Los habitantes de Leticia y del departamento están preparándose como pueden para enfrentar la pandemia. Recogimos una decena de testimonios de personal de salud, docentes y comerciantes amazónicos para entender cómo se vive en la zona más crítica de Colombia frente al COVID-19.
Los habitantes de Leticia y del departamento están preparándose como pueden para enfrentar la pandemia. Recogimos una decena de testimonios de personal de salud, docentes y comerciantes amazónicos para entender cómo se vive en la zona más crítica de Colombia frente al COVID-19.
Foto: cámara de aislamiento “artesanal” en el hospital de Pto. Nariño. / M. Carreño
por Helena Calle
La emergencia del coronavirus en Amazonas avanza rápida y ruidosamente. El 17 de abril se confirmó el primer caso proveniente de Manaos (Brasil), la ciudad con mayor cantidad de contagios de todos los nueve países amazónicos. En cuestión de un mes, el departamento acumuló un total de 1.003 contagios confirmados y 30 muertes (a fecha del cierre de esta edición). Para el viernes, el 2 % de la población de Leticia tiene un diagnóstico positivo de COVID-19, según la ONG Sinergias.
En los chats de Whatsapp de la gente de Leticia rotan fotos de personas tiradas en las calles de la ciudad, cartas anónimas de amazonenses indignados haciendo las cuentas de cuánto se han robado viejos gobernantes o noticias como que la Superintendencia de Salud intervino el Hospital San Rafael de Leticia, hace ya dos semanas.
A principios de esta semana, cerca de 1.000 hombres de la Brigada de Selva 26 del Ejército Nacional llegaron armados con trajes antifluidos, gafas, polainas y tapabocas a patrullar 14 puntos de la porosa frontera entre Tabatinga (Brasil), Santa Rosa (Perú) y Leticia (Colombia), para evitar que el coronavirus continúe esparciéndose. Y el jueves, el presidente Duque determinó el cierre total de fronteras del departamento de Amazonas como medida de emergencia.
Los más afectados por la pandemia son los indígenas, que representan el 70 % de la población de ese departamento, y que ya anunciaron que están “en riesgo de un genocidio”. Según la Organización de los Pueblos Indígenas de la Amazonia Colombiana (OPIAC), que reúne a los 64 pueblos amazónicos, 146 indígenas se han contagiado y por lo menos dos han muerto por coronavirus, uno de ellos el abuelo Antonio Bolívar, conocido por protagonizar la película El abrazo de la serpiente”.
En todo el departamento hay dos centros de salud (el hospital público y la Clínica Leticia, que es privada), solo 111 camas y una de cuidados intensivos, cinco respiradores, cuatro de ellos para adultos y una para menores. Las cifras son preocupantes y, según se ha dicho, Amazonas está “en camino hacia el desastre”.
El ministro de Salud, Fernando Ruiz, visitó Leticia a principios de semana para atender la emergencia, y aunque no concedió entrevistas a medios locales ni ruedas de prensa, anunció más de $14.000 millones para “fortalecer el sistema de salud”, que llegarán en junio. El viernes, llegaron más de 50.000 tapabocas, 9.600 tapabocas N95, 1.700 caretas y 99 kits de sábanas para atención de pacientes en el hospital público.
¿Cómo transcurre la cuarentena en un departamento con 42,9 veces más casos de coronavirus que el resto del país, en donde conviven más de 40 pueblos indígenas, donde más del 70 % de las personas viven del comercio informal, y que limita con dos de los países americanos con más contagios por coronavirus?
El Espectador habló con docentes, viudas de víctimas de COVID, comerciantes y personal de salud en la Amazonia para entender cómo están enfrentando la pandemia en el departamento con mayor cantidad de contagios por millón de habitantes y en la primera frontera en ser militarizada para controlar la pandemia.
¿Cómo se contiene esta emergencia?
