Uno de los complejos de arte rupestre mejor conservados de Colombia está en la Serranía de La Lindosa, en Guaviare. Sin embargo, aún no se sabe con precisión cuándo se hicieron las pinturas. Parece que esa historia puede cambiar.

La Serranía de La Lindosa, en Guaviare, es uno de los lugares con mayor arte rupestre en Colombia. Cualquier persona que lo visita queda maravillada con lo que hay en esta zona amazónica. Aún, sin embargo, existen muchas preguntas por resolver sobre las poblaciones que habitaron esa región. ¿Quiénes hicieron ese completo de pinturas? ¿Dónde vivieron? ¿Qué comieron? ¿Cómo manejaban la selva, las plantas y los animales?

Las preguntas las hace el arqueólogo Gaspar Morcote-Ríos, profesor de la Universidad Nacional. Él es parte de un grupo de investigadores que por cerca de ocho años ha tratado de comprender mejor a quienes realizaron ese arte rupestre. En compañía de otros arqueólogos y arqueobotánicos, entre ellos José Iriarte, de la Universidad de Exeter, en Reino Unido, y Francisco Javier Aceituno, de la Universidad de Antioquia, están tratando de resolver esos interrogantes. LASTJOURNEY es como llamaron a este proyecto interdisciplinario.

Como cuenta Morcote-Ríos, esta zona del Guaviare había sido habitada por grupos humanos desde hace 12.600 años. Fueron poblaciones que empezaron a registrar su historia con estas pinturas y que permanecieron en el lugar durante mucho tiempo. Aunque no se sabe con precisión cuándo plasmaron aquel arte en las rocas, gracias a ese esfuerzo, poco a poco, los investigadores han atado cabos y encontrado pistas para poder reescribir una historia, dice Paloma Leguizamón, antropóloga, arqueóloga y ex funcionaria del Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH).

De lo que sí tienen certeza los investigadores es del material que compone las pinturas. Gracias a estudios arqueométricos, añade Leguizamón, y de análisis químico de las muestras, hoy saben que están hechas de óxidos de hierro que usualmente se extraen del suelo. “En la Lindosa la tierra es rojiza. Creemos que de ahí o de las rocas las personas pudieron extraer estos minerales, los procesaron y los aplicaron en los paneles”, explica.

Las investigaciones de este complejo de arte rupestre también han arrojado que era una práctica muy especializada. Los pobladores elegían los lugares de manera precisa. “No era arbitrario”, expresa Leguizamón. “No todas las rocas son igual de aptas para las pinturas, entonces había lugares de preferencia para realizarlas. También, definitivamente, están muy bien hechas. Ellos sabían hacer los pigmentos y dónde usarlos, porque esto es muy antiguo y todavía lo vemos cientos o miles de años después”.

Hay otra cosa que ha llamado la atención de los investigadores: en los paneles de arte rupestre de la Lindosa hay capas superpuestas, es decir una encima de otra, lo que indica que “muchísima gente debió haber participado de ese proceso de pintar los paneles y seguramente durante tiempos muy largos”, dice Leguizamón.

Pero, ¿qué retrataron los ancestros de San José del Guaviare? Es imposible saberlo completamente, aunque hay varias corrientes de interpretación. En particular, en el panel de Cerro Azul, el más reconocido, se encuentran figuras un poco más “realistas” en comparación con otras. Hay animales similares a venados, tortugas o murciélagos. Pero, en todo caso, Leguizamón asegura que “en donde alguien ve una vaca, otra persona puede ver un chigüiro, por lo que sigue siendo subjetivo. Eso sí, estamos seguros de que hay mucha naturaleza pintada”.

Morcote concuerda en que, al parecer, las comunidades representaban lo que había en su entorno. De hecho, en las investigaciones de su equipo hallaron huesos de animales en los yacimientos arqueológicos cercanos. Eso les permitió identificar las especies que consumían los grupos humanos asociados a las pinturas rupestres.

Pinturas rupestres en la finca La Florida, donde vive Jose Noé Rojas, en la vereda Cerro Azul de San José del Guaviare.
Pinturas rupestres en la finca La Florida, donde vive Jose Noé Rojas, en la vereda Cerro Azul de San José del Guaviare. Credit: Catalina Sanabria Credit: Catalina Sanabria

Una duda clave

Una de las preguntas que aún no han podido resolver los investigadores tiene que ver con la edad de las pinturas. A diferencia de los rastros de objetos antiguos que, al contener materia orgánica, se pueden analizar para estimar una fecha, las pinturas están compuestas por metales, que son inorgánicos. Sin embargo, parece que se está abriendo una posibilidad que puede ayudar a despejar las dudas.

