El último año, en el departamento de Caquetá (Colombia) cayeron 23.812 hectáreas de bosque. Mientras colonos devoran el piedemonte amazónico, los habitantes del “municipio verde, protector del agua” pelean por salvar su territorio.
Por Helena Calle (@helenanodepatio)
Llegar al Belén de los Andaquíes no es difícil. Desde Florencia, la capital del departamento de Caquetá son 20 minutos por una carretera bien pavimentada. Las lomas propias del paisaje andino cambian bruscamente para convertirse en planicies verdes, donde pasta el ganado. Una vez en el pueblo, el bochorno de la tarde se amasa en las calles. No llueve, muy raro. Todo está tranquilo en el piedemonte amazónico.
Pero en este camino fácil no hay historia porque no es la vía más famosa de Belén. Hace 100 años, frailes capuchinos usaron la trocha que abrieron los indígenas Andakí –esfumados hoy– para llegar hasta la Amazonia desde Acevedo, Huila, en la frontera entre departamentos. Lo mismo hicieron comerciantes de quina y caucho a principios del siglo XX, colonos a mediados de siglo, ganaderos en los setenta, guerrilla, paramilitares, militares, cocaleros, mineros, traficantes de madera, pieles y especies silvestres. Todos, todos se abrieron paso a punta de machete entre el lodoso y empinado Camino de los Andakís, y fundaron pueblos y veredas queriendo hacer su terruño en las tranquilas sabanas caqueteñas, buscando vender su mercancía en la Amazonia o huyendo de la justicia de turno. De cualquier modo, fueron tumbando selva, un árbol a la vez.
Belén de los Andaquíes, declarado “Municipio Verde y Protector del Agua” en 2013, comparte terreno con la cordillera oriental y la región amazónica de Colombia. Emplazado al suroccidente de Caquetá, hace parte del departamento más grande y deforestado del país gracias a la ganadería extensiva, a la agricultura y la colonización. Solo en 2015 se deforestaron 23.812 hectáreas de bosque en Caquetá, según el IDEAM, gracias al avance de la frontera agropecuaria que se disparó con la salida de las FARC.
Belén es la excepción a esa triste regla en el departamento. Un grupo de 70 habitantes ha trabajado los últimos 30 años para declarar 10 áreas protegidas, 9 de las cuales son de conservación municipal. Haciendo cuentas, suman unos 71.000 kilómetros cuadrados que la comunidad delimita y vigila.
Según las cuentas de Tierra Viva, de las áreas protegidas hay 28.877 hectáreas que son Parques Municipales, 23.540 bosques en predios privados y 17.693 que pertenecen al Parque Nacional Alto Fragua Indi Wasi.
Al menos en papel, significa que el 59 por ciento de su territorio está protegido por la acción ciudadana, ni la ganadería, ni la tala, ni los colonos pueden tocar. ¿Cómo un puñado de personas logró esta hazaña en medio del departamento más extenso y deforestado del país, y en un territorio con un bagaje tan violento como Caquetá?
Erasmo González, uno de los mecánicos del pueblo, es una de las cabezas detrás de esta quimera. A la entrada de su taller, donde construye vigas para construcción, tiene una imagen del Divino Niño acompañando la nomenclatura, como casi todas las casas en el pueblo de Belén. Él es uno de los pioneros de la Fundación Tierra Viva, la organización ambientalista de ciudadanos que han impulsado los proyectos de conservación que lograron constituir un Sistema Municipal de 9 Áreas Protegidas que se suman a 1 Parque Nacional.
En 1992, un grupo de 70 personas recogían basuras de los ríos Pescado, Sarabando y San Juan. Se multiplicaron cuando cuando 500 estudiantes llegaron a sembrar 8000 árboles en las 53.6 hectáreas del Parque Municipal Natural Las Lajas, en las hectáreas que donó la Organización Internacional de Bosques Tropicales (OIMT). “Con los años llegaron las guacamayas a ese bosque”, recuerda.
En 1993, el gobierno nacional adoptó la Ley General Ambiental de Colombia en la que, entre otras, se creó el Ministerio de Ambiente, se echó a andar el Plan Nacional de Desarrollo Forestal y se dio prioridad a la protección de nacimientos de agua, ríos y páramos. Una novedad en Colombia y un inmenso avance en materia de conservación. El artículo 111, sobre la Adquisición de Áreas de Interés para Acueductos Municipales, dicta que para esas compras “los departamentos y municipios dedicarán durante 15 años un porcentaje no inferior al 1% de sus ingresos”.
La comunidad de Belén se pegó de ese artículo y el municipio compró inicialmente 511 hectáreas con cerdos en manadas de a 20, jaguares y pumas. Entonces nació el Parque Municipal Natural La Resaca, delimitado a 1 kilómetro del municipio. Esta estrategia se convirtió en punta de lanza de Tierra Viva. Entre 1997 y 1999, con ayuda de un desfile de ingenieros forestales, declararon 4 Parques Municipales para proteger nacimientos de agua, los termales de Quisaya y la palma de cananguche. Esto le sumó fuerza a la estrategia de conservación en la región de la época, a cargo del Inderena, que en 1974 decidió proteger las aguas y suelos del Caquetá tras dos décadas de colonización masiva. “Nos parábamos a las 5 de la mañana a hacer polígonos, tomábamos las coordenadas y delimitabamos las áreas protegidas”, cuenta Erasmo.
El paraíso de Colombia
Tierra Viva hizo mucho, apenas a la medida del problema: el proceso desarrollado con mucha decisión y completa convicción en medio de uno de los focos de la deforestación más grave que el país ha visto en años. Según el Ideam, Caquetá está en alerta de deforestación debido a la expansión de la frontera agropecuaria. Pero esto no son noticias nuevas.
Según la investigación del historiador Fabio Melo, en 1952 se anunció un plan de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) para estimular la colonización del Caquetá, considerado “El paraíso de Colombia” por la calma relativa en que se vivía. Sobre todo, querían impulsar la ganadería. “La exuberancia de los pastos ricos en gramíneas y leguminosas demuestran claramente que los suelos caqueteños son de excelente calidad. Los novillos de todas las razas vistos en mi visita al Caquetá, estaban gordos y apropiados para una exposición”, se leía en el informe técnico. Años después, mediante el decreto 124 de 1955 es creado el Fondo Ganadero del Caquetá S.A. Eso sumado a la promesa de titulación que el desaparecido INCORA inició y los incentivos del Fondo Ganadero, era de esperarse que miles de campesinos, muchos sintierra, llegaran en hordas. “En 1965 el Fondo Ganadero colocó 2.677 reses entre 184 colonos”, dice el estudio de Melo. Desde entonces la frontera no ha parado de crecer hasta alcanzar la conocida cifra de “1 vaca por hectárea”.
Balas contra palos
La historia de Caquetá ha estado marcada por la guerra, sobre todo la presencia de las Farc que, paradójicamente, crearon un fortín ambiental que evitó la colonización. De acuerdo con Arleth González, presidente de la junta de defensa civil de Belén de los Andaquíes técnico en Sistemas de Información Geográfica de Parques Nacionales, cuando se despejaron 42.000 kilómetros en San Vicente del Caguán en 2002, “de aquí al sur gobernaron los paramilitares, y hacia la cordillera, al norte, la guerrilla. Quedamos con Dios pero sin ley”. Ese mismo año, Parques Nacionales declaró el Parque Nacional Alto Fragua Indi Wuasi.
Uno de los problemas, según contaron algunos pobladores de Belén, es que cada grupo armado que pasó por el municipio, puso una base militar entre los bosques. Debían cortar selva, lavar la ropa en el río, etc. “Cuando se corrió la guerrilla llegaron los paramilitares y algunos militares, pero fue duro para nosotros porque los soldados necesitaban un palito para hacer el cambuche, entonces tumbaban el árbol que había plantado la comunidad porque no sabían que habíamos conseguido la semilla, calado el hueco, hecho el plateo y el seguimiento”, dice Erasmo. A los despachos de Ministerios y Corporaciones llegaron 52 folios sustentando porqué el Ejército no podía entrar al parque, firmados por Tierra Viva.
