La lucha de los Guardianes de la Selva, grupo de indígenas del pueblo Guajajara de Maranhão, en Brasil, por defender su tierra de los invasores y garantizar su existencia en medio de la pandemia de la covid-19.
Por Manuella Libardi
Si le preguntáramos al líder indígena Olimpio Santos Guajajara cuándo se organizaron los Guardianes de la Selva, su respuesta sería muy simple: en 1500, el año del desembarque de la armada del portugués Pedro Álvares Cabral en Brasil. El grupo indígena que protege lo que quedó de la Amazonía en el estado Maranhão, en el nordeste del país, fue oficializado como tal en 2013, pero para los Guajajara de la Tierra Indígena (TI) Arariboia esa fecha representa únicamente la formalización de una lucha a la que ellos han dedicado ya más de cinco siglos.
Los Guardianes de la Selva son un grupo de 120 defensores que protegen las 413 mil hectáreas de la TI Arariboia contra los crímenes ambientales perpetrados casi siempre por madereros ilegales. Este territorio, ubicado en el sudeste del estado, alberga cerca de doce mil indígenas de los pueblos Guajajara, Awá-Guajá y Awá, este último se encuentra en aislamiento voluntario. Los Guajajara son los principales responsables de la protección de estas tierras y también las principales víctimas de asesinatos.
La tarea del grupo es ardua y muy arriesgada. Tan solo en los últimos 20 años, 49 indígenas de la etnia Guajajara, autodenominados Tenetehar, fueron asesinados en conflictos armados con madereros en Maranhão, señala un informe del Centro Indigenista Misionero (CIMI). Según los investigadores, desde 2006 se registraron 44 invasiones por ocupación ilegal de tierra, veinte de ellas en los últimos seis años. Esto hace que Arariboia sea por mucho la tierra indígena más afectada por la violencia en el estado.
Para los Guajajara, la defensa de su territorio es ancestral. Olimpio Guajajara, de 46 años, líder de los Guardianes de la Selva, afirma que su participación en el grupo inició desde el momento en que tomó aire al nacer. “Mi bisabuelo era un gran guerrero dentro de nuestra tierra. Soy Guardián desde que nací”, afirmó Olimpio por teléfono.
La imagen del indio guerrero forma parte del imaginario colectivo brasileño. Los libros de historia cuentan los hechos de líderes como Cunhambebe y Aimberê (Tupinambá), y Arariboia (Temiminó), protagonistas en las batallas sangrientas entre colonizadores portugueses y franceses por el dominio de las tierras del área de la Bahía de Guanabara, en el estado de Río de Janeiro; conflictos que definieron el destino de Brasil en el siglo XVI. Los cuentos de los valientes guaicurus, etnia originaria del Pantanal que se apropió de la tecnología y de los caballos portugueses para aterrorizar a los invasores, llegaron a los extremos del país a través de la tradición oral. Aún existe mucha influencia de estas historias en la cultura pop. El Papa-Capim, por ejemplo, uno de los personajes de las caricaturas de Turma da Mônica, del caricaturista Maurício de Sousa, sueña con ser un gran guerrero de su tribu al crecer.
Olimpio Guajajara y los Guardianes de la Selva son herencia viva de la lucha de los pueblos indígenas de Brasil, dedicados a cuidar de un patrimonio natural que debería ser prioridad de todos. Allá están prácticamente solos contra los enemigos: madereros, fuerzas policiales que le dan la espalda al problema y políticos con agenda de explotación de los recursos naturales. Y, por si fuera poco, ahora tienen que luchar contra los efectos devastadores de la covid-19.
¿Quiénes son los Guardianes?
Los Guajajara comenzaron a discutir la formalización del grupo de vigilantes de la tierra en 2007. El marco de esa discusión se generó tras la muerte del líder Tomé Guajajara, de 60 años. Según informaciones del CIMI, el crimen sucedió en la mañana del 15 de octubre de aquel año, cuando quince hombres armados invadieron la aldea Lagoa Comprida, en el municipio de Amarante do Maranhão. Tomé fue asesinado tras recibir seis disparos después de reaccionar al ataque de uno de los invasores. El grupo dejó otros dos indígenas heridos: Madalena Paulino Guajajara, quien recibió un disparo en el cuello, y Antônio Paulino Guajajara, a quien hirieron con una bala en el brazo derecho.
Los ancianos de las aldeas que conforman la TI Arariboia les pidieron a los más jóvenes, en una reunión, que asumiesen la responsabilidad de defenderlos, sin esperar por el poder público. Seis años después, en 2013, una asamblea del pueblo Guajajara formalizó la creación de los Guardianes de la Selva.
