Los más de 72.000 incendios que se viven en Brasil han conmovido al mundo como nunca antes lo había hecho la deforestación. Reducir el consumo de carne y seguir lo que sucede en nuestro Amazonas, entre las claves para ayudar.

Por Maria Mónica Monsalve

“Mi hijo me envía el artículo de El Espectador sobre los incendios del Amazonas. Me pregunta qué podemos hacer. Me jodió, no sé. No veo nada. Cosas desesperadas: amarrarnos a los árboles. Hace unos meses tratábamos de plantear algo y esto necesita mucha energía y potencia”, trinó uno de los miles de usuarios que por estos días alertan conmovidos sobre lo que sucede en el Amazonas brasileño. (Lea: Amazonia en llamas: un ecocidio sin fin)

Los casi 72.850 incendios, que se han concentrado en su mayoría en los estados de Arce y Amazona, se han traducido en una profunda impotencia; en la pregunta de qué podemos hacer, si es que aún estamos a tiempo de cambiar algo. ¿Cómo remediar el acelerado fenómeno de la deforestación, un escenario con el que convivimos desde hace años, pero que al parecer necesitó de un fuego amenazante para convertirse, por fin, en una conversación mundial?

Las ideas lanzadas para dejar de sentirnos impotentes son muchas. Unos simplemente rezan. Otros publican fotos en redes sociales. Unos cuantos arman plantones y otros invitan a elegir mejores políticos. ¿Resignarnos? ¿Comer menos carne?

Sin duda, como lo dijo Carolina Gil, directora del Amazon Conservation Team, irse a apagar el incendio es una opción que para muchos queda descartada, pues es algo que le compete al Estado de Brasil. Pero ella, como muchos expertos consultados por El Espectador, cree algo: si ya no podemos hacer nada por los árboles y la tierra que quedaron bajo el fuego, sí podemos “honrarlos” prestándole atención a la Amazonia. No solo al 60 % que queda en Brasil, sino a la nuestra, a la colombiana, que no hace poco también se quemaba y que solo en el 2017 perdió 144.147 hectáreas.

Sí, hay que bajarles a las carnes rojas

Si queremos ser coherentes con “salvar las Amazonas”, es cierto que debemos comer menos carnes rojas. O por lo menos hacerlo mientras les exigimos tanto a las empresas como a los gobiernos que, por ley, estos productos tengan una certificación sobre su origen y cómo se producen. “La ganadería es el mayor motor de la deforestación mundial, y la situación se repite tanto en Brasil como en Colombia”, es lo primero que explica Rodrigo Botero, director de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS).

En Brasil, en los estados Pará, Mato Grosso y Rondonia, hay un fuerte impulso a la ampliación de la frontera agrícola por la ganadería, la palma africana y la producción de soya. Mientras, en Colombia, “en los últimos tres años se arrasaron 300.000 hectáreas para hacer caber 550.000 cabezas de ganado”, señala Botero.

Sin ir más lejos, el último informe publicado por el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), en el que se advirtió que ya hemos explotado el 72 % de la tierra sin hielo, fue supremamente claro en una de sus recomendaciones: disminuir el consumo de carne.

Pero esto no puede ser simplemente una decisión individual, como para limpiar la conciencia. Botero comenta que debe ir de la mano de una disposición del país, como Estado, de no permitir ganadería si esto implica deforestación o si viene del Amazonas. “Así como hay tratados internacionales de no comprar aceite de palma que vengan de áreas deforestadas, también se debe plantear eso con la carne”. (Lea: La ONU pide reducir el consumo de carne para frenar el cambio)

El poder de elegir políticos verdaderamente verdes

“La tragedia ambiental en el Amazonas no tiene fronteras y debe llamar la atención de todos. Desde el Gobierno Nacional ofrecemos a los países hermanos nuestro apoyo para trabajar conjuntamente en un propósito que nos urge: proteger el pulmón del mundo”, fueron las palabras con las que el presidente colombiano, Iván Duque, habló por primera vez de la tragedia ambiental en Brasil. También lo hizo a través de Twitter, y no dijo más sobre cómo piensa hacerlo.

