Para los indígenas amazónicos, Chiribiquete es el lugar más sagrado de su territorio. Para los investigadores, es un tesoro cultural y ambiental que debe ser declarado Patrimonio de la Humanidad. Ahora que las FARC, sus guardianes de facto, se han retirado, se hace inminente una discusión sobre su destino. ¿Qué le espera a este lugar y a sus habitantes ancestrales después de la firma de los acuerdos de paz?

Por Maria José Castaño Ávila en El Espectador. Clic aquí para ver la nota original

Esta es la Serranía de Chiribiquete, el más grande y el más imponente de los 59 parques naturales que tiene Colombia. Antes de que saliera la película «Magia Salvaje», su existencia era considerada uno de los secretos mejor guardados de este país. Pero ya no.

Del tamaño de Haití, Chiribiquete se caracteriza por tener 38 mesetas en roca, o “tepuyes”, que emergen verticales entre planicies y selvas húmedas hasta alcanzar una altura de 900 metros, el triple de la Torre Eiffel en París. ¿Qué tienen de especial? En las paredes de estas gigantes mesetas se han encontrado 70 mil pinturas indígenas, muchas de ellas dibujadas en sitios y alturas inalcanzables, aún con medios modernos. Ni científicos ni otros expertos entienden cómo sus autores llegaron hasta esos rincones inaccesibles para pintarlas. Están intactas. Según las pruebas de Carbono 14, que permiten conocer la antigüedad de los materiales orgánicos, tienen más de 20 mil años. “Son fechas tan antiguas que contradicen las que establece la historia tradicional de la llegada del hombre en América”, explica Gonzalo Andrade, un reconocido biólogo y profesor del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de Colombia. “Estas pinturas podrían ser la Piedra de Rosetta –como se conoce el fragmento escrito en varias lenguas antiguas que permitió traducir los valiosísimos jeroglíficos egipcios- de nuestra antropología”, agrega por su parte Carlos Castaño Uribe, el antropólogo que desde hace 30 años estudia el arte rupestre de este lugar. (Foto: Jota Arango)

Descifrarlas ha permitido interpretar el conocimiento sobre las prácticas y los rituales de sociedades indígenas cazadoras y recolectoras y conectar nuestro origen con varias regiones y grupos del continente. Incluso a los citados expertos –a quienes acompañamos en un viaje en septiembre de 2017 para preparar la llegada de una comisión de las Naciones Unidas -los sorprendió encontrar recientes murales con pinturas. ¿Qué significa esto? Que comunidades indígenas siguen visitando Chiribiquete. Para ellas es el Centro del Mundo. Durante siglos, este lugar —que fue ampliado en 2015 por el presidente colombiano Juan Manuel Santos, doblando su tamaño— ha sido el destino de peregrinaje de diferentes etnias nómadas que llegan para celebrar rituales chamánicos. Las pinturas son la constancia de esta tradición.

“Chiribiquete es el Mundo Perdido: esperas que, en cualquier momento, aparezca un dinosaurio ahí” agrega Andrade, quien asegura que en cada expedición se encuentra una especie nueva. A fin de cuentas, en un solo espacio conviven especies de cuatro ecosistemas diferentes, lo que hace único a Chiribiquete. Esta combinación de paisaje natural y de arte rupestre ha hecho que sea conocido como “La Capilla Sixtina de la Amazonía”. Ni más ni menos. Tan extraordinario es, que la UNESCO, la entidad de las Naciones Unidas que, desde 1948, protege el legado cultural y científico del mundo, estudia si debe incluir a este parque en el listado de Patrimonio de la Humanidad.

Será todo un desafío. En algún punto del parque aún viven cinco comunidades indígenas que nunca han tenido contacto con la llamada civilización. Gracias al trabajo del antropólogo Martín von Hildebrand está prohibido que los tratemos de contactar. Martín y el biólogo Patricio, su hermano, han dedicado su vida a proteger el medio ambiente y defender los derechos de los indígenas de la Amazonía. De hecho, Patricio cuenta que Roberto Franco, el mayor conocedor de los pueblos indígenas no contactados, y su hermano Martín, las vieron desde el aire “Planearon sobrevuelos y, al fin, vieron varias Malokas. Les tomaron fotos para demostrar que estaban ahí y protegerlos. Con Martín, que trabajaba en el Instituto de Antropología e Historia (ICANH), y el director de entonces, el arqueólogo Álvaro Soto, sacaron un decreto que dice que está prohibido ir donde un indio no contactado. Ellos saben que existimos y si están metidos es porque no nos quieren ver”.

