No hay nombre para lo que ocurre con la Amazonia en Guaviare y Caquetá. Personas pudientes compran veredas completas y mandan a deforestar 200 a 500 hectáreas de una sola aserrada. Los campesinos más humildes arrasan de 1 a 15 hectáreas. Todos somos culpables.
Por José Yunis Mebarak, director de Visión Amazonía
Este artículo fue publicado originalmente en El Espectador
“¡Tiene 4.000 hectáreas de sabana, hijueputa, y tumba la montaña, el bosque de galería y no le da abasto nada! Nooo, es para matarlo yo”. Ese es el conmovedor audio dejado en mi Whatsapp ante la impotencia que siente el señor que además me envía un video donde por espacio de minuto y medio y a 80 kilómetros por hora observa de lado a lado los restos de selva hecha cenizas. Ciertamente: estamos quemando la selva amazónica, destruyendo mientras muchos alegan que no hay oportunidades, que el Gobierno esto, que el Gobierno lo otro, que son otros, que no son ellos, que es gente de afuera, que son los ricos, que no son los pobres.
La verdad: todos la están quemando. Estamos presenciando un arboricidio, un animalicidio. Se fue la ideología, entró el capital. Hay un frenesí por tierras baratas. Estamos destruyendo con tanta desfachatez, soltura y fiereza que ni siquiera aprovechamos la madera. Simplemente vamos quemando todo. Si eres pudiente, compras veredas completas y mandas deforestar 200 a 500 hectáreas de una sola aserrada. Si eres humilde, de 1 a 15 hectáreas. Yo mismo soy culpable por no hacer más, por comer la carne alimentada con la hoguera hecha de nuestra selva.
El Guaviare tiene el mismo tamaño de Costa Rica, 5,5 millones de hectáreas. A diferencia de ese país, no lo pueblan cinco millones sino apenas 120.000 personas. Sin embargo, ya quemó y convirtió 500.000 hectáreas de selva en pastizales donde pastan 250.000 reses y su ambición y plan es seguir tumbando, ojalá otras 400.000 o 1 millón de hectáreas, para poner principalmente vacas y uno que otro cultivo, quizás de caucho o cacao.
Guaviare tiene vía pavimentada a Bogotá, termales, ríos de siete colores como La Macarena, arte rupestre de 12.000 años, ciudades ancestrales y, sin embargo, su visión la nubla la ganadería.
Similar historia, pero ampliada, sucede con el Caquetá, que ya tumbó tres de 9 millones de hectáreas principalmente dedicadas a vacas. Ambos parecen no tener límites. ¿No basta con lo tumbado ya? Pocos quedarán ricos, pero la mayoría serán campesinos que se adentrarán más en la selva una vez se agoten los suelos y sus parcelas sean compradas por pudientes y entonces ellos irán a buscar más selva gratis adelante.
Este modelo conlleva un problema matemático: la selva es finita. Si no detenemos la deforestación, en los próximos 50 años tendremos una Costa Rica y media menos de selva. A nuestros hijos les dejaremos 5,5 millones de hectáreas de menos oportunidades de riqueza y 5,5 millones de insípidos potreros. Es como tener una alacena llena e ir vaciando los escaparates para los que vienen. En 20 o 50 años nuestros hijos se preguntarán: “¿Qué carajos estaban pensando nuestros viejos? ¿Pensaban?”. Porque una vez tumbada, tumbada está. No hay protocolo para recuperarla, no al nivel de la evolución de los miles de años que ha tomado formarla.
Podremos hacer una que otra restauración menor por el camino, pero no reconstruirla. Todos los colombianos deberíamos sentirnos tumbados con esta efímera y esquiva riqueza de pocos. Lo que unos cuantos están haciendo es un mal negocio para todos.
Nuestra selva amazónica es una portentosa fuente de riqueza que debemos proteger y aprovechar de manera sostenible. A la altura de semejante maravilla natural deben estar nuestras aspiraciones. El turismo, por ejemplo, ahora que se puede hacer, es una formidable apuesta de riqueza. Pero para desarrollarlo debemos apagar la hoguera que destruye la más extraordinaria diversidad de vida sobre la tierra. Nuestro derecho colectivo a un ambiente sano debe primar. Mantener la selva que nos permite el agua en Bogotá debe importar. Asegurar la integridad de este regulador de clima para que no cambie tanto, tanto, tantísimo y no nos haga mucho más daño debe significar.
Lo que está pasando es ilegal, inmoral e irracional. Ilegal porque están apropiándose de tierras que nos pertenecen a todos los colombianos y con quemas que están prohibidas en nuestro país. Y todos lo saben. Aunque todos aleguen que nadie sabe nada, todos saben todo. Es inmoral porque no hay derecho ni razón para incendiar todo animal, planta y especie viva sin discriminación y a tabla rasa. Es irracional porque destruimos la fuerza reguladora del clima, el bosque regulador del agua y las especies. Bien adentro sabemos que vamos en sentido equivocado.
Debemos parar la deforestación. Controlar los accesos estratégicos para detener la migración de personas y el flujo con ese capital voraz e incendiario. Decomisar las motosierras e insumos usados para su destrucción. Exigir a las compañías que venden los insumos que avivan esta hoguera su responsabilidad solidaria con todos nosotros y que sean parte de la solución. El Gobierno debe mantenerse en no permitir más abiertos y reconvertir lo que está intervenido con políticas, acciones e inversiones para potenciar sus riquezas enormes e inherentes, como peces, árboles, frutas, fauna y belleza propia, como lo propone Visión Amazonia del Ministerio del Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible. Son mucho más lucrativos la madera, los frutos secundarios del bosque y el turismo que el pastoreo. De paso, son actividades más distributivas, acordes con el medio amazónico.
No es tarde para corregir el rumbo, pero debemos apretar el paso. Y para ello no estamos en cero. Para empezar, tenemos el sistema de monitoreo que dice con precisión dónde y cuándo se está deforestando. Estamos financiando 39 proyectos para campesinos e indígenas con acuerdos de conservación y financiaremos muchos más a mediados de este año. Entregaremos 75.000 hectáreas en manejo forestal sostenible en zonas críticas para detener la tragedia de los comunes en el arco de la deforestación. Tenemos voluntad y vocación para enfrentar el fenómeno en entidades como el Ejército, la Policía, la Fiscalía, las corporaciones y las entidades territoriales, algunas de las cuales estaremos fortaleciendo. Hay nuevas herramientas legales, como el extraordinario impuesto al carbono, que nos ayudarán tremendamente a darle valor al bosque, y muchas más acciones.
Con todo y esto, necesitamos la suma de más voluntades, más conciencia colectiva, para que no siga sucediendo lo que nuestro carranguero mayor, Jorge Velosa, sintetiza magistralmente en su canción Póngale cariño al monte cuando dice:
“El monte se está acabando y lo seguimos quemando y lo seguimos talando y el monte se va a morir…”.
A los candidatos al Congreso y la Presidencia se les debe exigir propuestas para mantener y conservar el bosque amazónico. Nosotros estamos jugados en esto. Sólo faltas tú.
*Director Visión Amazonia. Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible