La justicia determinó que Édgar Orlando Gaitán Camacho, quien se autodenominaba guía espiritual indígena, abusó de tres menores de edad entre 2008 y 2012 en una finca de La Vega (Cundinamarca). Aunque no hay una cifra oficial, se dice que puede haber muchas más víctimas.
Por Pilar Cuartas Rodríguez (@pilar4as)
Ellas soñaban con sanar sus dolores. Unas anhelaban recuperar el deseo de vivir o de superar la soledad, y otras simplemente curar anomalías físicas o enfermedades letales. Por eso, acudieron adonde el supuesto taita Édgar Orlando Gaitán Camacho, autodenominado “mesías”, quien se aprovechó de la fe de algunas de estas mujeres para agredirlas sexualmente. Todavía no existe una cifra exacta sobre el total de víctimas de este hombre de sesenta años, pero se estima que puede pasar de cien, la mayoría asentadas en Cundinamarca, Antioquia y Meta. Por ahora, la justicia acaba de confirmar al menos tres casos de violación y por eso ya cree que el presunto chamán es el culpable. (Lea aquí: Los líos del taita Orlando)
Édgar Orlando Gaitán Camacho nació el 25 de diciembre de 1958 en Sucre (Santander) en el seno de una familia campesina. El hombre, de piel trigueña, contextura gruesa y 1,68 metros de altura, estudió hasta cuarto de primaria y salió temprano de su territorio. Es un misterio saber cómo logró constituirse en autoridad en asuntos indígenas, incluso para contratar con el Estado, pues sus padres y abuelos no tenían ese arraigo. No creció entre lujos, pero en la medida en que fue ejerciendo el oficio de “curandero” logró hacerse una buena suma de dinero. Lo que sí se sabe, según las investigaciones, es que comenzó actividades en la Asociación de Trabajadores Campesinos del Carare (ATCC). (La fundación del Taita y el Distrito)
Desde joven se vinculó a las actividades gremiales, y así conoció a líderes militantes de causas campesinas. En ellas hizo fama y llegó a ser presidente de la ATCC. Por eso, a comienzos de los años 90 recibió, a nombre de la organización, el Premio Nobel Alternativo de Paz en Estocolmo (Suecia). Luego trabajó como contratista del Estado en temas de cultura indígena, lo cual le permitió acercarse a estas comunidades y viajar por distintas zonas, hasta familiarizarse con la medicina ancestral y el uso de plantas sagradas, en especial el yagé. Fue discípulo de chamanes reconocidos y luego se autoproclamó “taita” (persona sabia) y creó su colectividad: la comunidad carare, en la finca El Sol Naciente, de La Vega (Cundinamarca). (Lea aquí: Chamán acusado de abuso sexual tuvo contratos con el Distrito)
A la par, el “taita Orlando” conformó la Fundación Carare, con la que se volvió contratista del Distrito, y también la IPS Maya Pijá, donde ofrecía a sus pacientes mejorar su calidad de vida. Decía que era descendiente de los indígenas carare y su último sobreviviente, aunque la lengua carare se extinguió en la primera mitad del siglo XX. Ganó unos quinientos adeptos y su comunidad se fue expandiendo en El Sol Naciente, donde instruía bajo la consigna de “no hacer daño, no hacerme daño y no permitir que me hagan daño”. Era un hombre inteligente, con buen manejo de la palabra y con autoridad en el conocimiento médico y espiritual, así que no había mucho margen para dudar de su credibilidad.
La especialidad del taita Orlando era la distribución del yagé, con brebajes que para algunas comunidades indígenas tienen poderes curativos. Durante casi dos décadas aseguró curar todo tipo de males por medio de los rituales con estas tomas y su foco fueron las mujeres. Sus pacientes y sus mismas empleadas acudieron a él sumergidas en diversos problemas y en busca de respuestas. Sin embargo, algunas terminaron siendo víctimas de agresiones sexuales y sumidas en episodios depresivos. Muchas de ellas tardaron hasta diez años en denunciar. ¿Quién les iba a creer? Su agresor era la persona más respetada de su comunidad, además contratista del Estado y “hombre de paz”.
Los primeros rumores sobre abusos sexuales se conocieron hacia 1999, cuando algunas mujeres se atrevieron a contar que Gaitán las tocaba durante las supuestas terapias con yagé. Los casos susurrados no llegaron nunca a oídos de la justicia y el mismo taita Orlando juró a sus personas más cercanas que un demonio “lo había tentado a través de una mujer” y, en consecuencia, se declaró víctima de una lucha “entre el bien y el mal”. Mientras tanto, uno de sus mentores calificó el hecho de “picardía”, fácil de remediar. Pero las agresiones no se detuvieron, continuaron en silencio hasta 2012, cuando una joven de 17 años contó a sus padres los vejámenes a los que la sometió Gaitán.
La menor de edad narró que fue abusada por el taita en cuatro ocasiones, en medio de sesiones con yagé para curar unos quistes en sus ovarios. El agresor, sin su consentimiento, manoseó sus partes íntimas y la besó. Ella lo conocía desde los seis años porque fue una persona muy apreciada en su familia. Era el “salvador” de su madre, pues años antes supuestamente la había “curado” de un cáncer de útero mientras estaba embarazada. Había presión social, pero la joven no resistió el dolor y habló. Sus padres confiaron en su relato y acudieron al Consejo de Familia de la comunidad carare, donde el tema no pasó a mayores; y después a la Fiscalía, que inició una investigación penal.
