Aunque la deforestación disminuyó en la Amazonia brasileña y colombiana en 2023, un reciente estudio encontró que los incendios forestales se incrementaron en más del 150 %. ¿Qué consecuencias puede tener esta situación en una región clave para enfrentar la pérdida de biodiversidad y el cambio climático?
En 2023 hubo una buena noticia para la Amazonia: la deforestación disminuyó un 22 % en Brasil -el país con más territorio de esta región; en el caso de Colombia, esa disminución estuvo entre el 25 y 35 %. Pero pese a esta disminución, un reciente estudio, publicado en la revista Global Change Biology y realizado por investigadores del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales, la Universidad Estatal de São Paulo y el Centro Nacional de Monitoreo y Alerta Temprana de Desastres Naturales (Brasil), la Universidad de East Anglia (Reino Unido) y la Universidad del Sur de Alabama (EE. UU.), revela que los incendios forestales en bosques antiguos (o primarios) aumentaron en más del 150 %.
Los investigadores analizaron datos satelitales y evidenciaron que, al disminuir la deforestación, lo que causó el incremento de incendios fue la sequía que hubo en la región en el segundo semestre del año pasado. En 2023 se identificaron 34.012 incendios en Brasil, frente a 13.477 en 2022.
Desde 2010 no se presentaba una sequía de tales dimensiones. Unos 30 millones de personas de los países que conforman la cuenca del Amazonas se vieron afectadas por abastecimiento de agua, además de que varias poblaciones quedaron aisladas.
En Colombia, resguardos y comunidades circundantes a Puerto Nariño quedaron sin agua por la falta de lluvias, y con niveles tan bajos de los ríos no era fácil salir a abastecerse. En Brasil, más de 500.000 personas del estado del Amazonas se vieron afectadas por desabastecimiento de alimentos, agua y combustible.
Por otro lado, una de las noticias que más generaron impacto fue la mortalidad de más de 100 delfines en el lago Tefé, Brasil. Los científicos que adelantaron los análisis para saber la posible causa de esa situación no encontraron nada en particular, aunque el aumento de la temperatura del agua llamó su atención: hubo días en los que se registraron hasta 39 °C, mientras el promedio para la época del año era de 31 a 32 °C.
De acuerdo con el estudio, actualmente las poblaciones de la Amazonia “están sufriendo las consecuencias directas y múltiples de la sequía, que incluye el aumento de los incendios forestales (…). Es probable que los impactos en los territorios y recursos forestales persistan mucho después de que los incendios se extingan”, con consecuencias tanto para zonas urbanas como rurales de la región. Solo en octubre del año pasado, Manaos registró como la segunda ciudad en el mundo con peor calidad del aire.
Incendios forestales, en un incremento del 152 %
Aunque la deforestación es una de las amenazas más visibles a la Amazonia, y una de las que más se generan datos, en el artículo de Global Change Biology los investigadores advierten otra amenaza menos visible: la degradación. “Los incendios contribuyen a la creciente extensión de bosques degradados”, explican en el estudio.
La degradación implica, en resumen, que un bosque sigue existiendo, pero ya no funciona bien, como una versión reducida de lo que era. Por ejemplo, no proporciona igual el alimento a fauna silvestre o se afecta la filtración del aire que se respira. Según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), es un problema aún más grave que la deforestación y “cerca del 47 % de los bosques del mundo enfrenta un alto riesgo de deforestación o degradación para 2030”.
Generalmente, la presencia de fuego en la Amazonia se asocia con la deforestación, porque sirve para retirar escombros después de la tala y, para el caso de la ganadería, volver a sembrar pasto. Sin embargo, los incendios asociados a la deforestación no son los únicos que hay en la región.
La investigación encontró, además, que los incendios en bosques primarios en 2023 alcanzaron un aumento del 152 % frente a 2022. Para los autores, estos son un “motivo de preocupación”, porque son los principales impulsores de la degradación, teniendo en cuenta que “la flora y la fauna amazónicas son sensibles al fuego y no han evolucionado con este”.
La capacidad que tienen los bosques amazónicos de crear un microclima húmedo es su principal protección contra los incendios. Ese microclima se da bajo el dosel arbóreo (en palabras simples, bajo la copa de los árboles), y puede contener y reciclar la humedad dentro del ecosistema. No obstante, las sequías prolongadas, como la de 2010, disminuyen esta capacidad; además, como en una suerte de círculo vicioso, la fragmentación de los bosques incide en el aumento de los incendios forestales.
Además, la investigación advierte que las condiciones climáticas actuales hacen que los bosques degradados sean cada vez más secos y susceptibles a los incendios, por lo que los investigadores consideran fundamental que se incrementen las operaciones de comando y control, así como que se mejoren los sistemas de pronóstico y modelos de comportamiento de incendios.
Según se estima, la mortalidad de árboles relacionada con incendios en bosques primarios excede el 50 % de la biomasa del área, lo que quiere decir que los incendios tienen el potencial de reducir las reservas de carbono a largo plazo, claves para la regulación del clima. Y es que los bosques amazónicos, señala el estudio, albergan millones de toneladas de carbono y, “si se desestabilizaran, acelerarían el ritmo del cambio climático con impactos drásticos en las precipitaciones y la temperatura”.
Guilherme Matareli, uno de los autores del artículo y científico del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales de Brasil, afirmó en un comunicado que “hay más incendios en zonas de bosques antiguos que en años anteriores, lo que es alarmante no solo por la pérdida de vegetación, sino también porque el carbono almacenado por el bosque se convierte en emisiones de carbono cuando se quema (…). Los bosques antiguos almacenan mayores cantidades de carbono”.
Sequía y cambio climático, un coctel para los incendios
Toda esta situación se relaciona además con un término clave: cambio climático. La sequía del año pasado ocurrió en medio de factores de variabilidad climática, como el fenómeno de El Niño. Aunque, como lo publicó un estudio del World Weather Attribution, el calentamiento global hizo que la sequía fuera 30 veces más probable.
“El Niño redujo la cantidad de precipitaciones en la región, aproximadamente en la misma medida que el cambio climático; sin embargo, la fuerte tendencia a la sequía se debió casi en su totalidad al aumento de las temperaturas globales, por lo que la gravedad de la sequía se debe en gran medida al cambio climático”, señalaron los científicos del World Weather Attribution.
En el caso de Colombia, a inicios de este año se esperaba una proliferación de incendios en la región, teniendo en cuenta que era temporada seca en el Amazonas colombiano, sumado a la presencia de El Niño. Pero en febrero el Instituto Sinchi identificó un 93 % menos de puntos de calor con relación al mismo mes en 2023; una disminución que, para los investigadores, apuntaba al cambio climático. Aunque la deforestación sí aumentó en el país en los primeros tres meses: un 40 % más frente a 2022.
Las sequías en la región, según el World Weather Attribution, podrían empeorar a medida que el planeta se caliente, lo que acercaría más la Amazonia al “punto de inflexión” climático, que es cuando dejaría de regenerarse y se comportaría como una suerte de sabana.
*Este artículo es publicado gracias a una alianza entre El Espectador e Infoamazonia, con el apoyo de Amazon Conservation Team.