Ayer el Gobierno amplió el área protegida más grande de la Amazonía. En total, quedó con 4’268.095 hectáreas y con varios desafíos para garantizar su protección. También fue declarado Patrimonio de la Humanidad
Por Helena Calle (@helenanodepatio)
En los años ochenta, la Serranía del Chiribiquete no aparecía en los mapas. Fue por una casualidad que el arqueólogo Carlos Castaño pudo ver los imponentes tepuyes desde una avioneta. Chiribiquete fue declarado Parque Nacional en 1989 y desde entonces sus muchos nombres se han hecho públicos: “La orilla del mundo”, “la joya del ambientalismo”, “La Casa Grande de los animales”.
Este paraíso, que además ayer fue declarado como Patrimonio de la Humanidad, por la Unesco, alberga 708 especies de plantas únicas en el mundo, 216 especies de peces, 30 especies de mamíferos y 7 especies de primates, pinturas rupestres que datan de hace 20.000 años y es hogar de, por lo menos, seis pueblos indígenas en aislamiento voluntario.
Por lo mismo, se ha expandido. Comenzó en 1989, teniendo un área similar a la de Haití. En 2013 pasó de tener 1’298.954 hectáreas a 2’782.353, casi el tamaño de Bélgica. Y a partir de hoy, como lo ratificó el presidente Juan Manuel Santos desde la Serranía de La Lindosa, el Parque Nacional Natural Serranía del Chiribiquete tendrá 1’486.676 hectáreas más, para un total de 4’268.095 hectáreas. Ahora, el área protegida más grande del país y de la Amazonía tiene el tamaño de Dinamarca.
“Estamos presenciando algo muy importante. Lo que estamos haciendo cobija a sabanas estacionales tropicales y bosques de galería tropical. Esto ayuda a controlar ese nefasto flagelo de la deforestación. Es un esfuerzo muy grande en el que ha participado mucha gente, varias instituciones y la comunidad”, aseguró Santos.
El nuevo polígono, además, incluye bosques que capturan unos 454 millones de toneladas de carbono únicamente en biomasa aérea y el 31% del agua superficial de la Amazonía. Así se asegura la conectividad entre la Orinoquía, la Amazonía y el norte de los Andes.
Todo pinta muy bien, pero sobre el anuncio de la ampliación del Chiribiquete crece la sombra de una pregunta difícil de responder: ¿Cómo cuidar un área inmensa, de alta importancia cultural y biológica, altamente conservada y cuyos límites están en los dos departamentos más deforestados del país, Caquetá y Guaviare?
La primera estrategia es que sean los vecinos del Chiribiquete –y no solo los funcionarios de PNN que trabajan en la zona– quienes se encarguen de que la deforestación, la minería y los extraños no entren al parque.
Para eso, PNN hizo consulta previa con dos resguardos. El Itilla (en Guaviare) quedó dentro del parque y el Llanos del Yarí Yaguará II quedó ubicado en los nuevos bordes.
También se hicieron acuerdos con la vereda Puerto Cubarre, con 14 familias, que decidieron quedarse y marcar la frontera del área protegida. Otras cinco familias, en la vecina vereda de Puerto Polaco, eligieron mudarse a San José del Guaviare o a Calamar, en Guaviare.
A pesar de que la decisión fue consensuada, los conflictos apenas comienzan. Julio Martínez, uno de los campesinos reubicados, no está contento. Cambió su finca de 200 hectáreas por una que eligió, de la mano de la Agencia Nacional de Tierras, de 98, “para no deforestar más en el parque”, según dice. No sufre por el tamaño del terreno, sino porque está pagando arriendo en Calamar, mientras sus 40 vacas están aún en Puerto Polanco, y su finca no produce alimento pues arrancó todos los brotes para dejar de cultivar y que el bosque se regenere solo. “En Bogotá nos dijeron que nos iban a dar la nueva finca antes de la declaración, pero todavía no hemos firmado escrituras de nada”, dice.
A Andrea Buitrago, una ecóloga de Parques Nacionales que estuvo tras el proceso de ampliación, le preocupa que el manejo de un área tan grande recaiga exclusivamente en los debilitados bolsillos de PNN, y en sus pocos brazos. Ella calcula que apenas unos 40 funcionarios trabajan en el Chiribiquete, “y es necesario ajustar el plan de manejo para gestionar el área. Hay que incluir a las comunidades, si no, va a ser muy difícil defenderlo de la deforestación”, explica.