Esta historia llevó a otra y de inmediato le dio paso a una avalancha de relatos similares. Aunque no todos llegaron a los estrados judiciales, por temor, desidia o simplemente por amenazas, nueve de las víctimas radicaron sus denuncias en la Fiscalía y pusieron al descubierto patrones comunes en el modus operandi de Gaitán: las violaciones ocurrieron en su casa en el barrio Polo Club, al noroccidente de Bogotá, en la finca de La Vega o en las instalaciones de Maya Pijá. Además, los hechos sucedieron durante supuestas sanaciones con yagé, y en todos los casos, las denuncias fueron sobre las mismas conductas: el supuesto chamán las tocó y las violó.
Por ejemplo, en uno de los casos documentados, Gaitán prometió a una de las víctimas que la ayudaría a superar el duelo por la muerte de un familiar y para ello la citó a una ingesta de yagé a la que debía llegar sin nada debajo de su falda. A otra mujer, con problemas en su matriz, la despojó de su ropa interior mientras la manoseaba. Ella, muy asustada y confundida en medio del ritual, le reclamó tiempo después porque él se había sobrepasado en su relación paciente-médico. Pero Gaitán le dijo que ella había malinterpretado todo, destacando el carácter sagrado de la falsa curación y por estas razones, en vez de reconocer su exceso, la hizo sentir culpable.
Una tercera víctima afirmó también que buscó al taita por un malestar en su sistema reproductivo, pero que él terminó pidiéndole que abriera sus piernas para introducirle los dedos de forma masturbadora, advirtiéndole además que si contaba a alguien lo sucedido, la sesión no surtiría su efecto de sanación. En otra narración se lee que una mujer contó que el supuesto chamán indígena pidió que le practicara sexo oral mientras ella cargaba a su bebé en brazos. Los detalles que entregaron las víctimas a las autoridades fueron abrumadores y muchos de ellos salieron a la luz tras años de terapias psicológicas, mediante las cuales las mujeres lograron poder hablar de lo sucedido.
Entre las pruebas claves del proceso penal fue allegado un dictamen pericial practicado por una de las mejores psiquiatras forenses del país. Ella explicó por qué algunas denunciantes padecieron hasta 16 abusos sin ser conscientes de que estaban siendo agredidas sexualmente. La profesional afirmó que las víctimas se encontraban en un estado de inferioridad psicológica y que el contexto ritualístico les impedía comprender lo que realmente estaba pasando. Sencillamente estaban confundidas o en estado de shock, pues le profesaban mucha admiración y respeto al llamado taita Orlando.
“(La víctima) fue llevada a una condición de inferioridad psíquica, al lograr, mediante la sugestión y la utilización de sustancias como el yagé, alteraciones cualitativas de la conciencia, impidiéndole entendimiento a la relación sexual, así como dar su consentimiento efectivo y válido. Ello se logró mediante la estrategia psicológica de manipulación personal, cuyo fin era depositar la confianza en el victimario por su posición de superioridad y alarde de conocimiento, al punto que la examinada fue inducida a error y no logró comprender la reprobabilidad de la conducta esperada por parte de esta persona (…) se puso en ella la culpa por no elaborar de manera positiva estos eventos traumáticos, lo que redundó en la aparición de sintomatología depresiva de intensidad importante”, afirmó la psiquiatra.
La fe también jugó un papel importante. La profesional agregó que si una persona tiene una creencia férrea, no permite la crítica. “Por eso, estas cosas que tienen que ver con religiones y sectas son actos de fe, no permiten la crítica (…) Si yo preguntara a alguno de los miembros de la familia de Charles Manson, la familia entendida como la comunidad que armó (…), si se permitían criticarlo, evidentemente no. Él nunca les pidió matar, pero es que el afán de complacer al líder gana, la imposibilidad de criticarlo gana, y por eso ella hubiera podido durar mucho más si alguien no habla”, concluyó la psiquiatra.
El Juzgado Promiscuo del Circuito de Guaduas (Cundinamarca) creyó en este dictamen y anunció la semana pasada el sentido de fallo condenatorio contra Gaitán al hallarlo culpable por el delito de acceso carnal con persona puesta en incapacidad de resistir. La decisión se tomó por tres de los casos conocidos y lo absolvió en los seis restantes. El ente acusador demostró que, entre 2008 y 2012, el taita utilizó sus conocimientos sobre la cultura indígena para hacerse pasar por chamán y abusar de menores usando yagé. Lograba que sus víctimas perdieran su voluntad para violarlas. El 21 de noviembre, a las 8:30 a.m., se sabrá cuántos años de cárcel tendrá que pagar.
Las víctimas recibieron con beneplácito el fallo, pero a la vez expresaron su tristeza por aquellos casos en los que no se logró evidenciar la agresión sexual. Según algunas, hoy ven en la sentencia una declaración de verdad, con contraste con lo que les sucedió hace una década, donde en la Comunidad del Carare fueron calificadas de “poseídas por el mal”, “ambiciosas”, “provocadoras”, “labradas por las mentiras” o “culiprontas”. Pasaron muchos años con este tipo de estigmatizaciones a cuestas. A una de las mamás de las denunciantes la llamaron “proxeneta”, cuenta la antropóloga Betty Sánchez en su tesis de maestría “Entre la fraternidad y la violencia. Un caso de neochamanismo urbano”.
En contraste con quienes se atrevieron a develar la farsa del chamán Édgar Orlando Gaitán, otras mujeres decidieron olvidar. Por eso, las víctimas les han pedido que, por el contrario, lo que debe hacerse ahora es recordar. Y por eso insisten en que otras mujeres que hayan sido abusadas por el taita Gaitán se acerquen a las autoridades para denunciar. “Que recuerden que no están locas, que no son mentirosas”, dice una de las víctimas. Y le piden a la justicia que materialice cuanto antes la orden de captura contra el agresor, porque en vez de estar tras las rejas, se dice que sigue haciendo rituales de sanación con yagé en México.
*Si conoce más casos, escriba a [email protected]