Aunque no suele tener tanto protagonismo como otras zonas protegidas, el Parque Alto Fragua Indi Wasi es un territorio esencial en la Amazonia colombiana. Sin embargo, hoy enfrenta algunas tensiones. El Espectador viajó hasta allí para escuchar a quienes hace dos décadas convirtieron ese lugar en el primer Parque Nacional Natural comanejado entre indígenas y el Gobierno.
¿Le cuento en español o le cuento en lengua?, pregunta entre risas Eudosia Jacanamijoy, hija de Apolinar Jacanamijoy, el inga que hace más de cuarenta años llegó hasta lo más desconocido de lo que hoy es el Parque Alto Fragua Indi Wasi, sobre la cordillera Oriental, a unas horas de Florencia.
Indi Wasi fue el primer parque nacional natural de Colombia creado en beneficio de una conservación biocultural, para la que se tuvo en cuenta no solo el valor de la biodiversidad del territorio, sino su importancia ancestral para el pueblo inga. Las más de 70.000 hectáreas que lo conforman fueron establecidas como un parque en 2002. Desde los años 90, varias organizaciones, incluyendo la ONG Amazon Conservation Team, apoyaron este proceso que los ingas venían adelantado desde hacía décadas.
Son las 11 de la mañana de un día de febrero en el resguardo indígena Inga Yurayaco, en el municipio de San José de Fragua, donde viven más de once mil personas. Los ingas se reúnen para conmemorar las dos décadas de creación de esta área. Eudosia viste de negro. Su torso está adornado por collares de colores que parece que nacen en la parte posterior de su cuello. De sus orejas cuelgan aretes que son hojas. Carga una pequeña mochila blanca. Camina ayudándose de dos bastones y sabe muy bien cuándo fue que empezó a enfermarse de la cintura. Tiene noventa años.
Su padre, Apolinar Jacanamijoy, trabajaba para la orden de los capuchinos. Caminaba de Mocoa a Florencia y de Florencia a Mocoa llevando y trayéndoles cartas, por allá —cuenta Eudosia—, en los años en que Florencia eran tres casas. Pasaba entre quince días y un mes caminando, durmiendo en el monte y protegiéndose de los jaguares: en ese tiempo sí había fieras bravas, agrega. Al terminar esas jornadas, Jacanamijoy armaba un cambuche con hojas en los árboles y debajo hacía una hoguera. En la mañana, cuando se alistaba para seguir, encontraba alrededor del árbol las pisadas de algún jaguar. Hoy, los ingas ya no saben cuántos jaguares puede llegar a haber en el Caquetá, porque otros los han cazado o porque ya no se acercan por el mismo miedo a la cacería.
Jacanamijoy pasó muchos años haciendo mandados para los capuchinos hasta que, dice su hija, se aburrió de tanta esclavitud. Los curas lo obligaron a casarse con la madre de Eudosia, con quien tuvo once hijos, de los que quedan dos mujeres. Cuando se casó, se fue a vivir cerca de donde queda la gran Piedra del taita Apolinar, nombrada así en su honor, no muy lejos del resguardo Yurayaco. Primero se establecieron a una hora de la piedra; luego, junto a ella. Ahí hay un árbol de totumos que no se ha secado: eso debe ser por nuestros ombligos, dice Eudosia, refiriéndose a las placentas de ella y sus hermanos que fueron sembradas ahí.
Apolinar Jacanamijoy, junto a otros mayores de la comunidad como Álvaro Mutumbajoy y Asael Delgado, recorrió a pie, por años, más de setenta mil hectáreas de selva, que colindan con los resguardos actuales de El Portal, Las Brisas, San Antonio del Fragua, San Miguel, Buenos Aires, La Leona y San Miguel. Álvaro Mutumbajoy recuerda que en tomas de ambiwaska (yagé), los taitas o médicos tradicionales decían: “Nos toca cuidar esto -Y nosotros preguntábamos por qué- Porque si no cogemos estas tierras hacia arriba, nos quedamos sin agua, sin pesca, sin nada, porque los hermanos colonos están subiendo mucho, están quemando, están haciendo ganadería”.
