En una mínima región de selva brasileña, investigadores analizaron los efectos que produjo El Niño en los últimos tres años. La sequía, confirman en tres estudios, fue más devastadora de lo pensado y menos estudiada de lo que se debería.

 

La Universidad de Lancaster (Inglaterra) prendió las alarmas este lunes al publicar tres estudios, en compañía con otras instituciones internacionales, sobre los profundos efectos de un incendio forestal en la Amazonia. El trío de investigaciones, enfocadas en el periodo de sequías que vivió la selva durante 2015 y 2016 gracias a el fenómeno de El Niño, indican que las quemas en esta región son más devastadoras para el planeta en comparación a lo que se conocía. (Lea: Solo quedan 12 años para impedir los daños irreparables del cambio climático) 

La primera advertencia fue hecha por un grupo de expertos tras analizar una región de 6,5 millones de hectáreas de la Amazonía brasileña. De ese territorio, casi un millón de hectáreas de bosques terminaron en cenizas hace dos años gracias a El Niño. El área en cuestión equivale a menos del 0.2 % de toda la selva de ese país, sin embargo, las emisiones de dióxido de carbono que provocó la quema fueron de más de 30 millones de toneladas. Es decir, cuatro veces más de CO2 a lo estimado en eventos similares a nivel global.

La razón es que «estos incendios modernos consumen completamente la hojarasca y los residuos de madera fina, mientras que se quema parcialmente con madera maciza», explicó Kieran Withey, el autor principal del estudio, en la plataforma Phys.org.

Lo más alarmante es que, pese a que la región incendiada corresponde solo a 0.7% de Brasil, la cantidad de carbono liberado corresponde a 6% de lo emitido por este país en 2014.

Igual de inquietante es el segundo estudio publicado. Este, a cargo delprofesor Jos Barlow y científicos internacionales, estuvo concentrado en un municipio brasileño del estado de Pará, Santarém. En esta región, que fue el epicentro de una grave sequía y un sinnúmero de incendios a finales de 2015, se instalaron 20 parcelas. De ellas, ocho fueron devastadas por las llamas.

En esta ocasión, los expertos pudieron estudiar en detalle qué pasaba cuando el fuego impactaba el bosque a esta escala. De esa manera, notaron que los árboles que sobrevivían al incendio crecían hasta 249 % más que aquellos ubicados en bosques afectados por la sequía pero no por el fuego. Pero esta no es tan buena noticia porque su velocidad de crecer no compensa la pérdida del cárbono de liberaron.

Por último, otro equipo utilizó el mismo método en 31 parcelas que también se quemaron historicamente en la Amazonía brasileña. El resultado, a manos de la científica Camila V. J. Silva, fue que 30 años después del evento, los bosques que parecían haberse recuperado contenían un 25 % menos de carbono que aquellos que no habían sido perturbados.

El trío de resultados, publicados en un especial de la revista Philosophical Transactions of the Royal Society, coinciden en que los incendios forestales deben ser un factor de estudio más conciensudo para los expertos. «La falta de consideración de los incendios forestales en las políticas públicas conducirá a intervalos de retorno de incendios más cortos, ya que los bosques no podrán recuperar sus reservas de carbono», concluyó Dr. Erika Berenguer, una de las autoras de este especial.

Foto: El incendio forestal en el Parque Nacional La Macarena (Meta) arrasó 1.035 hectáreas en febrero de este año. / PNN

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