Expertos en el Bioma Amazónico explican porqué las decisiones del presidente ultraderechista de Brasil, Jair Bolsonaro, ponen en peligro la conservación del “pulmón del mundo” y territorio ancestral de 305 pueblos indígenas, y por qué lo que suceda con la selva brasilera debería importarle a todo el continente.
Por Helena Calle ([email protected])
El lunes, el cielo de la ciudad brasilera de Sao Paulo ennegreció a las tres de la tarde gracias al humo proveniente de las inmensas quemas de la selva amazónica del vecino estado de Acre, en Brasil, que se declaró en emergencia junto con el estado de Amazonas por las vastas regiones afectadas por el humo.
Aunque este mes es considerado el más seco del año (lo que facilita la tala y quema de bosque), los incendios de los bosques amazónicos de Brasil ya superaron con creces lo que se considera “normal”. Según el Instituto Nacional de Investigación Espacial (INPE), Brasil está experimentado la mayor ola de incendios de los últimos cinco años, y el 50.5 % sucedieron en la Amazonia.
Las llamas están activas hace 17 días, y aunque aún no hay cifras de la magnitud del daño, el satélite Aqua de la NASA indica que hay 63.000 puntos de calor activos en la Amazonia, en particular en los municipios más deforestados. Según dijo ayer el presidente ultraderechista de Brasil, Jair Bolsonaro, las ONG ambientalistas están detrás de los incendios.
Pero son los ambientalistas quienes están preocupados por una serie de decisiones que ponen en peligro la conservación de la selva amazónica que transporta 20 millones de toneladas de agua a través de América (lo que la hace clave en la lucha contra la crisis climática) y que es hogar de cerca de 900.000 indígenas de 305 pueblos distintos cuya supervivencia depende del bosque.
Según explica Dolors Armentera, profesora de Biología de la Universidad Nacional y directora del grupo de investigación sobre incendios «Ecomold», «“todos los años hay temporada seca en donde hay más incendios, en particular porque la gente que usa el fuego como herramienta de manejo espera a que la biomasa no esté tan húmeda. Pero así se den las condiciones climáticas, todos los incendios son producto de la mano de un humano. Los campesinos lo hacen para cultivar, los que talan bosques, para establecer cultivos o ganadería, y así. Este año no es particularmente seco, esto responde a la mano que quema. Estos fuegos están asociados a la deforestación tan aumentada en Brasil. Se han estimulado a madereros y campesinos a limpiar y ocupar territorio, en particular la zona de Rondonia, y el triángulo entre Paraguay, Bolivia y Brasil”. Armenteras también recordó que Brasil, así como Colombia, ocupan los primeros lugares en el vergonozo rankin de los países más letales para defensores ambientales. (Le interesa: La Amazonia se acerca al punto de no retorno)
«Aparentemente, la intensidad está relacionada con algún movimiento organizado por los agricultores que comenzó en Novo Progressso y se extendió a los otros Estados. Mi opinión: están actuando respaldados por las posiciones de Bolsonaro contra las organizaciones ambientales. Una pesadilla», escribió a este diario la experta en deforestación, Ana Paula Dutra Aguiar.
El Trump tropical
Cuando subió a la presidencia, en enero, Bolsonaro anunció que combinaría los ministerios de Medio Ambiente y Agricultura, lo que dejaría la conservación en manos de los defensores de la agroindustria. También amenazó con cerrar la Fundación Nacional del Indio (FUNAI) y entregar sus tareas al Ministerio de Agricultura.
Aunque desistió de ambas propuestas, nombró a Tereza Cristina como ministra de Agricultura. Según apunta CNN, ella dirigió el lobby agrícola en el Congreso y dijo que Brasil debe poner fin a su “industria de multas” por infracciones ambientales. Por otro lado, un juez encontró culpable a su ministro de Ambiente, Ricardo Salles, de alterar mapas en un plan de protección ambiental para beneficiar a las empresas mineras en 2016. A pesar de la condena, fue juramentado.
También en enero firmó un decreto que entrega responsabilidades al Ministerio de Agricultura sobre las decisiones vinculadas a tierras que reclaman los pueblos indígenas. El decreto, que aún no ha sido aprobado por el Congreso de Brasil, permitiría actividades comerciales en 15 millones de hectáreas de territorio indígena. Para Antonio Lobo-Guerrero, director de la Fundación Etnollano, este punto es preocupante: «Hay una taimada destrucción de las instituciones ambientales indígenas. No es solo un problema de soberanía para las personas indígenas, a quienes pertenece esa selva, y la razón por la cual eso sigue en pie. La agroindustria de la soya y del ganado extensivo es a quien más le interesa quitarle espacio a la toma de decisiones indígenas. Sí, la Amazonia se incendia a veces. Pero no así. Hay una taimada destrucción de las instituciones ambientales indígenas. No es solo un problema de soberanía para las personas indígenas, a quienes pertenece esa selva, y la razón por la cual eso sigue en pie. La agroindustria de la soya y del ganado extensivo es a quien más le interesa quitarle espacio a la toma de decisiones indígenas. Sí, la Amazonia se incendia a veces. Pero no así”.