Lo que hacían era tomar el remedio para irse protegidos monte adentro. Se protegían no precisamente de los animales, sino de guerrillas, paramilitares y ejército. También tomaban la medicina para conocer los caminos de cada nuevo recorrido, las plantas que encontrarían —como la misma ambiwaska— y las que tendrían que sembrar. Se iban por semanas o meses y regresaban para tomar más ambiwaska. El remedio, añade Eudosia, sirve para mirar para adentro, así como al mirarse en el espejo usted se está mirando cosas, se conoce mejor.
“Los taitas nos enseñaron a soñar, como dice la palabra, a cagar y vomitar para limpiar el cuerpo y ver qué era lo que queríamos”, agrega Asael Delgado. “El sueño de nosotros era un gran resguardo. Caminamos por el San Pedro arriba, por la vía de San José del Fragua, por el Fragüita arriba, poniéndoles apodos a los caños dependiendo de lo que encontrábamos, por el Fragua grande arriba también, por el Zabaleta arriba. Nos tocó hacerles monitoreo a los ríos, porque el agua se estaba acabando por la deforestación. Y resulta que no hubo una ley que nos ayudara a decir que esa área fuera netamente de nosotros. ¿Qué nos tocó hacer? Un convenio entre autoridades, entre la Mesa mayor y el Gobierno Nacional”.
El futuro está atrás
En Alto Fragua Indi Wasi nacen los ríos Pescado, Bodoquero, Yurayaco, Luna, Fragua, Sarabando y Fragüita, entre otros, que desembocan en el río Caquetá. Cada vez que regresaban de un monitoreo, los ingas del departamento se reunían y establecían las zonas que había que proteger especialmente y las necesidades que tenían para ello. Sabían que el mismo remedio los guiaba para encontrar dónde crecía la planta y por dónde andaban algunos de sus animales sagrados, como el jaguar. Varias de las tomas de remedio las hicieron junto a la enorme piedra, en donde, algunos dicen, había un lago que se secó tras la muerte de Apolinar Jacanamijoy, en 1981. Actualmente, aquella piedra de 28 metros de alto está en medio de una propiedad privada destinada a la ganadería. Eudosia ya no puede acercarse a esa inmensidad rocosa que denomina como su cuna y que resultó siendo, también, cuna del Alto Fragua Indi Wasi.
Para los ingas el futuro está atrás: cuidando el territorio garantizan la vida de los que aún no han nacido. La historia de la familia de Eudosia no fue muy diferente a la de su padre y los demás ingas que recorrieron el monte: la guerra también estuvo de por medio. Eudosia tuvo tres hijos y dos murieron por irse con alguna guerrilla. Yo les decía que eso no me convencía, recuerda, pero no me hicieron caso y uno de ellos venía a la casa y me decía que no hallaba qué hacer, yo le dije que ya era tarde, pero se voló y lo persiguieron hasta que lo pillaron y lo mataron en Villa Garzón. El otro hermano se quedó en un bombardeo en la bocana de Yurayaco, o eso me dijeron, comenta Eudosia, yo sigo sin ver, pero sí creo que está muerto.
El otro hermano se quedó en un bombardeo en la bocana de Yurayaco, o eso me dijeron, comenta Eudosia, yo sigo sin ver, pero sí creo que está muerto.
El otro hijo se escapó del país y hace décadas que Eudosia no lo ve, aunque se mantienen comunicados. De ahí pa’ acá es que me enfermé, comenta. Luego de quedarse sin sus hijos y de que su esposo muriera ahogado en el río Caquetá, abandonó su casa y se fue al resguardo en Yurayaco. Todavía tiene presentes los años en los que las balas iban de un lado a otro entre los ejércitos y su comunidad quedaba en el medio.
Waira Jacanamijoy Mutumbajoy, sobrina de Eudosia y coordinadora de educación y cultura del pueblo inga, menciona que en los recorridos previos a la creación del parque, los ingas pasaban en medio de retenes de paramilitares, de guerrilla y del ejército, en los que buscaban gente con el mismo apellido de ellos; a veces les tocaba resguardarse en huecos, zanjas e incluso colchones para protegerse de bombardeos. A esos recorridos siempre iba algún médico tradicional y nosotras, las mujeres, nos quedábamos rogando a Dios que no les pasara nada, recuerda Eudosia.
