Se anunció la creación del primer panel científico internacional para conocer el estadio del bioma amazónico. Dos científicas colombianas que hacen parte del comité explican por qué es de vital importancia que la conservación vaya acompañada de datos científicos.
Sabemos que la Amazonia es el bosque tropical más grande del mundo, que más del 10 % de las especies de plantas y animales que conocemos vive allí, que en dos hectáreas de selva hay más variedades de árboles que en toda América del Norte, que hay más especies de peces que en el océano Atlántico y que una sexta parte del agua del planeta fluye por sus ríos.
También sabemos que está amenazada por la deforestación, los cambios en el uso de la tierra, la minería ilegal y legal, pero no sabemos aún a qué escala. Por eso, 170 científicos de los países amazónicos (y de otros como China y Estados Unidos) anunciaron que se unieron para realizar la evaluación científica más completa a la fecha sobre el estado de los diversos ecosistemas, el uso de la tierra y los cambios climáticos de la Amazonia y sus implicaciones para la región. Al comité lo bautizaron “La Amazonia que queremos”.
El informe final, previsto para el primer semestre de 2021, será el primer informe científico realizado para toda la cuenca del Amazonas y su bioma, con llamados a los gobiernos, la sociedad civil, las empresas y los habitantes de la región para conservar la Amazonia.
En el equipo hay desde comunidades indígenas (que han sido guardianas de estos ecosistemas por miles de años) hasta científicos del renombre de Carlos Nobre. Y en representación de Colombia hay nueve personas que llevan décadas trabajando por la Amazonia en el país: Carlos Castaño Uribe, antropólogo que lleva treinta años investigando sobre la Serranía del Chiribiquete; Sebastián Gómez, historiador experto en Amazonia de la Universidad de Antioquia; Germán Poveda, ingeniero civil, profesor de la Universidad Nacional sede Medellín y experto en hidroecología; Carlos Rodríguez, director de la ONG Tropenbos; Cesar Rodríguez, abogado y fundador de Dejusticia; Fernando Trujillo, experto en mamíferos y director de la Fundación Omacha; Martin von Hildebrand, defensor de los derechos de los 64 pueblos indígenas de la Amazonia y fundador de Gaia Amazonas; Liliana Dávalos, profesora de Biología de la Conservación en el Departamento de Ecología y Evolución de la Universidad de Stony Brook (Estados Unidos), en donde dirige el grupo de Biología Tropical, que estudia la extinción y la supervivencia en el tiempo profundo, la genética funcional en mamíferos no modelo y la deforestación, y Dolors Armenteras, bióloga y profesora de la Universidad Nacional, experta en documentar los impulsores de la deforestación y fragmentación de los bosques colombianos, especialmente las dinámicas del fuego en los bosques tropicales.
Hablamos con Armenteras y Dávalos (la primera en Bogotá, la segunda en Nueva York), para entender por qué la Amazonia que soñamos necesita urgentemente soluciones basadas en ciencia, y cómo esta puede ser un vehículo para proteger un bioma tan extenso, vital y frágil como la Amazonia.
Dolors Armenteras
¿De qué trata esta iniciativa científica? ¿Tiene algún antecedente?
DA: Somos investigadores y actores en conservación en diferentes grupos en los ocho países amazónicos, incluida la Guyana Francesa, que nos unimos para hacer una evaluación científica de toda la cuenca. Esto es inusual porque siempre tenemos un sesgo por la Amazonia brasileña, en donde hay una comunidad científica más numerosa, y es importante que el resto de países entren a engrosar esa literatura científica sobre la Amazonia. Todos los países estamos haciendo un estado del arte para conocer qué sabemos y qué no. Será un trabajo enorme, más en pandemia, pero necesario.
Una de las claves del informe que van a realizar es que promoverá “la gestión basada en ciencia”. ¿Por qué cree que no les hacen caso a los científicos?
DA: Hay datos que ya existen, pero la idea sí es empujar un poco más y discutir soluciones para toda la cuenca. Es difícil, porque cada zona tiene una particularidad distinta, especialmente con el desarrollo. Hay mucha inequidad y cada región tiene una perspectiva de desarrollo distinta. En términos de deforestación, degradación e incendios en el bosque, siento que hay tomadores de decisiones que ignoran lo que llevamos proponiendo hace años. Lo mismo sucede con los fuegos: la gente se pone a hacer mapas, pero esto no es un indicador de deforestación necesariamente, porque hay diferencias subregionales que no conocemos lo suficiente.
¿Qué datos hacen falta para que se tomen esas decisiones?
DA: Una de las cosas sobre las que no tenemos conocimiento suficiente es sobre la deforestación a escala del bioma. En Brasil, por ejemplo, se decía que la tendencia iba cayendo y ha vuelto a subir, en otros países nunca bajó. Entonces, ¿podríamos decir que la deforestación bajó, subió? ¿Cómo vamos a unificar la toma de esos datos? No tenemos un sistema estandarizado para toda la región, pero si nos ponemos de acuerdo lo creamos.
¿Por qué cree que los gobiernos no adoptan las soluciones que proponen los científicos desde hace décadas?
DA: Yo hablo en el caso de Colombia: vamos atrás en ciencia, entonces no tenemos décadas de datos sustentados; hay más bien anécdotas sobre políticas o prácticas que funcionaron o no. Pero no hay patrones ni hipótesis probadas. Por ejemplo, todavía no hemos identificado las diferencias reconocidas en términos de motores de deforestación y de las inequidades que las pueden impulsar, esta evaluación lo que va a proporcionar es lo que sí se sabe, lo que no, y a qué escala. Esto es importante para proponer soluciones.
¿Cómo se va a adelantar con esta pandemia?
DA: Por ahora es un estado el arte. Pero incluso la pandemia podría ayudarnos: a principios de años salió un estudio que detectó cómo los incendios afectaban la calidad del aire en las ciudades de países amazónicos, y los datos fueron mucho más precisos, porque el tráfico disminuyó considerablemente cuando nos encerraron.
Dentro de las claves para conservar la Amazonia que presenta el comité hablan del monitoreo en tiempo real, de la restauración del bosque como una urgencia, ¿cómo imagina que se podría hacer esto?
DA: El monitoreo es otra de las cosas que hace que haya inequidad en la investigación científica. Por ejemplo, Brasil está mucho más avanzado que Colombia en esto, y la ciencia permite hacer monitoreo en tiempo real, pero no se aprovechan las tecnologías que existen. Hay mapas de fuegos que tienen unas metodologías misteriosas, por ejemplo. En cuanto a restauración, hay mucha discusión sobre los costos y beneficios de la degradación que está sucediendo, pero para proponer soluciones hay que saber bien cómo funciona el ecosistema, qué está pasando y cuándo una zona podría volver a ser como era antes de un disturbio.
Por último, ¿cuál es la Amazonia que quiere usted?
DA: Difícil. Quisiera una Amazonia con una distribución igual de los recursos para la gente que la habita, aunque cada grupo de personas tenga intereses y costumbres distintas, pero que podamos encontrar un equilibrio entre el ambiente y las formas que encuentra la gente para vivir. Que la Amazonia sea respetada, que se termine el abuso de poder y que se pare la degradación, eso sería lo primero.
Liliana Dávalos
La presentación del panel dice que la deforestación y la degradación de los bosques no son sólo un problema del medioambiente. La evidencia estadística muestra que los homicidios aumentan con la deforestación, debido al violento proceso de acaparamiento de tierras que desplaza a las comunidades tradicionales e intensifica la propagación de enfermedades, su línea de trabajo.
Justamente uno de los vacíos de información es cómo se propaga la enfermedad con esta perspectiva del cambio del uso del suelo. Aunque la propagación de la enfermedades tropicales es algo que varios equipos llevan evaluando un tiempo. En mi caso, ha sido la malaria, y ahí la relación entre cambio del uso del suelo y malaria no es lineal. Es decir, hay equipos que dicen que entre menos bosque hay más transmisión, otros dicen que en un bosque cerrado puede haber más transmisión. Por lo general esos son cambios que ocurren muy rápido y están ligados a la migración humana, esa relación entre tumba y malaria no siempre es lineal.
¿Qué vacíos de información vienen a llenar?
Hay que estudiar los bosques, la migración, los hábitos de la gente. Hay componentes en esa transmisión que no son totalmente ecológicos y no totalmente sociales. En Perú por ejemplo, hay estudios que muestran que uno de los factores para la transmisión es la misa, porque es la hora crepuscular la que expone más a las personas. Y hay que intentar abarcar esa literatura, que está en muchos idiomas, además.
Ahora con el coronavirus, ¿entrará este enfoque de salud pública con más fuerza en este informe?
Hay otra línea de estudio y es sobre los virus emergentes. USAID empezó a investigar sobre ellos tras el surgimiento del Mers y el Sars, y la idea era hacer un muestro que pudiera ser predictivo, incluyendo la distribución potencial de los coronavirus en el mundo. Podría haber unos 40.000, e incluso hay gente que habla de 200.000, claramente no todos tienen potencial de enfermar a los humanos, pero qué tal si pudiesemos monitorearlos?
Claro, el monitoreo en tiempo real también va por el lado de la salud pública…
Claro. Se pueden tratar de detener los virus en las poblaciones animales o monitorearlos y secuenciarlos. Pero de nuevo, de esos 40.000 no los podemos estudiar todos para saber si son patógenos o no. En todo caso, una de la conclusiones emergentes de todo este trabajo es que lo más importante es la salud pública.
Con un monitoreo más robusto tal vez no sería tan dura la crisis en Amazonia por el Covid-19
Habrían datos científicos para distinguir la distribución de dengues, chikunguñas. Necesitamos ese monitoreo. La Amazonia ha sufrido fuertemente la crisis porque no hay capacidad de infraestructura ni de monitoreo. Especialmente en zonas de fronteras en donde hay cierta fluidez en términos de asentamientos, de migraciones y de servicios públicos. Y en estas zonas no hay un laboratorio de alto nivel que está haciendo miles de pruebas COVID, esa infraestructura lejos de selva. ¿Entonces qué pasa? Que donde menos hay capacidad es donde más hay necesidad de monitoreo.
¿Solo sucede en esta región? ¿Tiene algo de especial?
Esto no es exclusivo de la Amazonia, esta fluidez sucede en las zonas de frontera. Pero justo allí es donde hay que concentrar los esfuerzos en los estudios sobre cambios ambientales, y migraciones humanas. Justo son las zonas con más potencial para nuevas enfermedades zoonóticas y es donde menos los estados tienen control. Hay también obstáculos tecnológicos desde hace un buen tiempo, y pienso que hay que invertir para que se desvanezcan.
Justo el aprovechamiento tecnológico es parte de la propuesta de informe que conoceremos el otro año…
En el mundo hay tecnologías para el monitoreo que pueden ser llevadas a campo con mayor facilidad que hace 20 años, pero hay que tener voluntad. Desde el punto de salud pública hay algo que no se si te has preguntado, pero una vez un virus llega a una interfaz dinámica, la gente puede transmitir enfermedades a los animales, como pasa con la fiebre amarilla, que pasa de humanos a algunos primates no humanos. Imagínate hacer ese experimento y encontrar que hay especies que se convierten en reservorios de este virus.
Dentro de las claves para conservar la Amazonia que presenta el comité hablan del monitoreo en tiempo real y de la restauración del bosque como una urgencia, ¿cómo imagina que podría hacerse esto?
Pues con un enfoque de salud pública. Hay una discusión en torno a la restauración del bosque con respecto al caso de la malaria por ejemplo. No solo se busca una restauración del bosque, sino de los servicios ecosistémicos. Un equilibrio. Que las especies silvestres recuperen su rango de distribución, sus relaciones ecológicas, su capacidad para sostener poblaciones. Pero no tenemos precedentes que nos muestren cómo sería. Ahora, a lo de salud pública le pondría un asterisco porque sabemos bastante sobre el impacto de la deforestación y poco sobre la reforestación. Aunque bueno, no hay un escenario de moderación, adaptación o mitigación del cambio climático que se sostenga sin el mantenimiento y la restauración de los bosques amazónicos. Así que lo urgente es eso.
Foto principal: Hay 142 hidroeléctricas construidas en la Amazonia. / Juliana Pesqueia – Amazonia Real.