Para preparar la llegada de una comisión de la UNESCO que visitaría este lugar en octubre de 2017, Parques Nacionales y la Fundación Herencia realizaron un viaje previo al parque Serranía de Chiribiquete. Aprovechamos este evento para acompañar a este grupo de expedicionarios y descubrir por qué es tan importante este lugar y entender cuáles son los riesgos que enfrenta en la actualidad. Esto fue lo que encontramos.

 

Los protectores de Chiribiquete

En los ochentas, Chiribiquete ni siquiera aparecía delineado en los mapas. Fue gracias a un error, o más bien al destino, que Carlos Castaño Uribe, el entonces director de Parques Nacionales, lo declaró como área protegida. En su TEDxBogotá, cuenta su primer encuentro: “La historia comienza hace 30 años, en un recorrido al parque Amacayacú en el Amazonas. Íbamos en una avioneta a Leticia cuando nos cogió una tormenta saliendo de San José del Guaviare y tuvimos que desviarnos al sur. Fue apareciendo en el horizonte una serranía absolutamente desconocida. Y aunque fuera conocida por muchas personas, fue toda una revelación, y para mí, el descubrimiento”.

Chiribiquete fue declarado Parque Nacional en 1989. Más que la declaratoria, durante tres décadas, fueron el silencio y el aislamiento lo que lo protegieron. Nuestras guerras son responsables de blindar sus fronteras a la llegada del desarrollo. De hecho, en la época dorada del narcotráfico, el Cartel de Medellín escondió en él 7 laboratorios para procesar la pasta de la coca y pistas y aeronaves para transportarla. Lo llamaban Tranquilandia y era de Pablo Escobar, Gonzalo Rodríguez Gacha y Jorge Luis Ochoa Vásquez. En 1984, el Gobierno destruyó estas instalaciones y la Policía decomisó 14 toneladas de pasta de coca y 3 toneladas de droga procesada. Patricio von Hildebrand, que vivió cerca de Chiribiquete, recuerda una excursión en la que encontró los escombros de la operación: “Eran las pistas de la mafia. Vimos bulldozers, carros, avionetas, todo bombardeado, vuelto nada. Una vaina surrealista”.

Después de los narcos, llegaron las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), una de las guerrillas más antiguas del continente que llegó a tener casi 20.000 efectivos y terminó desmovilizándose y entregando miles de armas en 2016, cuando firmó un acuerdo de paz con el presidente Juan Manuel Santos. Ni von Hildebrand, ni su equipo de la Fundación Puerto Rastrojo, que trabajaba en la sede de Puerto Abeja, en la frontera del parque, tuvieron jamás inconveniente con ellos. Los investigadores fueron sacados de la zona para ser protegidos. Fue en 2002, cuando los comandantes alias Muñeca y Perdomo de las Farc, le dijeron: “Esto se va a volver un frente de guerra. Y usted no tiene nada qué hacer aquí con sus estudiantes. Discúlpeme la franqueza don Patricio, pero va a tocar que se vaya (…) vienen 17 mil efectivos del ejército colombiano, dizque a fregarnos con el Plan Colombia”. Cuenta que un año después vieron por televisión los resultados de este acuerdo bilateral entre Colombia y Estados Unidos en la guerra de antinarcóticos: el presidente Álvaro Uribe anunciaba la recuperación del sur del país. (Foto: Jota Arango)

En 2016, la periodista de la revista Semana, María Jimena Duzán, estuvo con los comandantes Mauricio Jaramillo y Carlos Antonio Lozada de las FARC en el Río Yarí “Me sorprendió llegar al campamento de las Farc y ver el comandante mirando las fotos con la fauna y las pinturas de Chiribiquete. La imponencia de la naturaleza pesa más que el conflicto”. De hecho, cuenta que le dijeron que “si hacemos la paz, nosotros queremos convertirnos en guías del Chiribiquete”.

