Desde septiembre, la Amazonia viene mostrando señales de una importante sequía. Los bajos niveles y las altas temperaturas del agua son algunos de los síntomas que más preocupan a los científicos. Aunque hay reportes de la muerte de más de 150 delfines en Brasil, todavía no hay claridad sobre la causa. Comunidades se han visto afectadas por escasez de agua. Viajamos a Puerto Nariño.
Durante treinta días no llovió en el Resguardo Ticoya, al noroccidente del municipio de Puerto Nariño (Amazonas). En ese mes, entre septiembre y octubre -cuando se espera que las lluvias aumenten y con ellas el nivel de los ríos-, cada cuatro días, un integrante por familia iba hasta el casco urbano, hacía mercado y traía unos 20 litros de agua. Así hasta que la segunda semana de octubre volvió a llover. Por ahora, los tanques que recogen agua lluvia, que pueden almacenar hasta mil litros, tienen reservas para los próximos 25 días.
Desde Lagos de Tarapoto -una de las comunidades de Ticoya- hacia Puerto Nariño hay una distancia de media hora en un “peque”: una embarcación a motor, más pequeña y liviana que una lancha; pero con las actuales aguas bajas pasó alrededor de una hora. Y en casos, como el de esta semana del 16 de octubre, en los que nos tuvimos que bajar y jalar el bote, el tiempo aumenta y aún más si los botes llevan carga.
Puerto Nariño está dos horas de Leticia por el río Amazonas, a unos 628 km de Tefé (Brasil), en donde hay lagos y ríos secos. Allí, desde septiembre, medio millón de personas han estado sin abastecimiento de agua, comida y combustible, y han muerto más de 150 delfines de río. Su caudal depende, en buena parte, del estado del alto Amazonas, en donde nos encontramos, en la frontera entre Colombia y Perú.
Según WWF Brasil y la Iniciativa Delfines de Río de Suramérica (SARDI, por su sigla en inglés), en la Amazonia no había una sequía de estas condiciones desde 2010, cuando, de acuerdo con un estudio publicado en la prestigiosa revistaScience, hubo escasez de lluvias en un rango de 3 millones de kilómetros cuadrados (casi el doble del tamaño de México), superando el récord de 2005, que fue de 1.9 millones de km2.
La diferencia frente a las sequías de 2005 y 2010, dice María Jimena Valderrama, veterinaria y parte del equipo de rehabilitación de mamíferos acuáticos de la Fundación Omacha, es que la de ahora muestra las consecuencias del cambio climático de forma tangible, pues “todos los factores que generan crisis climática están mucho más exacerbados que antes, como los niveles de deforestación”.
Para Silvia Vejarano, especialista en conservación de WWF – Colombia, la crítica situación también hace que el cambio climático deje de comprenderse como algo “etéreo” que no se puede ver.
En la comunidad de Lagos de Tarapoto, una de las 22 que conforman Ticoya, entre las familias han tenido que compartir lo que logran pescar. También, quienes se dedican al turismo se han visto obligados a cambiar las zonas por donde hacen recorridos y a que los turistas deban caminar algunos tramos que normalmente se harían en el “peque”.
Así como en Tefé, los investigadores de la Fundación Omacha y de WWF Colombia, que llevan 30 y 9 años, respectivamente, trabajando en esta zona, todavía no tienen suficientes elementos para explicar por qué la sequía se está presentando allí. Tampoco tienen una respuesta clara sobre qué pudo causar la muerte de los cien peces que el fin de semana pasado encontró el auxiliar de campo de Omacha, Luis Ahue, en San Pedro de Tipisca (otra comunidad que es parte del resguardo).
Los cambios en Puerto Nariño
Desde el mirador de Puerto Nariño se alcanza a ver el río Loretoyacu -que nace en Perú-. Valderrama, que lleva cuatro años con Omacha viajando a esta parte del Amazonas, nunca había visto el río tan seco. Ella recuerda que el Loretoyacu, que desemboca en el Amazonas, pasaba por el frente de Puerto Nariño, pero entre los cambios que ha visto en estos cuatro años es que este río ya no está al frente del municipio, sino que ahí está directamente el río Amazonas.
Valderrama teme lo que pueda pasar en el futuro. ¿En cuánto tiempo -pregunta- se podrían seguir viendo cambios gigantescos? “Si sube mucho el agua, ¿podemos perder parte de Puerto Nariño? ¿Qué sucederá si se seca mucho el río? Los cambios son muy dinámicos, yo nunca he visto el mismo paisaje acá”.