Aunque la fe en la capacidad que tenemos para elegir políticos es poca —y está desprestigiada—, los expertos coincidieron en que se trata de un poder importante para el Amazonas. “La única razón por la que los políticos se mueven es porque su imagen está deteriorada. Ahí podemos hacer algo, con la presión que, como ciudadanos, ejercemos sobre esa imagen”, comenta Botero.

Que casi todas las fotografías de los incendios en Brasil vayan acompañadas de una lúgubre imagen de Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, no es en vano. Sí, los incendios son normales en esta época del año, la más seca. Pero las políticas de Bolsonaro, un negacionista del cambio climático, contribuyeron al escenario. (Lea: Por qué Bolsonaro es tan preocupante para el futuro de la Amazonia)

“En toda la historia hemos tenido momentos ambientales difíciles, pero esta es la primera vez que la destrucción de la selva es impulsada abierta y directamente desde el gobierno central de Brasil, que deconstruyó las políticas ambientales que se hicieron a lo largo de décadas; es como si estuviera en carrera contra la selva amazónica, sea por incendios, o por madera, o por oro, etc. Sin embargo, este no es un problema de derecha o de izquierda, es un asunto de ética. Tenemos la tecnología para superar estos problemas. Aquí son los valores éticos de todos los que están fallando”, explicó también Marina Silva, exministra de Ambiente de Brasil, que justamente visita Colombia en los días en que su país sufre los incendios.

Pero ¿para que nos sirve ejercer esta presión a nuestros políticos? ¿Pueden hacer algo? Según César Ipeza, abogado peruano especializado en materia ambiental, que los políticos se pronuncien al respecto es un primer paso. Esto, comenta, da pie para que se puedan usar ciertos instrumentos del derecho internacional que han quedado olvidados.

“Imaginemos un escenario en el que los efectos de la contaminación de los incendios, el humo, llegara a países vecinos de una forma similar a como llegaron hasta São Paulo. Se trataría de una contaminación transfronteriza, y hay un principio que impide que cualquier Estado utilice su territorio y, con esto, genere daños a un país vecino”, explica el abogado. “Aquí se puede plantear una reparación, se pueden exigir cosas”. Una herramienta que es aún más importante si se tiene en cuenta que existe la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica, del que hacen parte ocho países, incluido Colombia.

Una imagen que por fin nos sacude

Hay algo que tanto a Carolina Gil como a Rodrigo Botero los ha sorprendido. Después de 30 años de trabajar en el Amazonas, es la primera vez que reciben tantas llamadas: “De los políticos de centro, de izquierda o de derecha. Todos han llamado preocupados”.

Para ambos, que esto suceda es un buen síntoma, pues jamás habían visto que la Amazonia estuviera en boca de todos. Paradójicamente, las llamas sirvieron para visibilizar un problema del que venían advirtiendo y chocando con oídos sordos.

“Yo veo esto como una oportunidad increíble. Se está quemando el país de al lado y la gente está inquieta. Por fin estamos viendo la casa común, la casa global, y la gente se está apropiando de los bienes comunes”, comenta Botero. Pero para que esta conmoción no se quede en palabras, también hace un llamado: hacer “el mismo alboroto” cuando se hagan las tumbas y las quemas de este año en la Amazonia colombiana. “Cuando se hicieron las quemas en Colombia, a principios de año, también compartimos fotos de lo que sucedía, pero no movió ni el 1 % de lo que se ha movido con Brasil. Cuando acá también hay quemas brutales”.

Apoye a organizaciones que trabajan por la conversación en Amazonia hace años

Además de los hashtags de las redes sociales, muchos correos electrónicos y mensajes provienen de personas de todo el mundo que se ofrecen como voluntarios y donan para acciones locales en la selva tropical brasileña. Si quiere ayudar, esta es una lista inicial de ONG que están haciendo un buen trabajo en la Amazonía.

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