Y eso es lo paradójico. En Colombia, los lugares en donde el conflicto armado ha sido más intenso coinciden con frecuencia con las zonas que albergan el mayor patrimonio natural de Colombia. Chiribiquete no ha sido la excepción. Nadie se imaginó que, en medio de la guerra, se protegía esta selva donde el tiempo, la erosión y la naturaleza eran los únicos que habían decidido sus formas.

Una vez firmado el acuerdo de paz, la violenta muralla conformada por un buen porcentaje de los 11.300 desmovilizados, según la Agencia Colombiana para la Reintegración, que protegía nuestros patrimonios naturales, se está desplomando. Un país sin guerra puede extender los brazos del desarrollo e inversión para llegar a una de las zonas más pobres y abandonadas del país. Con la infraestructura y condiciones más seguras, se abre la posibilidad de acercarse a sitios intactos e inexplorados como este parque. La pregunta es ¿afecta la firma del acuerdo a la Serranía de Chiribiquete? (Foto: Jota Arango)

Riesgos y ventajas del turismo para el patrimonio

Mientras que el turismo de aventura sueña con colonizar los altos de la serranía y llenar el parque de caminos, atracciones, campings y hoteles, para los ambientalistas la imagen de los turistas prendiendo fogatas, contaminando los ríos y grafiteando corazones en las pinturas indígenas, es su peor pesadilla.

A pesar del cuidado con el que Parques Nacionales ha manejado todo lo relacionado con Chiribiquete, ha tenido que lidiar con la enorme presión que busca convertirlo en un destino turístico. Al ser patrimonio, los colombianos deberían conocerlo. “No se cuida lo que no se conoce, por eso es tan importante divulgar el patrimonio” dice Hilda Camacho, quien trabaja en el programa del Ministerio de Cultura para la apropiación social del patrimonio cultural.

Aunque este ministerio considera al turismo como un activador de la cultura y del patrimonio, la experiencia le ha demostrado que exponer un lugar sin tener la capacidad y los recursos para protegerlo, puede destruirlo y afectarlo de forma irremediable.

El punto es que el turismo llega con dinámicas sociales y económicas que cambian los lugares. Tanto los puede llegar a afectar, que pueden dejar de ser lo que un principio los convirtió en patrimonio. Ejemplo de esto es la ciudad amurallada de Cartagena de Indias que, cuando se empezó a explotar su carácter patrimonial, empezó a atraer ricos e inversionistas que compraron y desplazaron de la ciudad antigua a la gente que habitaba el lugar y que generaba el espacio inmaterial, personas que ya no pueden pagarlo ni habitarlo debido a los precios.

Quienes defienden el turismo –que, de hecho, ya está llegando, pues avionetas y helicópteros no autorizados están sobrevolando Chiribiquete y ya son varios los intrépidos que se han perdido entre sus selvas-, aseguran que es una buena forma de generar ingresos y desarrollo para las poblaciones cercanas. Por ejemplo, se calcula que gracias al parque Islas del Rosario, las comunidades artesanas, pescadoras y guías locales recibieron en 2016 más de 120 millones de ingresos. Pero quienes han estudiado el impacto real entre el turismo cultural y el patrimonio, como Julián Osorio, del Ministerio de Cultura, tienen una visión opuesta: “Chiribiquete debería ser un santuario. Como en el país hemos manejado el turismo, no tenemos ni las herramientas, ni la visión para hacerlo de una forma organizada en el lugar”. (Foto: Jota Arango)

No solo es el miedo de que su arte rupestre sea arrancado, pintado o rayado por los turistas (como ya ha pasado en otros sitios arqueológicos como en El Purutal (San Agustín) donde está la única escultura indígena con pintura original, vandalizada con pinturas industriales. También es que la presencia de visitantes puede afectar los rituales indígenas que se siguen haciendo en el parque. Por esto, Fernando Montejo, antropólogo y coordinador del Grupo de Patrimonio del ICANH, dice que debemos “evitar impactarlos a través de la introducción de procesos ajenos a ese lugar”. Su preocupación es tan radical que considera que ni siquiera los científicos deberían visitar el parque.