En septiembre, en el Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica (EIAA) que se llevó a cabo, por primera vez, en Colombia, presentaron un método basado en el arqueomagnetismo, que está pensado para aplicarse a objetos inorgánicos. Con él algunos arqueólogos, incluida Leguizamón, están estudiando las pinturas no solo de la Lindosa, sino también del Parque Nacional Natural Serranía de Chiribiquete.

Leguizamón explica que el trabajo consiste en elaborar algo similar a unas líneas del tiempo en las que se observa cómo ha cambiado el campo magnético del planeta durante miles de años. Es un proceso que toma tiempo. “Un científico de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) está construyendo esa línea para esta zona del mundo, porque, además, varía dependiendo de la ubicación”, dice la antropóloga.

En una segunda etapa del estudio, se analizan los minerales que componen la pintura, que pueden variar y se mueven en relación con el campo magnético del planeta. Entonces, explica Leguizamón, se toma la muestra y luego se compara con esa línea de tiempo. Como el óxido de hierro debía comportarse igual que el campo magnético de la Tierra cuando se hicieron las pinturas, buscan el momento en el que ambos factores coinciden.

Esta técnica aún se encuentra en una fase de prueba y enfrenta algunos retos. Por ejemplo, al haber varias capas superpuestas, puede que se logre determinar la antigüedad de una de ellas, pero eso no significa que todo el panel tenga la misma edad. Para hacer un estudio riguroso, dice la arqueóloga, es necesario tomar muchas muestras estratégicas. Por el momento, los investigadores ya obtuvieron un resultado preliminar en Chiribiquete. “Esperamos que a mediano plazo se pueda tener la información”, expresa Leguizamón.

Comunidades, esenciales en la ciencia

En San José del Guaviare, durante el congreso de arqueología amazónica, los participantes del evento pudieron visitar tres veredas en donde se encuentran paneles con arte rupestre: Raudal del Guayabero, Nuevo Tolima y Cerro Azul. En esta última vive, desde hace más de 20 años, José Noé Rojas, que presta servicios de alojamiento y de comida.

“Mi labor ha sido protegerlas porque antes, en aquel sitio, la gente iba a hacer el ‘paseo de olla’ y se llenaban de humo las paredes. Con el carbón escribían cosas en ellas e, incluso, algunos arrancaban con cincel y martillo partes de las pinturas para llevárselas”, afirma Rojas. Pero con el tiempo, las comunidades han transformado su visión sobre el territorio y se han organizado para cuidarlo y aprender sobre arqueología.

Natalia Lozada, antropóloga con un doctorado en Arqueología, profesora del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de los Andes y otra de las organizadoras del EIAA, cuenta que los habitantes de las veredas tienen a su alcance información de las más recientes investigaciones sobre las pinturas rupestres, para que puedan hablar con propiedad sobre el tema.

Con el apoyo del ICANH, algunos de los residentes se han formado para ser guías turísticos. “De hecho, ellos también participaron en un foro del EIAA en el que nos compartieron sus experiencias de manejo de estos sitios arqueológicos. En los últimos días del encuentro, nos llevaron allá y guiaron a los arqueólogos que venían de otros países”, menciona la profesora.

En las veredas del municipio se han impulsado otros servicios como alojamiento y transporte para quienes estén interesados en conocer la región. Durante los últimos cinco años, la comunidad ha definido el rol de cada persona, los turnos de jornada y los costos de los servicios. “Nuestro trabajo, desde el ICANH, era proteger los sitios arqueológicos, pero, a la vez, apoyar esos procesos comunitarios, ya que todos teníamos el mismo objetivo: conservar”, añade Leguizamón.

Morcote y Lozada señalan que esto, además, representa una alternativa para las comunidades en esta región que ha sido tan golpeada por el conflicto. “La gente de Guaviare, especialmente de San José, ha estado inmersa en la violencia por décadas”, subraya el profesor de la Universidad Nacional. “Esta es una oportunidad para que ellos se incorporen a otras dinámicas, como es el ecoturismo o el turismo con fines arqueológicos. Las comunidades también tienen muchas cosas por enseñarnos. Gracias a los vínculos que se han generado acá, también hemos crecido como académicos”.


*Este artículo es publicado gracias a una alianza entre El Espectador e InfoAmazonia, con el apoyo de Amazon Conservation Team.

Sobre el autor
Foto del avatar

Catalina Sanabria

Reportera de Amazonia y asuntos ambientales para El Espectador de Colombia e InfoAmazonia. Periodista con interés en temas de género, medio ambiente y construcción de paz. Ha colaborado en medios como...

No hay comentarios aún. Deje un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.