Contrario a lo que los científicos esperaban, en febrero han disminuido los puntos de calor en la Amazonia en más de un 90 % frente a 2023. Sin embargo, la posibilidad de una emergencia en temporadas secas como esta sigue siendo una gran preocupación. ¿Cómo evitarlos?

La sequía a principio de año coincide con la mayor cantidad de puntos de calor en la Amazonia.

Luego de que la grave situación que hubo por incendios en varios páramos del país, en municipios de Boyacá o en los cerros orientales de Bogotá, el gobierno anunció un plan para evitar que se desatara una emergencia peor: la que le espera a la Amazonia, donde además del fenómeno de El Niño, hay temporada seca los primeros tres meses del año.

El gobierno, como se sabe, acordó articularse con ocho países de la región por si la situación se llega a salir de control. “Vamos a articular, después de los llamados de los presidentes Gustavo Petro y Luiz Inácio Lula, las capacidades de los ocho países en caso de que tengamos una situación de emergencia en la Amazonia. Esto sin negar que tenemos incendios y puntos de calor en esta región”, afirmó la ministra Susana Muhamad. También señaló que se adelantó una coordinación con el Ejército para “atender y proteger la Amazonia”.

Sin embargo, algo muy particular está sucediendo y que no estaba previsto por quienes estudian esta región: hay una disminución de los puntos de calor en comparación con inicios del mismo mes en 2023, cuando no había El Niño. ¿Por qué?

Un febrero atípico

Hay que empezar por entender que un punto de calor “no necesariamente nos dice que hay un incendio, pero sí nos permite tener la alerta de que hay un cambio de temperatura y dependiendo de unas características muy específicas, por ejemplo, la densidad de los puntos y la distancia entre ellos, permite identificar si corresponde o no a un incendio. Si pasa un umbral, se genera un punto de alerta”, explica Jorge Arias, Investigador del Programa Modelos de Funcionamiento y Sostenibilidad del Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas (Sinchi).

En el caso de la Amazonia, añade Uriel Murcia, Coordinador del Programa de investigación del Sinchi, “hay una altísima correlación entre puntos de calor, incendios y estado del tiempo (clima)”. De hecho, estos tres meses son en los que se presenta “la mayor cantidad de puntos de calor y la mayor cantidad de cicatrices de quema; el resto del año son bajas”, señala Murcia.

El Sinchi cuenta con un Sistema de Información Ambiental Territorial de la Amazonia Colombiana (Siatac) con el que, gracias a los datos de los servicios de la NASA, realizan un conteo diario de puntos de calor en la región, ubicados por municipios y departamentos. De acuerdo con el Siatac, mientras que en enero aumentaron los puntos de calor en más de un 40 % con relación al mismo mes el año pasado, en lo que va de febrero estos han disminuido en aproximadamente un 94 % frente a 2023.

Esa disminución está relacionada con algo muy atípico en estos primeros días del mes en la Amazonia Norte: ha llovido. “Es atípico, el mes más seco es febrero y si vemos los reportes de puntos de calor descendieron drásticamente al comparar con el año pasado. En realidad se está comportando diferente a todos los febreros”. Para Murcia no hay que ignorar que esta situación atípica se da mientras que, a diferencia de otros años, “estamos atravesando una anomalía climática, El Niño”.

¿Por qué habría una disminución de esa magnitud mientras la región atraviesa temporada seca y Fenómeno de El Niño? Por ahora hay algunas respuestas que apuntan a una misma explicación: el cambio climático.

Según la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA, por su sigla en inglés) de Estados Unidos, El Niño actual es “uno de los más fuertes” que se ha presentado en la región. Cuando esto pasa suelen disminuir las precipitaciones en la Amazonia. De hecho, desde 2023 los científicos estimaban que El Niño intensificaría la sequía, especialmente en Brasil.

Sin embargo, considerando que se trata de “uno de los más fuertes”, la NOAA, basándose en análisis de observaciones meteorológicas y modelos climáticos del World Weather Attribution, señaló esta semana en un comunicado que más que El Niño, es el cambio climático lo que ha intensificado la sequía. Y para Federico Mosquera-Guerra, del Grupo de Investigación y Docencia en Ecología del Paisaje y Modelación de Ecosistemas (Ecolmod) de la Universidad Nacional, esto también explicaría las atípicas lluvias de febrero en la Amazonia colombiana. Para el investigador se trata de una “anormalidad que mitiga los efectos de El Niño”.

Aunque estas son apenas las primeras variables que se evidencian del efecto de El Niño en la región, el biólogo Germán Mejía, investigador de la ONG Amazon Conservation Team (ACT), agrega que habría que considerar qué ocurrirá en la Amazonia brasileña hacia mitad de año y principios del segundo semestre, que es cuando allí se presenta la temporada seca.