Siendo considerado un centro de poder, quienes habitan sus fronteras dicen que entrar es un sacrilegio. Los únicos que pueden hacerlo son los chamanes porque son capaces de manejar las fuerzas y la energía que desprende esta serranía. Para el mayor conocedor de grupos y tradiciones indígenas de esa región, Carlos Rodríguez, director de Tropenbos International Colombia -fundación especializada en divulgar el conocimiento indígena y trabajar por la conservación de la región amazónica-, todas las decisiones sobre Chiribiquete deben contar con la participación de los chamanes y su visión del mundo. “¿Si los chamanes mismos no lo visitan por qué lo van a visitar otros?” La posición de los pueblos indígenas frente a Chiribiquete es contundente. Este sitio es el centro del mundo. No se equivocan. La Serranía de Chiribiquete está literalmente cortada por la línea ecuatorial. En su cosmología, éste es el lugar donde se dio origen a la vida. Por eso lo llaman la Maloka del Padre Jaguar.

“Las figuras no son pinturas finas como muchos lo creen, son espíritus que se manifiestan de esa manera. Su presencia en el lugar cumple funciones ecológicas” escribió en su texto sobre Chiribiquete llamado Ecos del Silencio, Uldarico Matapí, un indígena Upicha que nació en una familia de chamanes. Este considera que los tesoros arqueológicos no dependen de una conservación humana: lo que necesitan es una protección espiritual. Solo ellos, los indígenas, pueden dársela.

Una de las iniciativas de Parques Nacionales para protegerlo es trabajar con los 21 resguardos de diferentes etnias indígenas que se concentran en la zona de amortiguación del parque (los territorios que cercan a Chiribiquete y que se espera que formen una barrera de protección). “Los resguardos indígenas que rodean el parque son fundamentales para protegerlo. Son conscientes de que protegen el entorno en el que viven y son sus verdaderos guardianes” afirma Julia Miranda, directora de Parques Nacionales. (Foto: Jota Arango)

Por ahora, la decisión de Parques Nacionales es limitar la afectación del turismo permitiendo solo el ingreso aéreo a Chiribiquete, con permiso de la entidad. Aunque está en proceso la reglamentación del turismo, ya hay una propuesta de ruta aérea que atravesaría todo el parque con 11 sitios de interés turístico a visitar (tepuyes, las quebradas, paredes con pinturas, entre otros). Así, no solo se conserva el ecosistema intacto, sino que no se afectan a los indígenas aislados o a las expresiones pictóricas actuales y las que se siguen celebrando dentro del parque. Julia Miranda, directora de Parques Nacionales, recalca que la idea es replicar experiencias como las Líneas de Nazca en Perú o el Cañón del Colorado en Estados Unidos. En Perú, los geoglifos de las líneas de Nazca (enormes dibujos trazados en el suelo por la cultura Nazca), se visitan desde los aires no solo porque se ven más sino porque ya han sufrido afectaciones; desde el Rally Dakar 2013 hasta una protesta de Greenpeace han dañado las líneas de estos sitios arqueológicos.

Por varios años, Parques Nacionales Naturales-PNN y sus aliados han implementado todo tipo de medidas para protegerlo. Es claro que es uno de los parques más consentidos de la entidad y del Gobierno de Juan Manuel Santos. Precisamente por la prioridad de cuidar a Chiribiquete, PNN ha logrado que la Agencia Nacional de Hidrocarburos se autoimpusiera restricciones frente al acceso de recursos de hidrocarburos (un triunfo reciente porque en este momento ni en el parque ni sus áreas cercanas se cruzan con bloques de explotación o exploración)

Además, los 4 años de investigación científica que se ha realizado dentro del parque ha permitido recolectar información y definir un plan de manejo especial. Hay más de 10 iniciativas para cuidarlo, que incluyen: trabajo manconmunado con comunidades indígenas y campesinas; programas para reducir la deforestación; fortalecimiento de las políticas ambientales dentro y fuera del parque; y una tercera ampliación que doblaría su territorio al punto que casi que duplicaría el tamaño del departamento de Cundinamarca.

Castaño Uribe, quien ha trabajado con Parques Nacionales en la nominación de la Serranía de Chiribiquete ante la UNESCO, tiene la esperanza de que “Esta declaratoria (si es que se da) dé los dientes políticos que lo blindarían mejor en el futuro. Con esta, la Nación se comprometería a protegerlo con un plan especial y estrictas obligaciones y se generaría una fuerte presión para que los futuros gobiernos tengan el mismo compromiso”.

