Un estudio en el que investigadores analizaron el movimiento de 26 especies de aves del país, definió cuáles son los puntos claves para preservar nuestros bosques y garantizar que diferentes especies puedan transitar entre ellos.
Cada vez que Colombia conoce nuevas cifras de deforestación (en 2022 perdimos casi 60 mil hectáreas), hay una pregunta que ronda en los círculos científicos: ¿Cómo mantener la conectividad entre los bosques? ¿Cuál es el camino para garantizar el desplazamiento de animales o que no se interrumpa el ciclo del agua, en medio de la tragedia que implica perder miles y miles de árboles?
Preservar la “conectividad ecológica”, como los científicos llaman a esta característica, se ha convertido en una prioridad en los últimos años. Sin embargo, hay varias inquietudes sobre cómo mantenerla en pie. Pero un nuevo estudio, publicado en Global Ecology and Conservation, da nuevas pistas sobre la ruta que debería seguir el país para conservarla e incrementarla.
El objetivo de los autores Daniela Linero y Jorge Velásquez, de la National Audubon Society, y Camilo Correa-Ayram de la Facultad de estudios Ambientales y Rurales de la Universidad Javeriana, fue identificar esos sitios claves para mejorar esta conectividad entre las 1.433 áreas protegidas terrestres que tiene Colombia.
Para esto usaron un novedoso enfoque: desarrollaron un modelo espacial basado en los desplazamientos de 26 especies de aves representativas de diferentes regiones. Incluyeron desde gralarias, que dependen en un 100 % de la conectividad entre bosques para moverse, hasta guacamayas, que tienen rangos de desplazamiento muy amplios. También tuvieron en cuenta al loro orejiamarillo, al tucán y tres tipos de carpinteros. Las zonas esenciales para el desplazamiento de estos animales, son puntos claves a conservar y restaurar en los corredores entre áreas protegidas.
Las aves seleccionadas se clasificaron en cuatro grupos según su capacidad de dispersión: un primer grupo, de distancias de dispersión cortas; un segundo, de distancias de dispersión moderadas; un tercer grupo, de distancias de dispersión largas; y un grupo final que incluye a todas las especies. Además, analizaron estas especies por la importancia de sus servicios que prestan a los ecosistemas, como la polinización de plantas, y la dispersión de semillas en los bosques tropicales. Varias, también, son determinantes en actividades económicas como el aviturismo.
Para saber las áreas que vale pena restaurar, los autores identificaron zonas que como potreros o cultivos, en las que no hay bosque. “Si permitimos que el bosque crezca de nuevo o sembramos activamente para tener un bosque en el futuro, puede mejorar la conectividad de las áreas protegidas. Como en Colombia las áreas protegidas se encuentran muy aisladas, por lo que están rodeadas por coberturas transformadas; hay que trabajar muy duro para conservar la conectividad y para recuperar la que se ha perdido”, explica Linero.
La Amazonia y los Andes, una prioridad
Como se lee en la investigación, al analizar los puntos críticos de movimiento de las aves, se priorizaron 212,769 km2 que son cruciales para mantener la conectividad entre áreas protegidas. El 69 % se encuentran en los bosques de la Amazonia y de los Andes.
En el caso de la Amazonia, los puntos claves para el movimiento están en las áreas más restringidas de los corredores de la región, como en la transición Andino-Amazónica del corredor entre los Parques Nacionales La Paya y Serranía de los Churumbelos AukaWas. “Ese corredor es crucial para permitir la migración de las especies desde la Amazonia hasta los Andes y viceversa”, comenta Linero.
En el caso de los Andes, hay otro corredor esencial para mantener el movimiento de numerosas especies: el que está entre la Reserva Forestal Páramo El Atravesado y el Parque Regional Bosque de Los Guayupes.
Para saber cuáles son las prioridades de restauración, los autores del estudio identificaron 79,228 km2 con el potencial de mejorar la conectividad entre áreas protegidas, que albergan tierras agrícolas en su mayoría (78 %) y pastizales no nativos (20 %). Están distribuidos en las regiones de los Andes y Caribe.
Uno de los puntos primordiales es el Santuario de Flora y Fauna Los Colorados (Caribe). Si allí se restauraran los bosques circundantes -que hoy son cultivos-, se beneficiarían hasta cinco especies. Una situación similar ocurriría en las Reservas forestales de los ríos Bravo y Dagua (región andina).
Hay un dato que ayuda a entender mejor a qué es lo que se refieren los investigadores: si se restauran más de 79 mil km2, podría aumentar en un 7 % la cobertura de bosques en el país y en un 14 % la conectividad. “Con esto también estamos representando no solamente las necesidades de tener áreas para el movimiento de las aves, sino para un grupo más amplio de organismos que además ocupan o cruzan los hábitats”, agrega Velásquez.
Un ejemplo de esto, señala el estudio, son corredores como el del Parque Nacional Natural Chiribiquete y otras áreas protegidas amazónicas, como La Paya, Tinigua y Nukak, que garantizan la vida y el desplazamiento de especies como el jaguar, determinante para el equilibrio de los ecosistemas. Allí, reconocen los científicos, los resguardos indígenas han sido claves para mantener conectividad.
Otras sugerencias para mantener los bosques en pie
Si bien el estudio hace énfasis en la importancia de preservar los corredores entre los Andes y la Amazonia -donde está el 28 % de las áreas protegidas en el país- hay algo que inquieta a los investigadores: hay otras regiones que tienen puntos críticos para la restauración.
Según Velásquez, “si bien las áreas protegidas han sido la principal estrategia de conservación en el país, cada vez hay menos espacio para nuevas áreas protegidas grandes”.
Velásquez, de hecho, duda que en el futuro “vayamos a tener muchos más Chiribiquetes. El siguiente paso es buscar la manera de asegurar esa conectividad para garantizar que las aves se puedan adaptar al cambio climático. También debemos encontrar el camino para que todos esos bosques que han sido transformados por la actividad humana, sean más amigables para las aves y la biodiversidad en general”.
Para lograr esos propósitos, plantean en su estudio otras soluciones, denominadas medidas efectivas de conservación (OMEC), que no apelan a la creación de nuevas áreas protegidas, sino a esfuerzos específicos en ciertas zonas, como aumentar las cercas vivas, los sistemas silvopastoriles y estrategias para tener una agricultura y ganadería más sostenibles.
*Este artículo es publicado gracias a una alianza entre El Espectador e InfoAmazonia, con el apoyo de Amazon Conservation Team.