“El trabajo que ellos hacen es de fundamental importancia. Creo que si no fuese por ellos, la Arariboia, la selva que aún nos queda, ya habría dejado de existir”, dice Gilderlan Rodrigues, coordinador de la Regional Maranhão del CIMI. “Ellos lograron disminuir las invasiones. Aún existen muchas, pero disminuyeron muchísimo. Adicionalmente, le dieron visibilidad a su lucha a nivel externo. Con ello, van a garantizar a las futuras generaciones un territorio preservado para que las nuevas generaciones puedan crecer alimentándose allí mismo y conociendo los animales, los rituales y la cultura de sus antepasados”, afirmó.
Las rondas se hacen en el perímetro de tierra demarcada y están a cargo de grupos de al menos cinco personas –pero la mayoría de las veces con mucha más gente–. Algunas de estas rondas se hacen en pocas horas pero es normal que duren días. Como muestran las fotos enviadas por los líderes Guajajara, las largas distancias tienen que recorrerlas a pie, pero también con la ayuda de motocicletas y cuadriciclos motorizados. Muchos de los defensores se pintan el rostro de rojo, usando pinturas extraídas de semillas locales como el onoto, siguiendo una tradición ancestral. Otros prefieren cubrirse el rostro con gorros para evitar ser identificados.
Después de reunir indicios de las invasiones, los Guardianes deciden qué regiones del territorio necesitan una vigilancia más frecuente y buscan identificar los caminos y carreteras abiertas en la selva por donde pasan los vehículos en los que se saca la madera. Según los datos más recientes obtenidos por el Instituto Socioambiental (ISA), entre septiembre de 2018 y diciembre de 2019, se abrieron 1.248 kilómetros de caminos para la explotación ilegal de madera dentro la TI Arariboia.
Uno de los objetivos de los Guardianes es descubrir campamentos de madereros ilegales e incautar equipos utilizados para extraer madera, como motocicletas, tractores y motosierras. Según el grupo, los elementos incautados se llevan directamente a las autoridades como evidencias del crimen. Sarah Shenker, activista e investigadora de la organización británica de derechos humanos Survival International, acompañó a los Guardianes en una de estas operaciones a un campamento ilegal. Estaba vacío pero el olor de comida indicaba que los criminales habían salido hace poco. Muchas veces estos encuentros entre los grupos acaba en muerte.
“A pesar del peligro, ellos saben que nadie va a proteger Arariboia si no hacen nada. Está en juego la supervivencia de un pueblo entero”, dijo Sarah en marzo de este año, refiriéndose específicamente a los Awá, pueblo que sigue en aislamiento voluntario y que ocupa tres por ciento del área protegida por los Guajajara. El pueblo tiene poco menos de cien miembros. De esta forma, la tarea de los Guardianes va más allá de proteger la selva y sus recursos y se extiende también hacia la protección del grupo clasificado por Survival International como el “más amenazado del mundo”.
“Defender nuestra tierra es defender nuestro pueblo”, dice Laércio Souza Silva, de 34 años, conocido en el grupo como Tainaky Tenetehar, también miembro de los Guardianes. Cuando era niño, escuchaba a los hombres mayores explicando las amenazas que sufrían. Para los Guajajara, la defensa del territorio también representa la defensa de su pueblo y su cultura. “No queremos que nuestra historia acabe aquí”, afirma Tainaky.
“Estos son nuestros guerreros, nuestros héroes”, afirma la líder indígena Cintia Maria Santana da Silva, o Cintia Guajajara, como es conocida localmente. Según ella, las consecuencias más nefastas de los ataques a su territorio son la deforestación y las quemas. La lucha que los Guardianes libran en la selva, Cintia la continúa en el ámbito académico. Ella tiene una maestría en Lingüística y Lenguas Indígenas del Museo Nacional, de la Universidad Federal de Río de Janeiro y ejerce los cargos de vicecoordinadora de la Articulación de las Mujeres Indígenas de Maranhão, consejera de la Unión de las Mujeres Indígenas de la Amazonía y representante de Brasil en la Coordinación de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (COICA). “Si nosotros no defendemos nuestro territorio, ¿a dónde vamos? No queremos proyectos grandes. Queremos salud y educación y que nuestras particularidades sean respetadas”.
¿Quiénes son los Guajajara?
Según la Secretaría Especial de Salud Indígena, adscrita al Ministerio de Salud, actualmente los Guajajara son cerca de 27 mil personas. Este es uno de los pueblos indígenas más numerosos de Brasil, se concentra en el estado de Maranhão y pertenece a una autodenominación más amplia, los Tenetehar, también escrito Tenetehára, que incluye a los Tembé, del estado vecino de Pará.