Cuando las autoridades indígenas y el Gobierno estaban concertando la creación de un área de comanejo, en una toma de ambiwaska los ingas supieron el nombre que debía llevar el parque: Indi Wasi, que traduce la Casa del Sol, para que ningún grupo armado supiera que se trataba de un parque nacional ni de nada relacionado con presencia del Estado.
“El tema de la medicina y las plantas tradicionales está muy relacionado con toda la cosmovisión que tienen el pueblo inga y otros pueblos de pie de monte —relacionados con el yagé— con el rol que tiene el médico tradicional o el taita, quien es el que da la medicina. La medicina es un concepto mucho más amplio que tiene que ver con que el territorio en general esté bien, que el agua fluya, que haya una relación equilibrada con los árboles y los animales”, comenta Carolina Gil, directora del programa Noroeste de Amazon Conservation Team, y añade algo crucial para entender las claves de la creación de este parque: “Ahí hay una relación que tiene elementos tangibles e intangibles que hacen o definen no solamente las prácticas tradicionales y medicinales, sino la pervivencia de un pueblo”.
Han pasado veinte años desde que se creó Indi Wasi. Waira Jacanamijoy dice que francamente no sabe si “generamos un proceso para que lo gobiernen o para que lo gobernemos juntos”, refiriéndose a que durante estas dos décadas ha habido momentos de distanciamiento entre el pueblo inga y Parques Nacionales Naturalespor falta de entendimiento, por ejemplo, como que después de haber tenido varias discusiones para la creación del área, los ingas entienden que en el territorio hay espacios espirituales, mientras que “el código que regula los parques dice que se reconocen los traslapes físicos, pero no espirituales”. Por su parte, Angélica Carvajal, jefa de área protegida del Parque, afirma que cada año se hace un plan de trabajo junto a la comunidad, siguiendo el plan de formación intercultural que se estableció desde la creación del parque para “construir los insumos y herramientas para incorporar los códigos culturales del pueblo inga al plan de manejo. El propósito principal es la conservación del área protegida”.
Y aunque Waira celebra que el área esté protegida para la conservación del ecosistema, se pregunta por la sostenibilidad de los ingas, pues hasta ahora no han llegado a acuerdos con Parques sobre el uso físico de este ecosistema para el pueblo inga. Para ella el comanejo del parque también se tiene que ver reflejado en la igualdad de condiciones y participación en él, como la posibilidad de “traer proyectos, crear programas, crear capacidades. Hoy en día es una interrogante qué hacemos para que los cultivos de nuestras comunidades tengan un valor que compense con la inversión de la mano de obra, con lo que vale en el tiempo del mantenimiento”.
En 2007, Parques Nacionales Naturales inició un proceso de caracterización socioeconómica para identificar las condiciones en las que viven las familias de la zona, incluso aquellas que ya estaban en el área protegida desde antes de su conformación . “Esto permitió que en 2016 se suscribieran acuerdos de restauración ecológica con alrededor de 190 familias campesinas”, añade Carvajal.
Waira insiste en que la falta de apoyo a las actividades del pueblo inga genera que los jóvenes indígenas “estén yéndose a ser raspachines. Las comunidades no tienen en este momento proyectos de sostenibilidad que las sustenten. Sí se han hecho ejercicios, pero se ha fracasado, no sabemos por qué”. Y mientras en Alto Fragua Indi Wasi no hay más de diez guardaparques y ningún inga hace parte de la nómina del Parque, allá hay gente que se está pasando los linderos, está cazando y deforestando: termina de contar Eudosia.
Allá hay gente que se está pasando los linderos, está cazando y deforestando.
Eudosia Jacanamijoy
*Este artículo es publicado gracias a una alianza entre El Espectador e InfoAmazonia, con el apoyo de Amazon Conservation Team.