En la última década, recuerda Gentil Gómez Ahue, curaca (lo equivalente a un gobernador) de la comunidad de Lagos de Tarapoto, no había hecho tanto calor como ahora. “Es algo muy preocupante, ¿qué pasaría si no hubiese llovido la semana pasada?”. De acuerdo con el Ideam, en la primera semana de octubre se registró una temperatura que superó el promedio histórico (1991-2020), por encima de los 37°C.
Gómez Ahue tiene otra preocupación, además del abastecimiento de agua y las dificultades para transportarse. Le inquieta que alguien deba ir a Puerto Nariño por una emergencia médica, como sucedió el año pasado, cuando en pleno verano una raya picó a un cuñado. En un punto del trayecto, él y la esposa tuvieron que bajarse y empujar el bote. “Si ahora hubiera algo grave, esa persona no alcanzaría a llegar al hospital”, agrega.
La siguiente fotografía ayuda a dimensionar la sequía que vive esta porción del Amazonas. En ella hay cuatro pequeños lagos que, en condiciones normales, deberían formar uno mismo: el Correo.
Esta otra imagen del Correo también muestra una anomalía. Es de un trayecto hacia Tarapoto desde Puerto Nariño, donde para esta época del año, el agua debería tapar completamente la vegetación, formando lo que se conoce como bosque inundado, explica Vejarano, de WWF. Una consecuencia de que el bosque no se inunde es que “se reduce la productividad de los lagos con el tiempo”, agrega, pues, cuando se inundan “quedan las raíces, tronco y hasta las ramas bajo el agua, eso quiere decir que los peces tienen mucho alimento: los frutos, semillas e insectos que caen”.
Un recuerdo de Vejarano ratifica que algo ha cambiado. Hace 20 años hizo su tesis de pregrado de Biología en Puerto Nariño y dice que, para entonces, no se formaban “playas” sobre el río Amazonas. Esta fotografía, tomada el 17 de octubre, revela una situación completamente diferente.
La sequía en Tarapoto
Lagos de Tarapoto, que hace parte del Resguardo Ticoya, fue el primer complejo de humedales de la Amazonia colombiana en ser declarado como sitio Ramsar, la máxima medida internacional para proteger estos ecosistemas. Gracias a esa decisión, se establecieron diez acuerdos entre los pescadores del resguardo con vedas para pescar ciertas especies en ciertos periodos del año.
Esto, explica Valderrama, de Omacha, “ayuda a que las poblaciones de peces se mantuvieran, pues no había tantos peces en Tarapoto. Se dieron cuenta de que necesitaban regularlo, porque si no, no iban a tener qué comer en el futuro”. Para cumplir los acuerdos de pesca hay un grupo de vigías de las 22 comunidades del resguardo, que por semanas se rotan para verificar que los pescadores cumplan con las vedas.
Además de la pesca, en el resguardo hay proyectos de reforestación y de turismo para avistamiento de delfines. También, con apoyo de la Fundación Omacha, se formó el colectivo Guardianes de Moëuchi, que desde hace seis años trabaja en la rehabilitación de un manatí al que liberaron en mayo y ahora, por las condiciones del agua, no puede migrar hacia el río Amazonas.
Aunque la sequía ha afectado cada actividad del resguardo, la principal preocupación de las comunidades es su alimentación. Una familia necesita pescar unos 4 kilogramos al día, sin importar la temporada. Pero, como advierte Lilia Java, coordinadora de los vigías en el sitio Ramsar y quien ha trabajado junto a la Fundación Omacha en monitoreo de delfines, no recuerda una sequía así desde 2010.
“Este año ha secado más de lo normal y no han podido entrar los pescadores a los lagos; ha disminuido mucho el ingreso -o las subiendas- de peces”, dice Java. Mientras pasa la sequía, han acordado cierta flexibilidad con las vedas.
Gabriel Gómez, de la comunidad de Lagos de Tarapoto e integrante de Guardianes de Moëuchi, tiene otra una anécdota que, como la de Luis Ahue, sintetiza lo que está sucediendo. También encontró peces muertos hacia el lado del río Loretoyacu. Un panorama que por ahora se está conociendo desde el voz a voz, aún no se sabe si murieron por el bajo nivel o por la temperatura del agua o por alguna intoxicación.
Por el lado de Brasil, los más de 150 delfines que han muerto en Tefe corresponden al 10 % de la población de estos animales en la zona. La posible relación de la temperatura del agua con la muerte de los delfines, sería preocupante, entre otros aspectos, porque estos animales son indicativos de la salud del ecosistema donde viven.
En una reciente carta firmada por organizaciones que integran Sardi, Fernando Trujillo, PhD en Biología y director de Omacha, señaló algunas ventajas de mantener hábitats saludables para los delfines, como “mejorar la calidad de vida de las personas, impulsar el ordenamiento pesquero, nuevos sitios Ramsar, turismo sostenible y comercio responsable, entre otras acciones”. Lo que, precisamente, tratan de hacer en Lagos de Tarapoto desde 2018.