La lengua Guajajara pertenece a la familia tupi-guarani, y sus nativos la llaman ze’egete, que significa “el buen hablar”. Guajajara significa “dueños del tocado” y Tenetehar, “somos los seres humanos verdaderos”, de acuerdo con el programa Pueblos Indígenas de Brasil (PIB) del Instituto Socioambiental. Todas las aldeas Guajajara tienen como lengua materna la de su pueblo, mientras que el portugués tiene la función de lengua franca.
Estas son las “particularidades” tan preciadas para Cintia Guajajara, y que han estado bajo ataque desde hace varios siglos, tal como explicó Olimpio Guajajara. El primer contacto probable del pueblo Guajajara con no indígenas sucedió a comienzos del siglo XVII, a pesar de que las informaciones en ese sentido no son muy precisas. Según el médico e investigador István Van Deursen Varga, en un artículo publicado en 2008 en la revista científica Acta Amazónica del Instituto Nacional de Investigaciones de la Amazonía, existe un relato sobre un encuentro de los Guajajara con una expedición exploradora francesa, en la ribera el río Pindaré, en Maranhão, que fue anterior a la fundación de la capital del estado, São Luís, en 1612.
La investigación muestra que los expedicionarios volvieron con “noticias de una numerosa nación indígena a la que denominaron los ‘Pinariens’”. En 1615, los portugueses expulsaron a los franceses de la región y, el año siguiente, hicieron la misma expedición hasta la morada de los Guajajara. Estaban en busca de oro y esclavos. Comenzaba así un largo período de conflictos. “Para huir inicialmente de los portugueses cazadores de esclavos, de los terratenientes y señores de los ingenios y, finalmente, del servilismo y del control practicado por los jesuitas en sus aldeas, parte de los Tenetehara migró hacia la selva tupida del oeste (los Tembé) mientras que los otros siguieron ocupando los valles y las vías interfluviales entre los ríos Mearim y Grajaú (Guajajara), exponiéndose así a las consecuencias de una convivencia más temprana con los sucesivos frentes de expansión de la sociedad dominante”, escribe István.
Después de la expulsión de los jesuitas de Maranhão, en 1759, los Guajajara lograron recuperar parte de su antigua independencia, pero pasaron a ser objeto de una política de miscegenación (mezcla racial) intensiva.
TI Arariboia: la isla verde
En Maranhão, 76 por ciento de la selva amazónica originaria ya fue devastada, como muestra un estudio publicado en la revista científica Land Use Policy. Según los investigadores involucrados, el estado ya no cuenta con ninguna área de selva originaria fuera de las dieciséis tierras indígenas originarias reguladas por la Fundación Nacional del Indio. La TI Arariboia, con una superficie de 413 mil hectáreas, es el segundo mayor territorio del estado en área, únicamente por debajo de la TI Alto Turiaçu, con 530 mil hectáreas. Sin embargo, es por mucho la tierra más populosa y, por ello, con más vidas humanas en riesgo.
“Arariboia es una isla verde en el medio de un mar de desforestación. Los Guardianes están arriesgando sus vidas para proteger lo que queda de la selva de esta parte del Maranhão”, explica Sarah Shenker, de Survival International.
La economía de buena parte de las ciudades en el entorno de Arariboia se basó históricamente en las industrias extractivistas, principalmente en la explotación de madera. Con la degradación de las tierras no demarcadas, los madereros locales ven las tierras indígenas como una mina de oro. “Los Guajajara están en los territorios de lo que sobró de la Amazonía. Por ende, existe mucha madera allí y esto despierta interés”, afirma Gilderlan Rodrigues del CIMI. Entre los árboles de alto valor en el mercado, abundantes en la TI Arariboia, están el zabucajo, el angelim, ipé, cumarú, jatobá, copaíba y el cedro (también conocido como acaiacá).
El cultivo representa la principal actividad de subsistencia para el pueblo Guajajara, como explica el antropólogo Peter Schröder, de la Universidad de Pernambuco, en el sitio del PIB. La comida más común en la TI Arariboia son yuca, ñame, maíz, arroz, calabaza, frijol, avas, carás (pez amazónico), bananas, entre otros. Según Olimpio Guajajara, todos estos son la base de la salud indígena. La labranza se hace en dos etapas: “En la estación seca, de mayo a noviembre, se realiza la broca, tala, quema, hoguera y limpieza, mientras que de noviembre a febrero se hace la plantación y la remoción de la maleza”, escribió Peter.