Parques Nacionales no ignora que las condiciones geográficas, el tamaño y aislamiento de este lugar, no solo hace que vigilarlo sea difícil, sino muy costoso. Aunque hay una cabaña que cuida el ingreso del parque por el río Mesay y algunos sobrevuelos de control, el plan es incluir otras herramientas de monitoreo, que pueden costar entre 150 a 500 millones de pesos anuales (dependiendo de su sofisticación). Pero es innegable que un parque tan extenso dificulta un control integral. (Foto: Jota Arango)

Mas peligroso que la guerra

La población más cercana a Chiribiquete es San José del Guaviare, localizada a una hora en helicóptero. Por 30 años, las FARC impuso las normas ambientales de la zona. Según Semana Sostenible, este tipo de control se ejerció en La Macarena donde se ponían retenes en trochas y ríos para verificar el número de animales cazados. En el río Meta, las FARC castigaban a los pescadores que vaciaran nidos de tortuga, obligándolos a tragarse hasta 50 huevos crudos.

La guerra conservó intactos los grandes patrimonios naturales como Chiribiquete, que quedaron fuera del alcance de los proyectos de desarrollo del país. El periodista Lorenzo Morales del Ceper de la Universidad de los Andes, explica en una investigación sobre medio ambiente, que el conflicto mantuvo, bajo cerrojo, ecosistemas enteros intactos, y que este nuevo contexto puede desencadenar una rápida depredación de sus recursos, si no se toman medidas inmediatas.

El control territorial y social era otra forma de legitimación de las FARC. Alrededor de Chiribiquete había cerca de diez frentes guerrilleros. De hecho, según la Fundación Ideas para la Paz-FIP, de los frentes 1, 7 y 62 todavía queda la disidencia –miembros armados que se separaron de los frentes a los que pertenecían, antes y después del Acuerdo de paz- y siguen operando por su relación con el narcotráfico y por otros motivos políticos u organizacionales.

Aunque la guerra limitó la explotación de recursos por parte de multinacionales o del mismo gobierno, esta facilitó la existencia de las economías ilegales. En 2015, los cultivos de coca de Guaviare y Caquetá superaron el tamaño de la ciudad de Rio de Janeiro (alcanzaron 13 mil hectáreas); se dragaron más de 200 kilogramos de oro en minería ilegal; y gracias a la colonización, desaparecieron 76 mil hectáreas de bosque (dos veces el tamaño de Medellín). Aunque no hay cifras oficiales, se sabe que estas actividades contribuyen a la contaminación de ríos y suelos de la región amazónica. (Foto: Jota Arango)

Con la firma de la paz, ese cerrojo ahora está abierto. Más en una región como el Amazonas donde el Estado siempre ha estado ausente. Por ejemplo, de acuerdo con el Plan Departamental del Guaviare 2016- 2019, en el departamento del Guaviare solo el 20,7% de la población tiene cobertura de educación, el 80% tiene alguna carencia en servicios públicos (más de la mitad no tienen alcantarillado, acueducto o energía) y casi la mitad de la población pobre no tiene cobertura de salud.

Este eco eterno del vacío del Estado y las muchas prioridades de la población hacen que el control y la protección ambiental sean tareas titánicas. De hecho, tal como lo explica el diagnóstico de este Plan Departamental, el peor enemigo de la institucionalidad es una cultura ilegal muy arraigada. Esto ha incentivado otras economías con intereses muy opuestos: la minería ilegal, los cultivos ilícitos, las carreteras legales e ilegales, y el mercado de tierras, los cuales son los causantes de los grandes males ambientales.

Uno de los problemas complejos del posconflicto son los cultivos ilícitos. El informe 2017 de la Oficina contra el Delito y las Drogas de Naciones Unidas muestra que aunque el porcentaje de cultivos de coca no es tan alto en Caquetá o Guaviare como en otras regiones del país, hay presencia de cultivos cercanos a las fronteras del parque Chiribiquete. No se puede desestimar la existencia de las disidencias de las FARC y sus dinámicas del negocio de la coca que siguen llamando más gente y, con ella, más deforestación. Sumémosle a ello que la estrategia que hace parte del Acuerdo de Paz para erradicarlos ha sido ineficiente, y que, la que busca la sustitución de cultivos, no ha llegado ni al 10 por ciento de la meta establecida.