La temperatura del agua, una gran preocupación
Según WWF Brasil, en ese país, los ríos Negro, Solimões, Purus, Madeira y Amazonas están experimentando la peor sequía hasta ahora registrada, superando las de 2005 y 2010. Además, el río Negro registró el nivel más bajo que se ha conocido en un río amazónico en Brasil desde que se tienen registros, según el Puerto de Manaos: el 17 de octubre llegó a 13,59 metros, lo que representó una reducción de 17 metros desde junio de 2021.
A eso de las seis de la tarde, en la estación de vigías a la entrada de Tarapoto, mientras Ahue cuenta sobre los cien peces muertos que vio en Tipisca, el agua del lago permanecía tibia. Algo particular de esta sequía son los niveles de temperatura del agua que se han registrado: en el lago Tefé, el día en que hubo más mortandad de delfines, llegaron a medir casi 40°C en la tarde, mientras que la temperatura normal no debe superar los 32°C. “De todas las variables analizadas hasta ahora por los expertos, la que ha mostrado cambios discrepantes es la temperatura del agua”, señaló WWF en un comunicado.
Los científicos del Instituto Mamirauá sospechan que la alta temperatura del agua puede ser una de las causas de la muerte de los más de 150 delfines hace un par de semanas. Aún no lo saben con certeza y están a la espera de los resultados de las necropsias que les hicieron a los animales. Hasta ahora, no han encontrado que alguna infección sea la causa de muerte.
Y aunque todavía no se puede decir que la temperatura del agua es lo que puede estar causando muertes masivas de peces y delfines en Colombia y Brasil, respectivamente, un dato que tienen en cuenta en Brasil es que, como explica Ayan Fleischmann, PhD en Ingeniería de recursos hídricos por la Universidad Federal de Rio Grande do Sul y líder del Grupo de Investigación en Geociencias y Dinámica Ambiental en la Amazonia del Mamirauá, la media de temperatura en el lago de Tefé en los últimos 20 años, durante las tardes en plena estación seca, es de 29,7 °C.
De acuerdo con las temperaturas registradas por la Fundación Omacha en el agua de Lagos de Tarapoto, mientras que en octubre del año pasado la temperatura máxima al día estaba entre los 31°C y los 33°C, hoy es de aproximadamente 35 °C.
El tema de la temperatura, agrega Santiago Duque, profesor de la Universidad Nacional sede Leticia, en algunos casos converge con la disminución de los niveles del agua. Hay peces, explica, que viven en los lagos y no salen de allí, estos pueden sobrevivir a temperaturas extremas. Pero, para los peces que migran la situación es muy diferente. Cuando la conexión entre el lago y el río cambia mucho más de lo normal, pueden quedar encallados, pues “no resisten la disminución de profundidad de los lagos y no resisten el incremento de la temperatura”.
En el caso del río Amazonas en Colombia, explica Diana Carolina Rueda, jefe de la Oficina de Servicios de Pronósticos y Alertas (OSPA) del Ideam, el monitoreo que llevan desde hace dos meses y medio en la OSPA ha evidenciado una tendencia en el descenso del nivel del agua “por debajo de los promedios históricos (1991-2020)”. Esto, comenta, se está trabajando en coordinación con monitoreos de Perú y Ecuador.
Según Rueda, en los niveles de precipitaciones en el caso de Leticia, con respecto a meses anteriores, también “notamos un descenso en septiembre del 30 %”. La medición de precipitaciones en octubre aún se encuentra en mediciones, sin embargo, los datos del Ideam indican que, siguiendo la tendencia, es posible que se alcance un 70 % por debajo del promedio esperado. Los registros muestran que, en lo que va del año, solo en febrero, abril y mayo se superó el promedio histórico de precipitaciones entre el 25 y el 64 %.
Desde hace años, diferentes instituciones científicas vienen advirtiendo los impactos del cambio climático en esta región. Uno de los informes más recientes del Panel de Ciencia para la Amazonia, muestra que en los últimos 15 años se han registrado eventos extremos climáticos en la Cuenca, entre los que se incluyen las sequías de 2005 y 2010, los cuales, al compararlos con eventos del siglo pasado, en las últimas dos décadas se han intensificado.
La situación que hoy viven los pobladores de la Amazonía es particular, pues el fenómeno de El Niño coincidió con la temporada seca de la región. Tanto en Colombia como en Brasil se prevé que en noviembre continúe la sequía en condiciones similares y de acuerdo con el Ideam hay una probabilidad de alrededor del 80 % de que El Niño sea fuerte y se extienda hasta mayo.