Lo ideal, señala el biólogo, “sería que la Amazonia tuviera una buena red de información que pueda usarse para todas las épocas del año”. Esto además sería clave para tener información más oportuna sobre el balance de conectividad entre los Andes y la Amazonia, añade Mosquera-Guerra, quien es Ph. D. en Ciencias Biológicas.

Pese a las anomalías en estos primeros días de febrero, los expertos insisten en la necesidad de fortalecer los sistemas de información y monitoreo desde una perspectiva regional, especialmente, para lo que respecta a los incendios. Desde el Sinchi resaltan una iniciativa que se viene desarrollado para la gestión integral de manejos del fuego, impulsada por la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA), en la que los países de esta región, así como diferentes institutos científicos, aportan datos.

La iniciativa, explica Arias, busca consolidar no solamente la gestión de un monitoreo de carácter regional, también incluye diversas variables, como estado de la biodiversidad y las coberturas, daños a los ecosistemas, y una que considera clave: la prevención y educación asociadas “al manejo alternativo del suelo, más allá de la renovación de las pasturas que se hace utilizando las quemas”.

Alternativas para prevenir los incendios

Según el Monitoring of the Andean Amazon Project, más del 70 % de la pérdida de bosques de toda la Amazonia se debe al efecto combinado entre la deforestación y la quema. Y aunque los expertos coinciden en que la deforestación en Colombia se puede contrarrestar, reduciendo la especulación de tierras y actualizando el catastro en la región, así como garantizando la gobernanza en áreas protegidas y resguardos indígenas, no es lo único en lo que hay que sumar esfuerzos para prevenir incendios en temporada seca.

Álvaro Acevedo, Ph. D. en Agroecología y profesor de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional, añade que las quemas en la Amazonia “hacen parte de un sistema milenario que se llama agricultura de tumba, roce y quema. Los agricultores históricamente han tenido estrategias para controlar esas quemas que siempre se dan en periodo seco y que se han hecho en todas las zonas tropicales del mundo”. Las chagras de las comunidades indígenas, por ejemplo, funcionan bajo ese sistema y cuentan con estrategias basadas en sus conocimientos del bosque para evitar que el fuego se salga de control.

Según explica José Luis Quiroga, director de Ordenamiento Social de la Propiedad Rural y Uso Productivo del Suelo del Ministerio de Agricultura, es excepcional que estas quemas se salgan de control. Sin embargo, en el marco del fenómeno de El Niño, el Minambiente emitió una resolución para que se restrinjan las quemas abiertas controladas en actividades agrícolas y para que las autoridades ambientales lo comuniquen a través de diferentes canales. Además, prohibieron las quemas a cielo abierto y de basura. Por su parte, el Minagricultura implementó un Puesto de Mando Unificado para monitorear los efectos de El Niño en el sector.

Aunque para Quiroga queda una gran pregunta: ¿Cómo evitar que estas medidas afecten la economía o la alimentación de las familias, en caso de que deban prolongarse? Para Mejía, una solución es que el gobierno haga pedagogía para evitar que el fuego se disperse. De hecho, advierte que hay un vacío grande “de educación en ese sentido, más para estas épocas”.

Pero, más allá de esa medida, Acevedo es enfático en que el hecho de que sea una práctica tradicional “no significa que sea una buena práctica. Tiene efectos nocivos sobre el suelo”, por lo que termina afectando la agricultura, pues al quemarse la biomasa y así reducir su materia orgánica, se vuelven suelos que permanecen húmedos menos tiempo a lo largo del año.

Una propuesta diferente para la agricultura, desde una perspectiva agroecológica, sería un sistema que se denomina “tumba y pudre”. Consiste en que los agricultores, en vez de quemar tras una tumba para siembra, “dejen esa cantidad de biomasa sobre la superficie en un periodo en el que pueda descomponerse y así la materia orgánica se incorpora al suelo”, continúa Acevedo. Eso, además, ayudaría a disminuir los riesgos de que las quemas se salgan de control y a que los suelos conserven mayor materia orgánica. Después de todo, dice el investigador, es el carbono que se “guarda” en el suelo “el que más contribuye a mitigar el cambio climático”.

Sin embargo, en Colombia por ahora no hay legislación sobre el uso del fuego ni restricciones a las quemas, algo que han pedido expertos desde hace varios años. Esa ausencia representa, a los ojos de Acevedo, un mayor riesgo para la Amazonia porque “allí todo el manejo de la selva está relacionado con la quema”.

*Este artículo es publicado gracias a una alianza entre El Espectador e InfoAmazonia, con el apoyo de Amazon Conservation Team.

No hay comentarios aún. Deje un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.