Mónica Palma es bacterióloga y la encargada de la respuesta al COVID-19 en Amazonas: “Si aquí tienes cientos de casos, multiplícalos por tres, y ese sería un número más cercano a los casos reales. Aquí el 70 % de la población vive del comercio informal, y hoy pasan por una situación difícil. Lo he visto: la gente está pasando por muchas necesidades, adicional a esto viven en condiciones de hacinamiento, en una casa puede haber cuatro o cinco familias.
Hay que traer epidemiólogos de campo, suficiente personal de salud y tener el laboratorio listo para procesar las muestras. Precisamente ese es mi trabajo con otra profesional con experiencia en biología molecular. En este momento estamos adecuando el Laboratorio de Salud Pública de Leticia para poder procesar pruebas y que no haya que enviarlas a Bogotá. El Instituto SINCHI dio en comodato a la Gobernación por seis meses un termociclador (equipo necesario para el desarrollo de las pruebas) y el Instituto Nacional de Salud ha enviado algunos reactivos tanto para la extracción como para las pruebas RT- PCR, pero necesitamos otros equipos e insumos.
Se me ocurre que para solucionar o contener la emergencia habría que poner puntos de atención en la ciudad, tres o cuatro, para no abarrotar las dos IPS de acá. Ese modelo ha funcionado en Corea del Sur, por ejemplo, para tomar la temperatura y realizar control de signos y síntomas. También necesitamos atención psicológica como apoyo a las personas que están en casa y contener ciertos barrios críticos para que no se esparza más el virus; atención para las mujeres que están viviendo violencia intrafamiliar, dados los altos índices que se tienen en el departamento. También necesitamos más alimentación para la gente, si no nunca vamos a lograr confinar la ciudad. Lo que pasa aquí no es solo culpa del coronavirus, es el resultado del olvido de todo un país”. El pulmón del mundo hoy se está quedando sin oxígeno.
¿Cómo enterrar a un muerto por coronavirus?
Marinela Menitope tiene 37 años, es madre de dos adolescentes y enviudó hace una semana. Su esposo era Carlos Suárez, indígena murui y parte de la Asamblea Departamental de Amazonas: “Camilo era un líder muy servicial, enfermero de profesión.Somos de El Encanto, pero nos vinimos a Leticia para él lanzarse a la Asamblea. A pesar de que ya se hablaba de coronavirus Carlos salía mucho. Un día comenzó con fiebre, tos y dolor de cabeza, pero siguió saliendo. Nosotros también, con los hijos, y nos recuperamos, pero él no. Una semana antes de fallecer ya no salía, le dolía el pecho, lo escuchaba respirar duro. El 1° de mayo mi hija llamó a emergencias para que vinieran a hacerle la prueba. Dijo sus síntomas y quedaron en venir a hacerle la prueba, pero no pasaron. No fuimos al hospital porque él tenía miedo de contagiarse o contagiar allá, porque acá hay mucha falta de implementos. Como lo sabemos, pues nos tratamos con nuestra medicina vegetal, además de la occidental. Tomaba limón con aspirina, panela, remedios de curacas o acitromicina y analgésicos.
Ahí fue mejorando de a poquitos, pero dos días antes de morirse ya no comía. Decía que la comida no tenía olor ni sabor, y eso lo debilitó. Tenía mucha fiebre. El día que murió se recostó, estaba muy pálido. Comencé a llamar a todo mundo, y mi hija pidió una ambulancia, que dijo que venía en 20 minutos y no llegó. Un amigo vino en carro particular y lo condujimos al hospital, pero ya estaba muerto cuando llegamos. Se había infartado, no aguantó. Lo peor es que no sabemos todavía si tiene coronavirus. Le hicieron la prueba ese día a él y a nosotros, pero no nos han dado respuesta. La de él ya salió y dio negativa, que yo no creo que fuera.
No nos dejaron enterrarlo tampoco ni velarlo. Como era sospechoso de COVID nos tuvimos que aislar obligatoriamente en la casa, aunque al otro día fuimos a la funeraria y nos dejaron acompañarlo hasta la puerta del cementerio. No nos pudimos despedir, y aquí ya nos estamos quedando sin mercado. Yo vivía del turismo, y como todo está cerrado, pues ya no tengo ingresos”.
