazonía (IPAM, por su sigla en portugués). “Si tomamos la historia de la deforestación, más del 70% de la tala se dio a lo largo de una franja de 50 km a cada lado de las carreteras, especialmente de las vías pavimentadas”.
La RAISG estima que más de la mitad de la Amazonía se ve afectada de alguna manera por la infraestructura vial de la región. Además de incentivar la ocupación desordenada del territorio y ejercer aún más presión sobre los Territorios Indígenas (TI) y las Áreas Naturales Protegidas (ANP), los caminos favorecen el flujo de mercancías, como madera y minerales.