En una de las regiones más secas de Colombia, quienes viven de sembrar y criar ganado llevan 11 años perfeccionando sus estrategias para afrontar el calentamiento global. Un ejemplo para afrontar el fenómeno de El Niño que nos pisa los talones este 2019.

El samán, un árbol grande y tupido que en la zona del Patía, en Cauca, indica que las lluvias están próximas, no floreció. Era 2012 y Nohely Angulo Mosquera, un campesino del Patía, se extrañó. En mayo de ese año cayó un aguacero torrencial de tres días. La quebrada El Águila, que queda a unos 100 metros de su finca, se desbordó hasta pisarles las pezuñas a sus vacas, que corrieron a buscar un sitio alto.

El problema es que después del aguacero no volvió a caer una gota de agua durante siete meses y medio. La lluvia que esperaban nunca llegó y ese año, gracias al fenómeno de El Niño, unos 3.000 animales murieron por hambre y golpes de calor ese año en el Patía, que además de ser uno de los municipios ganaderos del departamento del Cauca –junto con Mercaderes– es una de las zonas más secas de Colombia.

La mayoría de praderas estaban convertidas en pastos secos, los árboles en palitos lánguidos y el ganado apenas se sostenía en pie bajo la sombra, tratando de paliar los casi 40 grados de temperatura. Como los animales no tenían qué comer, los 3.500 campesinos afectados por la sequía que no pudieron comprar el concentrado para sus animales vieron cómo se desplomaban uno a uno. Las cosechas de frutas, café, plátano y yuca sembradas a lo largo de 40.000 hectáreas también se vieron afectadas, según cifras de la Alcaldía.

Nohely en su finca del Patía. CIAT

Nohely cuenta con orgullo su logro de ese año: a él no se le murió ni un animal. De hecho, sus vacas continuaron gordas y no tuvo que comprar concentrado. Él y cerca de 300 productores campesinos forman parte del programa de investigación “Desarrollo y uso de recursos forrajeros en sistemas sostenibles de producción bovina para el Cauca”, que es financiado por el Sistema General de Regalías, ejecutado por la Gobernación del Cauca y operado por la Universidad del Cauca y el Programa de Forrajes Tropicales del Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT), que lleva 13 años trabajando en el Patía con las asociaciones de productores Asogamer y Coagrousuarios y otros campesinos.

La estrategia es, en pocas palabras, usar los forrajes, o el pasto, a su favor. Nelson Vivas, profesor de la Universidad del Cauca, y líder de la investigación lo explica así: “La sequía en el Patía es la parte más cruel. Lo que hacemos es buscar alternativas de forrajes, tolerantes a períodos secos prolongados, maneras de conservar y limpiar el agua y el suelo, y pastos que capturen carbono para compensar la emisión de los animales”.

El CIAT guarda en su banco de germoplasma de Palmira (Valle del Cauca) una impresionante colección de 23.140 variedades de forrajes de todo el mundo. Los ingenieros agrónomos y zootecnistas –que forman parte de un grupo de investigación llamado Nutrición Agropecuaria– seleccionan las especies de forrajes que posiblemente servirían para los suelos del Patía y simulan las condiciones de humedad y temperatura en un invernadero para evaluar cómo se comportan las especies frente a la sequía o la humedad. También hacen experimentos de hibridación hasta encontrar una especie que se adapte a esas condiciones tropicales en sistemas ganaderos.

“El pasto que normalmente se cultiva aquí, el angleton (Dichanthium aristatum), produce 12 toneladas por hectárea por año. Mientras que algunos cultivares de Brachiaria sp y Megathyrsus maximus producen 30 o 40 toneladas por hectárea por año en esa región. Eso significa que además de sombra por los árboles que sembramos, más vacas van a tener más comida y de manera permanente, así que puedes tener tres o cuatro en una hectárea y no 0,6 por hectárea, que es el promedio en Colombia, según Fedegán”, dice John Fredy Gutiérrez, ingeniero agropecuario del CIAT.

Según explica John, la estrategia tiene unos efectos ambientales importantes. Las praderas con árboles pueden actuar como sumideros de carbono, pero cuando el pasto es nativo o naturalizado, se almacena menos carbono que en un pasto mejorado y tiene efectos distintos en la digestión de un animal. En un paper publicado por el CIAT en la revista Nature en 1994, se hace una comparación: un pasto natural almacena 79 toneladas por hectárea, mientras que un pasto mejorado almacena 83,5.

La estrategia también se ocupa de que los productores tengan agua con qué regar los cultivos y dar de beber al ganado en épocas de sequía. En los últimos cuatro años se han instalado 264 sistemas de sistemas de uso eficiente del agua (con filtros que descontaminan el agua, jagüeyes para las vacas y geomembranas, una especie de corral que almacena 10.000 litros de agua lluvia).

Construcción del tanque de agua lluvia. CIAT

“Al hacer experimentos descubrimos que dos tipos de forraje son buenos para los procesos de fitodepuración: el pará (Brachiaria mutica) y el que llaman elefante, porque crece mucho (Pennisetum purpureum). Ese sistema de tratamiento de agua remueve el 95 % de la carga contaminante, entonces la gente lo usa para los cultivos de limón o de papaya. Si no, lo corta y se lo da al animal, y lo que queda lo usa como abono”, explica Sandra Morales, profesora de la Universidad el Cauca e investigadora del proyecto.

Las mujeres del Patía, que aquí también se encargan de la ganadería –distinto a otras zonas del país– aplicaron una estrategia similar para una finca de 100 hectáreas que el Inderena les otorgó a 40 mujeres caucanas en 2014. Aracely Mosquera, la representante de Funamoagro (Fundación de pequeñas productoras, transformadoras, comercializadoras y agricultoras), dice que ya están listas para la sequía. “Nosotras somos quienes les pagamos a nuestros esposos o hermanos para que trabajen la tierra. Y no vamos a comprometer la autonomía económica nuestra por la sequía. El sistema de forrajes ha funcionado y hemos tenido comida para los animales todo el tiempo, eso significa comida para nosotras también”.

“El cambio climático lo sentimos porque el calor pega muy duro. Cuando no esperábamos lluvias, caía un aguacero. También vemos plantas que antes no había y otras que han desaparecido. Los nacimientos de agua también se han ido secando y por eso la agricultura se vuelve más cara, porque hay que meterle más recursos. Con las vacas también hay dificultades, sobre todo con la leche. Como la temperatura es alta, los espermatozoides del toro nacen muertos, entonces no hay crías, y si hay, no crecen en buenas condiciones, sin nada que comer. Crecen débiles”, cuenta Nohely.

Aracely Mosquera/ CIAT

El Ministerio de Ambiente anunció ayer que hay un 96% de probabilidad de que el Fenómeno del Niño llegue a Colombia entre enero y mayo de este año, y que de norte a sur, el país se irá secando. La zona del Pacífico será una de las más afectadas, pero los y las campesinas del Patía ya están preparados.

 

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