¿Qué pasa en Puerto Nariño, donde también hay casos?
Mary Carreño es la enfermera jefa del hospital local de Puerto Nariño, a orillas del río Amazonas, en donde ya hay dos casos confirmados de COVID-19: “Para nadie es un secreto que la infraestructura de salud en la Amazonia es pésima. Aquí hay un hospital con urgencias, hospitalización y consulta externa. Hay un laboratorio, pero solo para analizar hemogramas y de manera manual. A veces no contamos ni con bombillos para alumbrar a un paciente que llegue con una fractura o algo, toca ayudarlo a la luz de una linterna.
El primer paciente que atendimos tenía 56 años y era asintomático, ya está aislado. El segundo pertenece a la comunidad de Valencia, río arriba, que remitimos a Leticia, porque llegó con un cuadro grave de neumonía. Él falleció, y diez días después llegó la notificación de que era positivo. Lo de las remisiones es un “camello”, porque la primera opción es mandarlos en bote por el río y se demora dos o tres horas. Cuando llega a Leticia, se llama una ambulancia para que recoja al paciente mientras uno se queda en el muelle otras dos horas.
Puerto Nariño tiene 22 comunidades por el río y están cumpliendo más o menos los aislamientos. Es difícil hacer control en los puertos, evitar que la gente se mueva. No se puede, y si llega a las comunidades eso sí va a ser el acabóse. Yo acá tengo cinco auxiliares de enfermería que no he convocado porque son mayores de 40 años, hay tres médicos y dos jefes de enfermería. Yo tengo 29 años, la otra jefa tiene 25.
Solo nosotras tomamos muestras y estamos de guardia 24 horas, agotadas, usando los pocos tapabocas que hay, rezando porque no lleguen más casos y construyendo una sala improvisada de aislamiento con materiales que nos donaron empresarios de Leticia”. La mano de obra ha sido voluntaria totalmente y estamos tratando de tener un espacio para que los pacientes estén aislados de otros que lleguen con fracturas, malaria, dengue y casos muy propios de por acá.
¿Se preparan los municipios sin casos confirmados?
Érika Buriticá es médica rural de La Chorrera: “Estoy haciendo mi año de servicio social obligatorio, y llevo cinco meses aquí. En el centro de salud somos cuatro profesionales, una enfermera jefe, un bacteriólogo, una odontóloga, la médica, cuatro auxiliares de enfermería, una vacunadora, el personal de mantenimiento y yo. Solo contamos con una habitación de hospitalización en pésimas condiciones y cinco camas para pacientes, tres de ellas en el corredor.
Para atender coronavirus no han llegado insumos. Lo último fueron cuatro gafas de protección, cuatro batas antifluidos, polainas y cuatro tapabocas N-95, que nos toca repartirnos entre 13. En cinco meses que llevo en La Chorrera, sobre el río Igará Paraná, solo una vez han llegado medicamentos, y han sido insuficientes: no hay ni acetaminofén para atender a las personas. Acá la gente llega con fracturas o casos de dengue y malaria, y tampoco hay cómo atenderla. Menos a quienes lleguen con COVID-19.
Aquí las autoridades indígenas son las que se han movido para controlar el paso de botes por el río, pero realmente nada se puede restringir. Lo que hacemos como podemos es decirle a la población que se guarde en sus territorios, que no se aglomere, pero es difícil.
Acá la gente no usa ni tapabocas, pero no porque no quiera, sino porque no hay. Ni siquiera nosotras tenemos.
Si hubiera pacientes con coronavirus no habría ni cómo entubarlos. Hay apenas dos balas de oxígeno en todo el pueblo, y mucha población adulta y anciana.
Quienes saben lo que pasa en Leticia se están tomando todo esto en serio, pero pretender aislar todo el pueblo y a toda la gente es imposible. Aquí estamos preocupadas”.
¿Funcionará la militarización de la triple frontera?
