En 2016, la tasa de deforestación en Colombia se disparó. Solo en ese año se perdieron 178.597 hectáreas de bosque, un 44 % más que respecto a 2015. Un año después, en 2017, las cifras aún seguían sin ser esperanzadoras, pues a pesar de que en el país la deforestación disminuyó un 23%, en el Amazonas la tasa se había duplicado. Conocer muy bien las razones detrás de estos datos es un trabajo complejo, pero tras la firma del Acuerdo de Paz entre el Gobierno y las Farc las nuevas lógicas que traía el posconflicto empezaron a ser postuladas como una respuesta a por qué la deforestación se venía incrementando en el país.

Durante ese tiempo, el investigador colombiano Paulo Murillo Sandoval se encontraba realizando su doctorado en geografía en la Universidad de Oregón, Estados Unidos. Desde el pregrado que hizo en ingeniería topográfica en la Universidad del Valle, Murillo se había venido especializando en procesamiento de imágenes satelitales, una herramienta que, intuyó, podría ayudar a arrojar varias respuestas de cómo el conflicto y el posconflicto habían transformado el paisaje, especialmente en la región Andino-Amazónica. Los resultados de su investigación, que les ponen una minuciosa lupa a estas dinámicas, fueron publicados recientemente en la revista Global Environmental Change.

Su estudio, comenta, tiene algunos resultados de los que ya se había hablado. Por ejemplo, tras generar mapas de cobertura anual entre 1988 y 2019, y compararlos, encontró que solo en los ocho años del posconflicto (entre 2012 y 2019) en la región de los Andes amazónicos se perdió el 40 % de los bosques que habían permanecido estables durante el conflicto. “Cuando las Farc estaban allá, los cambios que hubo al sistema de tierras fueron casi inexistentes, incluso con la coca, el área de cambio era muy pequeña. Así que la deforestación, entre el 88 y 2012 fue relativamente estable”, concluye.

Sin embargo, a nivel local, es decir, qué pasó exactamente en los lugares donde hubo un enfrentamiento armado con al menos una persona asesinada en el contexto del conflicto armado, la investigación halló dinámicas de las que antes no se había hablado. En un radio de un kilómetro alrededor del área donde se dio alguno de estos eventos, el promedio es que siempre exista una pérdida de cubierta forestal significativa, del 19 % durante los años de conflicto y hasta del 30 % en el posconflicto.

Estudiar estas lógicas, y sobre todo de una forma tan minuciosa como lo hace esta investigación, implicó gran disciplina por parte de Murillo y los coautores del artículo. Lo primero, cuenta, fue recurrir a las imágenes de Colombia que ha recolectado la constelación de satélites Landsat de la NASA. “Existen datos desde los 70, pero de Colombia hay buenas desde los 80”.

Como no todas las imágenes que toman estos satélites son buenas, el equipo tuvo que elegir las que tuvieran menos nubes por cada año e incluso utilizar un algoritmo que les ayudara a extrapolar información para crear las imágenes en los años en que no estaban disponibles. Así lograron crear el mapa anual de cobertura de la región de los Andes amazónicos entre 1988 y el 2019. (website: https://murillop.users.earthengine.app/view/landchangeconflict)

Ya con esos mapas listos, lo que hicieron fue cruzarlos con la información del Programa de Datos sobre Conflictos de Uppsala, de la Universidad de Uppsala (Suecia), en el que cada evento bélico no solo está reportando, sino georreferenciando.

De los 500 eventos que hay reportados en esta base de datos en la región Andino-Amazónica de Colombia, los investigadores solo analizaron 181, pues eran los que tenían información más limpia y precisa: 164 se dieron durante el conflicto y los 17 restantes durante el posconflicto. “Miramos cómo había cambiado la cobertura, año por año, en un radio de un kilómetro, después y antes del evento bélico, enfocándonos en tres coberturas: bosque, agricultura y bosque secundario”, explica Murillo.

Pero sus hallazgos a nivel local no paran ahí. También descifraron que los cambios grandes de cobertura del suelo tras un evento bélico son mayores en municipios con poca población (menor a 21.617 personas). “Es un dato interesante, porque es curioso que los cambios más acelerados están ocurriendo en áreas más alejadas, con menos población”. “Se estimó que los eventos de conflicto aumentaron el área de agricultura en un 25 % en municipios de baja población en el posconflicto (2012-2018)”, asegura el documento.

Al preguntarle al investigador qué señales da su trabajo para guiar políticas públicas que busquen mitigar la deforestación, responde sencillamente: “Hay que volver a seguir los puntos del Acuerdo de Paz”. Sobre todo, la redistribución de tierra, la titulación y, además, tener un censo claro de tierras. Sobre otras estrategias más militares, como la operación Artemisa, no cree que sean muy efectivas. “Se olvida de parches grandes, de dos o tres kilómetros, que incluso se ven desde el espacio, pero allá no va Artemisa porque no es un parque natural”. Además, asegura que si se insiste con la fumigación con glifosato la deforestación empeorará, pues lo único que logra es que los cultivos de coca se muevan selva adentro.

“El Acuerdo de Paz es muy bueno, pero solo dice la palabra bosque tres veces”, también recuerda. Como lo concluye el artículo, “a menos que se apliquen políticas de uso de tierra que beneficien a los pobres y a los marginados, el cambio de cobertura terrestre seguirá siendo dictado por actores violentos en períodos de conflicto y actores adinerados en períodos de relativa ‘paz’”.

*Infoamazonia es una alianza periodística entre Amazon Conservation Team y El Espectador.

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