Una solución posible es que comunidades y que exguerrilleros sean guardaparques. En las zonas de conflicto de Guatemala se ha hecho con éxito, entregando grandes concesiones forestales a reinsertados y familias. Rodrigo Botero director de la Fundación para la Conservación y Desarrollo Sostenible-FCDS, y experto en planificación territorial sostenible en esta región, considera que “no solo se lograría cuidar los bosques con un proyecto de largo plazo, sino que es la mejor forma de enfrentar las disidencias”.

A estos se le suman otros dos problemas que se relacionan entre sí y que acechan las fronteras del parque. Aunque son viejos, su impacto se está acentuando luego de la firma del acuerdo con las FARC: las carreteras y el mercado de tierras. La Fundación para la Conservación y Desarrollo Sostenible-FCDS, responsable del ordenamiento territorial sostenible de la Amazonía, ha identificado algunas de las vías sin planificación ambiental y sin licencia, que son motores de deforestación: 5 carreteras en Caquetá con 765 km, 8 en el Guaviare con 599 km y 3 en el Meta dentro de la Macarena. Estas son 16 carreteras fantasmas, por ilegales o informales, que no están reportadas en el sistema de información del Instituto Nacional de Vías-INVIAS o el Ministerio de Transporte. A estas carreteras se suma la Carretera Marginal de la Selva, un megaproyecto de hace medio siglo quería conectar Suramérica y, en Colombia, recortar kilómetros entre San Vicente del Caguán (Caquetá), San José del Guaviare (Guaviare) y La Macarena. Rodrigo Boterode la FCDS, que cuenta con las mejores herramientas de monitoreo satelital, estima que este proyecto puede afectar más de 1 millón de hectáreas.

En las imágenes satelitales, es evidente que las carreteras ya existentes y los trazados de los Planes Viales de Caquetá y Guaviare, coinciden con las zonas donde la deforestación es más aguda (sobre todo la zona Guaviare hacia el eje El retorno-Calamar). De hecho, un informe del IDEAM muestra que entre 2000 y 2012, el 50 % de las zonas deforestadas en el bosque amazónico se encontraban a menos de 2 kilómetros de un segmento vial, lo que prueba los efectos que tienen las vías y carreteras.

Ante las amenazas analizadas, el turismo es una amenaza menor, ya que se limitó el ingreso al parque por aire para proteger a las comunidades no contactadas. Como explica Julia Miranda de Parques Nacionales, los vuelos a más de 8500 pies no tienen ningún impacto. Aunque la preocupación de los expertos por el turismo es legítima, este solo llegará como consecuencia de un desarrollo e infraestructura para recibirlo.

Las verdaderas amenazas son las que se están devorando sus fronteras. La deforestación es causada por una suma de factores como las carreteras legales e ilegales, cultivos ilícitos, colonos y un mercado de tierras que está creciendo; son problemas que necesitan atención inmediata y el reto es entonces generar esa atención. (Foto: Jota Arango)

EN CONCLUSIÓN, el control y la presencia del Estado para garantizar un desarrollo ordenado y sostenible son esenciales para la salvación de la Amazonía. El diagnóstico de lo que puede suceder en términos ambientales si no hay un esfuerzo del sector público es más que evidente. A ello se le suman las graves crisis sociales, económicas e ilegales que siguen impulsando el oscuro panorama.

Manuel Rodríguez Becerra, el exministro de Medio Ambiente, explica que un elemento clave para cuidar un sitio como éste, lo constituye el activismo ciudadano y la opinión pública. Dice que el mejor ejemplo del resultado es el parque Tayrona en la Sierra Nevada. “Han sido las voces de indignación las que no han permitido la llegada de la minería o de proyectos hoteleros en sus tierras”. Explica que el reto es que la gente se apropie de un sitio como la Amazonia, que siempre han sentido lejano. Por ello, esconder al parque Serranía de Chiribiquete ya no es una opción. Es hora de divulgar sus tesoros para que los colombianos exijan la defensa de este patrimonio de su peor amenaza: la deforestación.

* Este reportaje fue presentado por la autora como trabajo de grado en la maestría de periodismo del CEPER de la U. de los Andes. La versión multimedia con más información puede ser consultada en el siguiente enlace: Chiribiquete, en la paz como en la guerra. 

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