Carlos Zárate es sociólogo y director del Instituto Amazónico de Investigaciones (Imani): “Me pregunto por qué dos meses después de comenzada la crisis, y hasta el viernes, hay una reunión entre cancilleres y ministerios de Brasil y Colombia. Creo que la respuesta militar es parte de la falta de políticas de frontera de Colombia y de integración con sus países vecinos. Por ejemplo, el país promulgó una ley de fronteras en 1995 y nunca se implementó.
La presencia militar que se desplegó esta semana es parte de una perspectiva aún muy pobre de lo que son las fronteras, tal vez muy válida para el siglo XIX, pero no para el siglo XXI globalizado.
Tal vez lo que la gente no sabe es que la frontera siempre ha estado militarizada. En Tabatinga está el Batallón del Alto Solimoes y en Leticia, el Batallón de Selva No. 50. No se entiende por qué llevaron más militares habiendo allá por montones.
Conozco a profesores que trabajan en Leticia, pero viven en Brasil; peruanos, brasileños y colombianos de una sola familia. Estos lazos no pueden impedirse o cerrarse a la fuerza, y la gente seguirá pasando en búsqueda de sus familias, de comida o atención hospitalaria por los muchos poros de la frontera.
El río Amazonas ha sido la ruta de esparcimiento de muchas epidemias a lo largo de la historia de la Amazonia. No es casualidad que tres ciudades ribereñas como Tabatinga, Manaos, Iquitos y Leticia sean las más afectadas de la región. Todavía hay muchos interrogantes sobre cómo el presidente está afrontando la crisis. Para no ir muy lejos, ¿por qué a la reunión transfronteriza del viernes no fue invitado Perú, si pretenden resolver la situación de contagio en una triple frontera?
¿Qué enseñan pasadas epidemias en la Amazonia?
Dany Mahecha es profesora de antropología de la UNAL Amazonia: “Me pongo a pensar en el pueblo Nukak, de tradición nómada, que fue contactado por los blancos en 1988, en Guaviare. A mí me tocaron sus primeros cinco años de contacto, porque nadie sabía nada de ellos, y fuimos a ver cómo podíamos ayudar. Al mes y pico de estar ahí nos dimos cuenta de que las enfermedades respiratorias eran un problema severo. Lo que les tocó a ellos fue una oleada de gripe y sarampión que casi los arrasa.
Tambié tenían conjuntivitis. Me encontré con un grupo pequeño y me contaban sobre los muchos abuelos y niños enfermos que tuvieron que ir dejando por el camino. Si no caminaban, tocaba dejarlos. No era una decisión difícil, fue muy doloroso. Al ver ese estado de salud entramos con un médico que los examinó y dijo que había que vacunarlos, pero las autoridades de salud de la época dijeron que había que valorar si era lo mejor o lo peor para ellos. Mientras tanto, morían. En los primeros cinco años de contacto, casi el 40% de la población murió de gripe y sarampión. Ellos le decían “La gripe grande” y lo interpretaron como una brujería que les habían mandado los blancos. Murieron abuelos, cosa terrible si tenemos en cuenta que ellos son quienes guardan la sabiduríaguían las decisiones de un grupo, son los faros de los parentescos, se desorientan socioculturalmente.
Pero la gente amazónica siempre ha tenido estrategias para eso, por ejemplo, esconderse en las partes altas de los ríos durante meses para evitar los contagios o esconderse de enemigos o de las prácticas esclavistas como las caucherías. Sin embargo, ya muchas comunidades están en las bocanas de los ríos, entonces moverse hacia arriba, en donde hay menos recursos, les va a costar muchísimo más que antes”.Pero para que te des cuenta, por ejemplo, en el río Apaporis, las comunidades prohíben transportar en los botes a gente con gripa. ¿Por qué? Para que no se esparza, esa es una memoria de cientos de años de pelear con enfermedades ajenas.
