Investigadores de la Javeriana y los Andes las estudiaron durante un mes en el resguardo indígena ticuna en El Vergel, Leticia, encontrando que, a pesar de que el tamaño y la diversidad de las chagras disminuyó entre 1970 y 2016, estas se han adaptado a múltiples cambios.
Por María Mónica Monsalve S. / [email protected] / @mariamonic91
Valentina Fonseca fue guardaparque del Amazonas cuando tenía veinte años. Durante un mes y aprovechando unas vacaciones mientras estudiaba Ecología en la Universidad Javeriana, se internó en las selvas del Parque Nacional Natural Amacayacu, río arriba del Amazonas. Su padre, actor profesional, también fue funcionario de este departamento cuando era joven, por lo que Valentina creció escuchando historias sobre esta región, una que siempre la ha sorprendido.
Años después, cuando tuvo que decidir el tema para su tesis de pregrado, volvió a elegir el Amazonas. Y se fue a vivir, de nuevo durante un mes, al resguardo indígena ticuna en El Vergel, en el municipio de Leticia. Allí se dedicó a estudiar un tema que, quizás, es de los menos explorados del Amazonas colombiano: cómo han cambiado con el tiempo las chagras y el conocimiento ecológico tradicional.
Su investigación, convertida luego en un artículo científico, fue publicada en la revista Ecology and Society y hará parte de una edición especial sobre el uso sostenible de la tierra en Latinoamérica. El estudio concluye que aunque las chagras se hicieron menos extensas y diversas entre 1970 y 2016, siguen resistiendo, pues han soportado transformaciones tan grandes como la esclavización de los indígenas, la bonanza del caucho, los cultivos ilícitos y la llegada del Estado, con sus subsidios, su educación y su propia lógica del mercado.
El Vergel, declarado resguardo indígena en 1983, tiene una población de 396 personas que viven en cuarenta casas. Valentina, tras contactar al curaca —líder de esta comunidad— y pedirle permiso, entrevistó a 12 indígenas y exploró seis chagras de distintas familias.
A los primeros les preguntó cómo manejaban las chagras, qué ritos tenían y cómo recordaban que las cultivaban sus padres y abuelos. En cuanto al segundo aspecto, midió el tamaño de las chagras, con un GPS, y contó el número de especies de plantas cultivadas en cada una.
Lo fácil, por así decirlo, fue descifrar qué tanto habían cambiado las chagras físicamente. Antes de 1970 el promedio de una chagra era de tres a cinco hectáreas, pero ahora miden de 0,06 a 0,034 hectáreas. Además, los abuelos recordaban chagras que duraban produciendo cultivos entre 24 y 36 meses, y en las que se sembraban hasta 125 especies de yuca. En las de ahora, el escenario es otro: los tiempos de producción se redujeron a dos y 15 meses, y las especies de yuca apenas llegan a 11.
¿Por qué? Valentina encontró varias razones. “Las chagras pasaron de tener una razón de subsistencia a una comercial, interesada en producir más rápido. Además, con la llegada del turismo y la educación, el rol en la chagra se empezó a compartir con otras actividades, como ser guía turístico o ir al colegio”, comenta. “Pero lo importante es que han seguido existiendo, aunque se reconfiguró su uso”.
Entender cómo ha cambiado el tiempo que se le ha dedicado a estos espacios se puede resumir en la respuesta que le dio un indígena a Valentina: “A veces mis hijos no pueden venir conmigo a la chagra porque tienen tarea de la escuela, pero los fines de semana sí vienen a ayudarme”.
La chagra es un concepto difícil de entender “incluso para mí”, comenta la investigadora. Pero el estudio hace el siguiente intento por describir su ciclo: “Se selecciona el lugar, se hace la limpieza del terreno, la tala, la siembra, el cuidado, la cosecha, la segunda siembra, el período de barbecho, el abandono y, en última instancia, el retorno del sitio a los dueños espirituales de esa tierra”.
Pero este ciclo también se ha venido transformando. “A nivel de cosmovisión, las chagras han cambiado su significado en la manera como conectan con el territorio”. Los rituales para pedir permiso y devolverlo a sus dueños espirituales no siempre se hacen y a los suelos, muchas veces, no se les deja descansar.
Todo esto, sin embargo, quiere decir que la chagra sigue viva. En esto concuerdan los tres autores del estudio, ya que en este también participaron Julián Idobro, profesor de los Andes, y Sebastián Restrepo, quien fue el director de su tesis de la Javeriana. Las chagras han tenido la capacidad de transformarse y sobrevivir. Se han adaptado a los cambios, lo que las convierte en un ejemplo de cómo el conocimiento ecológico tradicional y su uso de la tierra tiene varias pistas de hacia dónde debe dirigirse el desarrollo sostenible del Amazonas.
“Cuando el Gobierno toma decisiones como cero deforestación en el Amazonas o hacer un uso sostenible de la selva, primero debería ir allá y entender cómo han afrontado los cambios ellos”, señala Valentina.
Foto: Cortesía Valentina Fonseca Cepeda.