La caza sigue siendo una actividad importante para los Guajajara de la TI Arariboia, señala Olimpio. Pero la actividad se volvió menos productiva en las últimas décadas debido a la competencia de los no indígenas y de las limitaciones de las áreas, como explica Peter Schröder. Otro factor que influyó en esta complicación fueron los incendios de 2015, que quemaron cerca de 200 mil hectáreas de la Arariboia, cerca del 50 por ciento del territorio, y devastaron las poblaciones de mamíferos y aves, lo que hizo disminuir la caza. Olimpio cuenta que poco a poco la caza está retornando a Arariboia. Entre los animales más comunes están los armadillos gigantes, gualacates (armadillos amarillos), osos hormigueros, zarigüeyas, perezosos, penélopes, pavones muitu, picures y monos.
Otras formas comunes de subsistencia son la pesca y la recolección de miel y de frutas, afirma Sarah Shenker. Según cuenta, algunos habitantes intercambian y venden productos de labranza. Existe también la producción de artesanías, cuyos principales clientes son personas no indígenas.
El acceso a la educación formal también dista mucho de lo ideal. Existen escuelas del gobierno en cada región de la TI Arariboia, pero no en cada aldea, explica Sarah. Algunas de las escuelas no estaban en funcionamiento, incluso antes de la pandemia, lo que obliga a algunos niños y niñas a ir hasta otra aldea para estudiar, o a asistir a escuelas con no indígenas. La violencia, sin embargo, sigue siendo el principal problema de la población indígena local.
Rastros de sangre en la selva
En Maranhão, la lucha en defensa de la tierra, de la cultura y del pueblo está marcada por la muerte. Según datos del Centro Indigenista Misionero, entre 2000 y 2020, 49 indígenas Guajajara fueron asesinados en el estado a raíz de conflictos con madereros. La TI Arariboia concentró dieciocho de estos crímenes. Apenas en los últimos dos meses de 2019 hubo cuatro muertos.
Una de esas víctimas recientes fue Paulo Paulino Guajajara, de 26 años, también conocido por su nombre indígena Kwahu Tenetehar. Según los líderes, el primero de noviembre de 2019 Paulo y Tainaky Tenetehar estaban cazando con arco y flecha en el municipio de Bom Jesus das Selvas, dentro de Arariboia, cuando fueron emboscados por un grupo de cinco hombres. Paulino fue sorprendido con un tiro en el cuello y murió. Tainaky también fue alcanzado por una bala en el brazo derecho y en las costillas, pero logró sobrevivir.
El caso recibió gran atención mediática y repercusión internacional, lo que no bastó para romper el ciclo de impunidad que impera en casos de violencia contra indígenas. La Policía Federal procesó a dos sospechosos por homicidio doloso en enero de 2020, pero ambos siguen sueltos.
De acuerdo con los datos del CIMI compilados entre 2006 y 2019, la TI Arariboia tuvo 20 casos registrados de invasión. En total, fueron 44 casos en tierras donde también se registraron asesinatos de indígenas Guajajara. Casi la mitad, 20 invasiones, ocurrieron en los últimos cinco años. “La certeza de la impunidad y la no fiscalización de los órganos responsables ayudaron a aumentar la violencia”, afirma Gilderlan Rodrigues del CIMI.
Jair Bolsonaro y los desafíos de la covid-19
No es mucha la ayuda que se espera del Gobierno Federal. El presidente Jair Bolsonaro (sin partido) fue electo con gran apoyo del agronegocio. En julio del año pasado, llegó a decir “este gobierno es de ustedes» a los miembros del Frente Parlamentario de la Agropecuaria, como informó el diario O Estado de S. Paulo. Por otro lado, no esconde su aversión a los pueblos indígenas, protegidos por la Constitución brasileña de 1988. Fueron décadas de declaraciones polémicas al respecto.
El primer ejemplo de este rechazo sistemático a la causa indígena se produjo el 15 de abril de 1998, en una declaración realizada cuando Bolsonaro aún era diputado federal, registrada en el Diario Oficial de la Cámara: “Los que sí fueron competentes fueron los de la caballería norteamericana que diezmó a sus indios en el pasado y, hoy en día, no tienen ese problema en su país”, afirmó. Además de esta última, siguieron varias otras, con un tono muy semejante. “No entro en esa mentira de defender la tierra para el indio”, dijo al sitio Campo Grande News en abril de 2015, después de ser homenajeado en el Comando General de la Policía Militar de Mato Grosso del Sur.