Para Carolina Gil, directora de Amazon Conservation Team en Colombia (que financia Infoamazonia), la decisión más preocupante de Bolsonaro fue cancelar el comité técnico que decidía a dónde iba el dinero de Fondo Amazonia, el organismo financiero que recibe donaciones de Alemania y Noruega desde 2008 para la conservación de la selva amazónica, y hacer que el manejo del dinero pasara a operadores privados y no al Banco Nacional de Desarrollo (BNDES), que es público. Tras la decisión del presidente sudamericano, a mediados de agosto, ambos países decidieron congelar las donación de 65 millones de euros.
“Las políticas del Gobierno brasileño en el Amazonas despiertan dudas sobre si aún están persiguiendo el objetivo de reducir de forma sostenida la tasa de deforestación”, dijo la ministra de medio ambiente de Alemania, Svenja Schulze.“En la mayoría de países amazónicos lograr presupuestos para conservación que se sostengan en el tiempo es muy difícil. Que los países del norte de alguna manera compensen con donaciones para conservar era ideal porque los recursos se sostienen en el tiempo. Esto es un mensaje muy negativo: las inversiones en conservación dependen de cambios políticos, y eso podría afectar el interés de la Cooperación Internacional en otros tipos de fondos”.
Gil también se refirió al despido de Ricardo Galvão, el jefe del Instituto Nacional de Investigación Espacial (INPE), quien publicó las alarmantes cifras de deforestación: en el último año, la tasa de deforestación en la región aumentó en un 278 %, superando los 5.879 millones de kilómetros cuadrados. Para Bolsonaro, el científico es un “mentiroso”.
Para Martín von Hildebrand, quien trabaja por la conservación de la Amazonia colombiana desde hace 40 años, el discurso que considera que la conservación bloquea el desarrollo económico es anacrónico y peligroso. “Por un lado, invita a la gente a invadir y le abre la puerta a la explotación ilegal de oro, madera y soya, y alienta a la muerte y expropiación de indígenas. Por el otro, la política de Bolsonaro está amenazando en términos hídricos la seguridad nacional de los países Andino Amazónicos como Colombia. Al promover la deforestación está destruyendo el ciclo del agua que alimenta la cordillera de los Andes. Los bosques absorben el agua del subsuelo como pitillos y la liberan en la atmósfera: 17 millones de toneladas de agua viajan hacia los Andes como nubes y bajan por el río Amazonas, el ciclo del agua normal. Pero si Bolsonaro sigue, arriba nos quedamos sin agua, y lo que bajaría a las hidroeléctricas en Brasil sería insuficente para generar energía; tampoco le conviene a él”, explica.
El profesor de la Universidad Nacional, sede Medellín, Germán Poveda, lo explica así: «Bolsonaro ha querido sacar pecho diciendo que la Amazonia es de ellos, pero cabe recordar que es de ueve países, y lo que pase con la Amazonia de Brasil afecta a todo el continente y al mundo. El vapor de agua que evapora el bosque amazónico es exportado hacia la cordillera de los Andes, y vuelve a bajar por el piedemonte amazónico hasta el río de La Plata, al sur de América. Los glaciares se nutren de esas aguas amazónicas. Ya están desapareciendo gracias al calentamiento de la atmósfera, y si le quitas otra fuente de humedad, se acelera el descongelamiento. Si se sigue deforestando, se altera el ciclo hídrico completamente. Ciudades como Sao Paulo, Buenos Aires y hasta Bogotá sufrirían de escasez. Y no solo baja el caudal río abajo, sino que se reduciría la cantidad de sedimentos con que los ríos andinos alimentan los ríos amazónicos. Los mismos sedimentos que hacen posible la increíble biodiversidad de la Amazonia”.
Según dijo la coordinadora de Greenpeace Brasil, Tica Minani, al portal Technology Review, las decisiones de Bolsonaro podrían aumentar dramáticamente las emisiones de gases de efecto invernadero. “El Bioma Amazónico almacena grandes cantidades de gases de efecto invernadero en árboles, pastos, raíces y tierra. La retórica de la campaña de Bolsonaro y los vínculos con los agronegocios han llevado a los observadores a temer que presionará para aflojar las normas y el monitoreo ambiental. Eso podría alentar a los agricultores a quemar o limpiar más tierras para la soja, la caña de azúcar y el ganado, liberando grandes cantidades de CO2”.
Según un estudio conducido por la NASA en 2011, cada hectárea de bosque amazónica almacena entre 125 y 200 toneladas métricas de CO2 por hectárea. Si las tasas de deforestación en la Amazonía brasileña superan las 20.00 hectáreas, las emisiones anuales de GEI aumentarían a casi 3 mil millones de toneladas métricas. Eso es casi la mitad de las emisiones anuales totales de EE. UU.
Las imágenes de los incendios que han recorrido el mundo son dramáticas, sin embargo, el Bioma mide 7.4 millones de kilómetros cuadrados y es considerado el bosque continuo más extenso del mundo. Gran parte de la selva continúa en pie. Preocupa, eso sí, que el país con mayor porción de selva amazónica (61 %) esté explícitamente en contra de los esfuerzos del resto de países amazónicos para conservar la selva.