Raquel Espinosa aún recuerda con claridad uno de los veranos más fuertes que ha vivido en las sabanas del Yarí, entre los municipios de La Macarena y San Vicente del Caguán. Cuenta que ese día de febrero, durante la temporada seca del año, su casa quedó completamente incinerada por el fuego que recorrió más de 40 kilómetros de terreno. “Perdimos todo, la candela parecía imparable”, señala la hoy presidenta de la Asociación Ambiental de Mujeres Trabajadoras por el Desarrollo del Yarí (AAMPY), una de las organizaciones conformadas por campesinos comprometidos a trabajar por la conservación de un punto estratégico de la Amazonia colombiana.
Como Raquel existen 60 mujeres más que conforman la organización AAMPY y trabajan, articuladas con otras asociaciones campesinas, en proyectos de sostenibilidad ecológica de la región. Un esfuerzo que surgió en medio de un contexto tradicionalmente ganadero, caracterizado por las altas cifras de deforestación que allí se reportan. Según el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam), durante 2020 en Colombia se deforestaron 109 mil hectáreas de bosque en el país y las sabanas del Yarí conformaron uno de los 12 núcleos de deforestación donde se concentró el 67 % de pérdida de bosque a escala nacional.
Lo cierto es que con el pasar del tiempo la importancia ecológica de las sabanas del Yarí es cada vez más reconocida por las comunidades locales, mayoritariamente ganaderas, que se están planteando nuevas formas de producción. “Estamos intentando pensar en nuevas formas de trabajo, no solo la ganadería, porque entendemos que habitamos un corredor biológico entre el Parque Nacional Natural Tinigua, la Serranía de La Macarena, el Parque Nacional Natural Cordillera de los Picachos y la Serranía de Chiribiquete”, explicó a El Espectador Raúl Ávila, presidente de la Corporación de Trabajadores Campesinos Agropecuarios Ambientales de los Llanos del Yarí (Corpoyarí).
Un trabajo que no solo se ha caracterizado por la pedagogía ambiental, sino también por la implementación de apuestas en el país, como lo es el proyecto Amazonia Sostenible para la Paz, una apuesta del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que busca proteger 84 mil hectáreas de bosque amazónico. “Llegamos a una zona con un antecedente de posturas en relación con el ambiente y con una fuerte presión por hacer sus sistemas productivos acordes con una agenda ambiental propuesta por las mismas comunidades”, señaló Miguel Mejía, coordinador de la iniciativa.
A través del proyecto, cerca de 18.000 hectáreas han sido priorizadas por su gran oferta de servicios ambientales y se espera convertirlos en Paisajes Productivos Sostenibles, una estrategia que permite a las comunidades proteger y recuperar los ecosistemas que habitan.
Fabio Lozano, biólogo de la Corporación Paisajes Rurales, asesora del proyecto, explicó que es una iniciativa que busca orientan los procesos de producción que ya existen y proponer alternativas a los usos y manejos del suelo para impedir que se siga incrementado la afectación ambiental. “Fue una apuesta que nació buscando orientar a nivel predial cambios y decisiones en los usos del suelo bajo una orientación de planificación a escala de paisaje, reconociendo que las decisiones debían tomarse desde el territorio y directamente por los propietarios del predio. Se convirtió en una negociación donde se cede y se compromete para la conservación, pero no se impone”, explicó.
A la iniciativa ya se han unido 27 fincas, ubicadas entre los municipios de La Macarena y San Vicente del Caguán, que además de incrementar otras actividades como la piscicultura y el cultivo de algunos alimentos para tener más ingresos, también están intentando cambiar la forma en cómo desarrollan la ganadería. “Estamos pensando cómo lograr que los campesinos del territorio implementemos nuevas formas de producción sin dejar del todo la ganadería, nuestra principal economía, y para hacerla más sostenible hemos reducido los espacios donde se encuentra el ganado, y hemos rotado las hectáreas para restaurar”, agregó Raúl Ávila.
De los predios que ya forman parte del proceso se rescata la conservación biológica de más de 147 especies de aves que habitan la zona, cerca de 354 especies de plantas y 33 drenajes de agua que aportan a las subcuencas de los ríos La Tunia y El Losada. “Estamos en un territorio rodeado por parques naturales muy importantes, entonces es claro que la conectividad entre un ecosistemas amazónico y andino es clave”, señaló Fabio Lozano.
La escuela campesina
El voz a voz de los campesinos de las sabanas del Yarí ha sido una de las principales características del proyecto, con el que a través de la puesta en común de los conocimientos locales se ha reforzado la importancia de conservar. “Los campesinos somos médicos, ingenieros y hasta arquitectos. Toda esa sabiduría campesina se ha juntado. No es en un aula de clase, sino que vamos a sembrar, hacemos abono orgánico y casi todos los días nos reunimos en las diferentes fincas”, dijo Raquel Espinosa.
Y aunque algunas de las capacitaciones y orientaciones sobre métodos de producción sí se hicieron con la ayuda de expertos externos, uno de los retos más grandes, cuenta Lozano, fue el respeto a los conocimientos previos que ya tenían los campesinos. “Creemos que cuando la formación y la capacitación se hacen creyendo que yo soy el que sé y la otra persona solo está para aprender, no se logran conexiones. Pero cuando uno comparte con la gente se valora mucho ese respeto y está más abierta el cambio”, dijo el director de proyectos de Paisajes Rurales.
Para Jimena Puyana, coordinadora del PNUD Colombia, el proyecto Amazonia Sostenible para la Paz no solo permite a las comunidades seguir generando ingresos, sino que los orienta para hacerlos sostenibles. “Es una nueva forma de verse ellos mismos como actores activos de la conservación y del cuidado del medioambiente, y no solo como los malos del paseo. La idea es que se reconozcan y que los reconozcan desde afuera como personas que pueden aportar a un gran cambio ambiental”, concluyó.