En abril de 2017, ya en campaña presidencial, dejó claro lo que haría cuando asumiese la presidencia: “No va a haber un centímetro demarcado para reserva indígena o para los quilombolas”, afirmó, según el Estado de S. Paulo. Una vez electo presidente, mantuvo su postura: “Con toda seguridad, el indio cambió, está evolucionando. Cada vez más el indio es un ser humano igual a nosotros”, dijo el 23 de enero de 2020, según el UOL. De acuerdo con Olimpio Guajajara, Bolsonaro “es responsable de una guerra fría contra mi pueblo y contra todo el pueblo brasileño”.
Como si no fuesen suficientes los enemigos de carne y hueso, la pandemia del nuevo coronavirus se convirtió en un nuevo adversario, haciendo de la región amazónica una de las más afectadas del país. En Brasil, hasta el 11 de septiembre de 2020, eran más de 31,3 mil casos confirmados de la enfermedad entre indígenas y por lo menos 793 muertes, alcanzando un total de 158 pueblos afectados, según datos de la Articulación de Pueblos Indígenas de Brasil.
Según Gilderlan Rodrigues, es difícil calcular cuántos casos hay dentro de la TI Arariboia, principalmente debido al bajo número de pruebas que se hacen dentro de la población local. Afirma también que para finales de agosto hubo seis muertes por covid-19 dentro de la tierra indígena y 80 casos confirmados, pero estima que el número es mucho más alto. Luego de que el brote llegase a Maranhão, los indígenas se articularon para formar barreras en los accesos a la Arariboia y, de este modo, proteger las aldeas. “El Distrito Sanitario Especial Indígena no cumplió con su papel”, agrega Gilderlan, refiriéndose a la unidad del Ministerio de la Salud responsable de implementar políticas sanitarias en tierras indígenas. “No creó un plan de contingencia, no instaló ningún lugar específico para tratamiento de los indígenas. Hizo un número mínimo de pruebas en comparación con la demanda y si no fuese por la iniciativa de los mismos indios, el cuadro podría ser muy diferente”.
“Las unidades de la Sesai, secretaría del Ministerio de la Salud, no reciben los recursos que necesitan para atender la salud indígena”, afirma la investigadora Sarah Shenker. “Entonces hay una escasez terrible de remedios, médicos, enfermeros y ambulancias”. Tan solo algunas aldeas cuentan con puestos de salud para atender problemas menores, y hay centros de salud de la Sesai en algunas ciudades que dividen tierras con la TI Arariboia, como Amarante do Maranhão y Arame. En la ciudad de Imperatriz, cerca de 200 kilómetros de la tierra indígena, existe una Casa de Salud Indígena, que se utiliza para procedimientos más complejos.
Para evitar más contagios, Olimpio Guajajara y los Guardianes de la Selva disminuyeron la frecuencia de las rondas, pero intensificaron el intercambio de información remota, utilizando principalmente la aplicación de mensajería WhatsApp. Cuando es necesario, grupos pequeños se encargan del monitoreo de los territorios, cubriéndose la nariz y la boca con mascarillas de protección. En el mes de julio, en plena pandemia, hubo una confrontación entre los Guardianes y los madereros, afortunadamente sin ninguna víctima que lamentar.
Desde la trinchera enemiga, no hay ninguna señal de retroceso. Entre agosto de 2019 y julio de 2020, los niveles de deforestación en la Amazonía brasileña aumentaron en 34,5 por ciento, en comparación con los 12 meses anteriores. Se trata de la mayor tasa de los últimos cinco años. Pero, como afirman los Guardianes de la Selva, su lucha es por el derecho a existir, desde que los portugueses atracaron en la costa norte del territorio y lo bautizaron en homenaje a un árbol de alto valor en el mercado europeo de la época, el palo de Brasil, especie hoy amenazada. Para ellos defender la selva es luchar por un futuro. “Vamos a continuar enfrentando la injusticia de la justicia brasileña contra la vida de los brasileños, afirma Olimpio Guajajara. “Nosotros somos los grandes defensores de los pulmones de la Tierra, que sirven para todo el mundo: sus nietos, bisnietos, tataranietos y todos sus descendientes”.
(Traducción: Juanita Amore Traducciones)
Este artículo hace parte de la serie periodística #DefenderSinMiedo: historias de lucha de mujeres y hombres defensores ambientales en tiempos de pandemia. Este es un proyecto del medio independiente Agenda Propia coordinado con veinte periodistas, editores y medios aliados de América Latina. Esta producción se realizó con el apoyo de la ONG global Environmental Investigation Agency (EIA).