“Entre 2003 y 2007 nos volvimos parias. Decían que estábamos conservando el cerro del Parque Municipal Las Lajas para esconder guerrilleros”, cuenta Arlés. “Las mujeres hacíamos la recolección de firmas, la logística. Por eso desplazaron a tres hijos míos”, dice Luz Dary Alvarado, una abuela que trabajó con Tierra Viva.
Según el Ideam, entre 2000 y 2010 se deforestaron 345.490 hectáreas. Mientras la guerra se plantó en Belén, no se declararon áreas protegidas,
El coletazo del posconflicto
“Cae bosque a diestra y siniestra”. Esa frase resume el panorama de la región, según Kenis Capera, profesor y miembro de Tierra Viva. Nadie ha podido blindar el territorio de los asentamientos que vuelven en masa, o de la tala ilegal que baja por el río Caquetá hacia el río Orteguaza, llega a La Pedrera (Amazonas) y va a Brasil. Se puso peor cuando, en 2009, la comunidad conoció el borrador del decreto 2372, que dejó por fuera la figura de Parques Municipales del Sistema Nacional de Áreas Protegidas. Declararon cinco parques más a la carrera a punta de la vieja estrategia: madrugar, hacer polígono, cartografiar, entregar el resultado, organizar siembras, hacer rondas de vecinos, aliarse con oenegés más grandes para temas jurídicos, cuidar la casa. La ley se hizo efectiva en 2010.
“Cuando nació el Parque Municipal Andakí en 2009, logramos que salieran 52 personas que invadían los predios protegidos por la Ley 2 –que delimitó 7 reservas forestales en 1959– so pena de no llevarlos a la cárcel. Cada finca tenía cercadas 200 hectáreas. ¡Cuánto bosque iban a talar!”, cuenta Erasmo.
Ahora que no pueden declarar más áreas, el temor de la comunidad de Belén es que parte de las 48.855 hectáreas fuera de los polígonos de Parques Naturales hacen parte los 43 bloques petroleros que la Agencia Nacional de Hidrocarburos planea poner en marcha en Caquetá.
Según Mario Barón, director de Corpoamazonia, hay 70 permisos de aprovechamiento forestal en todo el Caquetá y 8.000 metros cúbicos salen legalmente del departamento. No hay cifras aún de cuánta madera se saca ilegalmente. Sí se sabe que entre 2008 y 2014 la Armada Nacional atajó 12.640 metros cúbicos de madera ilegal. También se sabe que la ampliación de la frontera agropecuaria es mayoritariamente para ganadería. “A veces la atmósfera del pueblo se pone azul por las quemas que el aire trae desde San Vicente (del Caguán) y Solano”, dice Arleth. Lo que identificó el sistema geográfico ESRI es que hay una “zona caliente” de deforestación moviéndose por el río Caguán hacia el Parque Nacional Chiribiquete.
El último sablazo del municipio para evitar precisamente esta avanzada fue la declaración de dos predios como Reserva Natural de la Sociedad Civil en 2015. Recientemente, el Instituto de Investigaciónes Científicas del Amazonas (SINCHI) presentó los resultados de la Expedición Bio, que se hizo en el viejo camino indígena, en donde encontraron 47 nuevas especies para la ciencia. En parte, todo estaba intacto gracias a la labor de conservación de los habitantes de Belén de los Andaquíes.
“No es fácil tener lo que tenemos, pero ahí vamos”, dice Luz Dary.
*Este artículo fue modificado porque había dos errores y una imprecisión. A saber: son 10 áreas protegidas las que pertenecen al municipio de Belén de los Andaquíes; son 500 estudiantes los que plantaron bosques en 1992; no son 18.000 hectáreas las que pertenecen al Parque Alto Fragua Indi Wasi, son 17.693.