Parques Nacionales instaló una cabaña que cuida el ingreso del parque por el río Mesay, pero el plan es incluir más monitoreo. Eso puede costar entre 150 a 500 millones de pesos anuales, según calcula Buitrago. Un problema considerable ya que el presupuesto total de esa entidad para 2018 es de $99’671.547.
Otra de las grandes preguntas sobre el futuro de esta inmensa área protegida es qué va a pasar con los pueblos indígenas en aislamiento voluntario que, se sospecha, viven ahí.
Su presencia no está confirmada, pero este fue un factor decisivo en la primera ampliación del parque, en 2013. Ese año, el Chiribiquete quedó prohibido para cualquier actividad turística o científica. “Los límites del Parque quedaron justo en el borde de la zona donde, creemos, se mueven estos pueblos. Este es un tema que aún es difícil explicárselo a la academia, que no siempre tiene un sentido social presente en la investigación”, dice Diana Castellanos, directora de la territorial amazónica de Parques Nacionales. Incluso, la Aeronáutica Civil prohibió los sobrevuelos sobre el parque (excepto para ciertas expediciones científicas y de vigilancia) e impuso un mínimo de altura de vuelo.
Los científicos se han mantenido a raya, pero los turistas y los evangélicos no. Hace cuatro años, dos exploradores polacos entraron a buscar las pinturas rupestres del parque, pero se perdieron y debieron ser rescatados por un helicóptero del Ejército que los encontró, gracias a un teléfono satelital y un localizador. Un par de años después, dos evangelizadores cristianos de Estados Unidos fueron sorprendidos buscando a los aislados.
Además de ampliar el área protegida a cuatro veces el tamaño que tenía hace 30 años, otro truco para proteger a la Serranía del Chiribiquete del avance de la colonización fue ampliar los dos resguardos que colindan con sus bordes en 2017: Puerto Sábalo Los Monos y la reserva Monochoa, en el suroccidente del parque. El área indígena suma casi 10 millones de hectáreas que blindan el parque al sur, por el curso de dos de los ríos más navegados de la Amazonía: el Putumayo y el Caquetá.
Pero los indígenas de los resguardos no conocen ni hacen uso de la zona ampliada. Hasta hace apenas un año, y con ayuda de los campesinos del Bajo Caguán, los indígenas amazónicos hicieron una expedición de reconocimiento de la zona.
“Nunca hemos ido, solo la conocemos espiritualmente y por historias de los taitas”, dice Ignacio Kiriateke, quien fue gobernador del resguardo Puerto Sábalo Los Monos. Estos uitotos tienen un plan para instalar tres cabañas para controlar quién transita esas selvas, “pero no se ha podido arrancar el proyecto. Hacerlo costaría unos $180 millones, que no tenemos, y hay que hacer un inventario para saber qué medicina (plantas) y animales hay allá”, añade. Por ahora, deben conformarse con saber que hay salados, dantas y anacondas a dos manos, y que madereros y mineros con sus dragas entran de vez en cuando y se acercan peligrosamente a los bordes del Chiribiquete.
Nadie duda que ampliar el Parque no es suficiente para mantenerlo a raya de las amenazas que avanzan sobre sus recién estrenadas fronteras: el parche más cercano de deforestación se encuentra a unos 2 kilómetros, y el año pasado, la deforestación se duplicó en la Amazonía, según el Ideam. El 47 % de la deforestación está concentrada en ocho municipios amazónicos, de los cuales cinco deberán proteger las nuevas fronteras del parque: San Vicente del Caguán, Solano, Cartagena del Chairá (Caquetá), San José del Guaviare, Calamar y Miraflores (Guaviare),
Pero por fortuna el Chiribiquete está en un estado de conservación envidiable. Los peces de dos kilos, dantas y anacondas que asombraron a los científicos que entraron en los ochenta continúan intocables en el viaje que un puñado de investigadores hicieron en 2016 para la más reciente expedición científica que se hizo, liderada por el Instituto Sinchi. “Este lugar es único en el mundo y aún hay muchos vacíos de información. Estoy seguro de que especies desaparecen por la deforestación y las amenazas sin que sepamos qué papel jugaron en ese ecosistema”, dice Alexander Urbano, un ictiólogo que participó en la investigación.
*Infoamazonia es una alianza periodística entre Amazon Conservation Team, Dejusticia y El Espectador.