Necesitamos que esos conocimientos se compartan sobre todo con los jóvenes, que a veces parece que no creen que el coronavirus es real. Las comunicaciones por acá son duras. Una mega de internet me cuesta $280.000, pero me tocó adquirirla para la casa, para trabajar. Por ahora hago clases por teléfono a 8 o 10 estudiantes.
¿Cómo toman clases niños y niñas?
Richard Cardona es docente de lengua y matemáticas en preescolar y forma parte del programa “Todos a aprender”, del Ministerio de Educación: “Enseño en Puerto Alegría, el último corregimiento del departamento, y en la comunidad indígena de Macedonia, por el río Amazonas. Cuando se declaró la cuarentena lo primero que empezamos a hacer fueron guías de estudio, pero pronto nos dimos cuenta de que muchos profes no sabían cómo hacerlas, que los niños no estudiaban autónomamente y que algunos papás eran analfabetas o estaban muy perdidos. Las condiciones sociales del departamento son bien duras.
Decidimos dejar de entregar guías porque nadie estaba controlando la higiene de eso, i con alcohol. Y en un colegio como la Escuela Normal de Leticia, que tiene cerca de 2.000 alumnos, pues entregarlos de puerta en puerta es riesgoso. Y en las comunidades que no son Leticia, ¿quién paga la gasolina para ir a repartirlas en bote por el río? Decidimos con otros docentes de la región y apostarle a la radio. Por suerte, tengo un vecino que es periodista con estación de radio en su casa, y nos deja usarla unas horas al día para dar clases.
Tenemos seis franjas, tres son del programa de educación inicial, también hay una para formación a docentes y el resto es para bachillerato. También hay un espacio para apoyo a padres de familia. En los primeros quince minutos leemos un cuento y vamos explicando qué es. La idea es que estos audios lleguen o por radio o por Whatsapp o por donde sea. Hay también un espacio de formación docente para explicarles cómo es que se hacen las guías.
Funcionar tres meses vale míseros $22 millones, y la emisora está en frecuencia AM, entonces abarca Santa Rosa (Perú), Tabatinga (Brasil) y el trapecio amazónico hasta Tarapacá (Amazonas). Hay corregimientos sin acceso a radio, como La Chorrera. Allá le mandamos el audio de la clase a la profesora y ella lo transmite con un megáfono.
Lo que más me preocupa ahora son los 40 profesores que no pudieron salir de las comunidades antes de cuarentena y que están incomunicados en el ríoLos curacas son los únicos que salen y entran con víveres e información, así que todavía estamos esperando noticias de ellos”.
¿Cómo se protegen las comunidades indígenas?
Abel Santos es indígena magüta o tikuna, y tiene un doctorado en lenguas: “Vivo en Leticia, y no puedo hablar mucho porque me duele la garganta. No sé si tengo coronavirus, pero ya solicitamos la prueba y no han venido a hacérmela. Tengo la voz apagada, toca todo hablarlo por el Whatsapp. Hemos solicitado ayuda a la Secretaría de Salud Departamental y ellos nos dirigieron a la EPS, que tampoco nos ha dado respuesta. No quiero ir al hospital o que me lleve nadie, porque allá me puedo infectar y a mi familia. Lo que veo es que no se ha hecho gran cosa para contener la propagación, que la gente no hace caso a la cuarentena y en los barrios hay escondederos de rumba y consumo de alcohol. Se ven familias enteras caminando por la calle. En los ríos hay comunidades que hacen caso, pero hacen caso omiso en otras, la frontera del río está abierta y no se impide que las personas transiten entre comunidades.
Aquí se habla de genocidio, y es una palabra verdadera. Para nosotros eso significa la muerte de los mayores, porque son los portadores del conocimiento y los saberes. Lo que está haciendo la gente es volver a sus plantas medicinales, a su conocimiento tradicional. Se sabe que hay resguardos en donde están haciendo jardines botánicos de plantas medicinales, donde las mujeres sembraron aún más plantas y están estudiando con curacas para saber cómo usarlas. Otros compañeros no se aglomeran y no salen de sus resguardos en donde son autoridad.