Cuando a Uldarico Matapí le preguntan por la medicina tradicional que aprendió en el Mirití Paraná, al norte del Amazonas, lo primero que dice es que “no es fácil explicar”. Es una respuesta cortante que, luego de un silencio, se transforma en el recuerdo de sus años de entrenamiento, en las horas que estuvo dentro del bosque y los ayunos a los que tuvo que someterse. Es el último chamán que le queda a la etnia matapí. Tras hablar de cómo aprendió a identificar la ubicación y posición exacta de las plantas medicinales que ha usado durante 62 años, advierte que ese conocimiento podría estar a punto de desaparecer.

La historia de Uldarico Matapí no es única. Es más frecuente de lo que se cree, como sugiere un estudio publicado en la revista científica PNAS dirigido por Rodrigo Cámara y Jordi Bascompte, del departamento de Biología Evolutiva y Estudios Ambientales de la Universidad de Zúrich. Ellos indagaron por la relación entre la medicina tradicional y el conocimiento único que se encuentra en las comunidades indígenas.

Para hacerlo, reunieron información de plantas medicinales en bases de datos ya existentes. En total, lograron cruzar 3.597 especies de plantas que se asociaron a 12.495 usos curativos que solo se conocen en 236 lenguas indígenas.

Los investigadores, enfocados en Norteamérica, Nueva Guinea y la Amazonia, encontraron que del 73 % al 91 % de los saberes relacionados con plantas y sus propiedades farmacológicas están en riesgo de desaparecer al morir sus últimos hablantes. Cifras que, además de preocupantes, suponen en realidad una carrera contra el tiempo, pues, según la Unesco, más del 30 % de las 7.400 lenguas del mundo ya no se hablarán a finales de siglo y su conocimiento desaparecerá si no se guarda.

El potencial farmacológico que se ha encontrado en el trabajo de comunidades étnicas ya se ha explorado en el pasado. Rodrigo Cámara recuerda casos emblemáticos. Por ejemplo, los tucanos, en Brasil, utilizaban las propiedades anestésicas de la corteza de la planta Leptolobium nitens como ingrediente del veneno para cazar, propiedad que luego fue aplicada por una farmacéutica para crear un relajante muscular que se utilizaba en las anestesias. Pero, según el español, aunque el conocimiento indígena ha servido para el desarrollo de medicamentos, menos del 6 % ha pasado por ensayos clínicos formales.

Según Cámara, la situación tendría una primera solución y, por consiguiente, un reto: reforzar la investigación y documentación del trabajo que durante siglos han hecho las comunidades indígenas. “Son resultados que preocupan, porque generalmente la información ha sido transcrita a libros, pero en el caso de la mayor parte de las lenguas amenazadas del mundo no se cuenta con estudios bibliográficos ni documentación y su conocimiento no está registrado. Por eso es preciso impulsar la investigación”, dijo a El Espectador.

La preocupación por la pérdida de conocimiento de lenguajes únicos no solo ha sido explorada por algunos sectores de la academia. Ana Lucía Jamioy, indígena kamesa del Putumayo que también trabaja con la documentación del conocimiento de su cultura, es consciente de los saberes que se podrían perder. “La relación entre la lengua y la medicina tradicional está dada en el conocimiento desde la cosmovisión indígena y además hay muchas plantas cuyo nombre en español no se conoce; nosotros lo conocemos desde la lengua propia, pero aún no hay una traducción”, explica.

Según la investigación realizada por Cámara y Bascompte, la falta de documentación de la medicina tradicional no es el único problema que enfrentan estos conocimientos. El cambio climático y la extinción de cientos de especies son otros de los problemas que también la amenazan. Cámara explica que las lenguas en peligro y las plantas que han comenzado a desaparecer están fuertemente ligadas. “Es algo a lo que no debemos restarle valor si se tiene en cuenta que casi el 15 % de la biodiversidad también está en peligro”, agrega el botánico.

Uldarico Matapí cuenta que los daños del cambio climático ya son evidentes en su comunidad en el Amazonas. “Estamos atravesando un momento muy difícil debido a la deforestación. La ribera del Mirití, por ejemplo, ya no es virgen y no es un bosque primario; por eso la calidad de las plantas que allí están tampoco es la misma, no tienen las mismas propiedades”, agrega. Para él, la relación es clara y debe ir articulada: “Destruir el bosque es extinguir el conocimiento”.

El debate con la medicina tradicional está minado por cientos de argumentos a favor y en contra. Sin embargo, como cuenta Uldarico, los indígenas han desarrollado sistemas complejos de identificación de las plantas medicinales que, bajo la lupa de los procesos científicos, podrían tener hallazgos interesantes. “Las plantas se estudian de acuerdo a la topología del territorio y la variedad del suelo. Todas tienen sus épocas específicas y hay que entender cómo estás están asociada con la energía de la naturaleza en esos momentos”, agrega el indígena.

Por su parte, Cámara dice: “El balance no es que un sistema sea mejor que otro. Seguro hay cosas que un sistema quizás pueda hacer más eficientemente; pero lo bonito sería pensar un equilibrio entre los dos y entender que lo biológico y lo cultural pueden ir de la mano”.

* Este artículo es publicado en alianza entre El Espectador e InfoAmazonia, con el apoyo de Amazon Conservation Team.

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