Según anunció el Ministerio de Ambiente hace unos días, el gobierno está trabajando en armar un plan específico para atender El Niño en la Amazonia de forma transnacional.
Aunque todavía no lo han presentado, desde esta cartera explican que identificaron 20 puntos de calor en la frontera con Brasil y alertaron al “Sistema de Atención de este país, por incendios que se presentan a 300 kilómetros de Leticia. Las áreas más conservadas del bioma se encuentran en Colombia, parte de Ecuador y Perú, pero las condiciones pueden cambiar a finales de año”.
Según el Minambiente, el Sistema Nacional de Gestión del Riesgo, está monitoreando las condiciones climáticas de la región para evitar emergencias y un alto impacto por incendios. Por ahora, los 36 cuerpos de bomberos se distribuyen entre todos los departamentos de la Amazonia.
Delfines, entre mercurio y pescadores
Los delfines llegaron a la cuenca del río Amazonas hace cinco mil millones de años. Primero, los rosados y, dos mil quinientos millones de años después, los grises (Inia geoffrensis y Sotalia fluviatilis, respectivamente). Los dos están en peligro de extinción, según la lista de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Su estudio, en Colombia y Brasil, apenas empezó hace treinta años.
Los delfines son especies “tope” o “sombrilla”: están en la cima del ecosistema y ayudan a controlar enfermedades en otras especies, pues atacan a los peces que están en peores condiciones para sobrevivir; también son indicadores de la salud del ambiente, lo que quiere decir, en palabras simples, que los ecosistemas en los que los delfines se alimentan, migran y se reproducen, son ecosistemas sanos. Para los pueblos indígenas tienen un gran valor. Incluso hay mitos que hablan de ciudades de delfines bajo las profundidades y otros sobre delfines que salen en las noches a seducir hombres y mujeres.
Mientras navegábamos saliendo de Puerto Nariño por el río Amazonas, el 17 de octubre, un pescador que nos cruzamos nos mencionó que encontró un delfín rosado muerto entre los ríos Atacuari y Amazonas, cerca a la ciudad peruana de Caballococha. Fuimos a buscarlo.
Llevaba entre cinco y seis días descomponiéndose; una necropsia no daría muchas pistas de la causa de su muerte. Tras revisar el cráneo y analizar la dentadura, Valderrama explicó que, entre lo que se podía observar, el delfín no tenía signos de enfermedad; tampoco había marcas que insinuaran que se hubiera herido con una red de pesca.
Desde hace décadas los científicos vienen advirtiendo las principales amenazas que tienen estas especies: pérdida de hábitat y pérdida de conectividad de los ríos por hidroeléctricas; capturas accidentales en redes de pesca; cacería ilegal; contaminación por agroquímicos, desechos y mercurio; y deforestación y con ella la disminución de semillas que caen al agua y que son el alimento de los peces que comen los delfines. Todo esto, para Federico Mosquera-Guerra, PhD en ciencias biológicas por la Universidad Nacional e investigador de la Universidad Javeriana, se ha convertido en un “cóctel” por el que tienen que “pagar unas especies que llevan millones de años evolucionando en el ecosistema”.
Como ocurrió con ese delfín y con el centenar de Tefé, cuando los científicos encuentran un delfín muerto le hacen pruebas para medir nivel de mercurio. Estudios recientes de la Fundación Omacha han encontrado niveles en los delfines de hasta 36,89 microgramos (μg) de mercurio por kilogramo (kg).
Sumado a estas amenazas y a las consecuencias en el ciclo del agua por el cambio climático, en la triple frontera entre Colombia, Perú y Brasil hay un tema que preocupa a los expertos: los conflictos con pescadores, que ven los delfines como una competencia y los atacan. Para Valderrama, es posible que tal fuera el caso del martes.
Los delfines, cuentan Java y Valderrama, han aprendido a romper las redes y las mallas de pesca. Algo que pasa hace años es que los pescadores les lanzan flechas o arpones. Y aunque Java ha liderado campañas de pedagogía para que esto disminuya en Colombia, en Perú y en Brasil, dice, no ocurre igual. Además, según una estrategia para la conservación de delfines entre 2020 y 2030, impulsada por Sardi, su carne y su grasa son utilizadas por algunos pescadores como cebo.
Por ahora, con el fin de establecer acciones concretas para su conservación global, el próximo 24 de octubre se va a firmar en Bogotá una Declaración Mundial sobre los Delfines de Río, con la que se buscará, esencialmente, duplicar las poblaciones en Asia -en donde ya se extinguieron dos especies- y detener la disminución de sus poblaciones en América del Sur.
*Este artículo es publicado gracias a una alianza entre El Espectador e InfoAmazonia, con el apoyo de Amazon Conservation Team.