Por Maria Paula Rubiano
“Desde el principio de los tiempos, el hombre no había conocido terror semejante. La ciencia estaba estupefacta, pero allí estaba: desde las profundidades de las aguas del río Amazonas, el vínculo vivo con la noche de los tiempos. Una criatura atávica que existe desde hace 100 millones de años, increíblemente fuerte y destructiva”. Así se vendió en 1954 la película La criatura de la laguna negra, en la que Guillermo del Toro se inspiró para hacer La forma del agua, su más reciente filme.
El trailer de la producción de 1954, que incluye escenas de la caverna a la que la criatura arrastra a una bellísima Julia Adams, resume la visión del Amazonas que aún hoy predomina en el cine: aquella que pinta a esta selva y sus aguas como un lugar tan remoto que hasta el tiempo y la evolución llegan con retraso.
“La criatura de la laguna negra” (1954) fue la inspiración principal de Del Toro para su más reciente producción. / Universal International
De hecho, la primera película en mencionar de forma directa el Amazonas fue la adaptación muda de un relato de Sir Arthur Conan Doyle. En ella, un grupo de exploradores llegan a una meseta oculta en lo más profundo de esa región, por donde los dinosaurios todavía deambulan como en “la noche de los tiempos”. No hay hombres aún: solo un hombre simio que los ataca y por eso tienen que matarlo.
«El mundo perdido” (1925) fue la primera película en mencionar al Amazonas. Se grabó en Venezuela. / Wikipedia Commons
Las aguas del Amazonas y sus complejos lagunares aparecen por primera vez con la criatura de la laguna negra, y a partir de entonces se convierten en el hilo conductor de las grandes producciones: Curucu, la bestia del Amazonas, es un pájaro monstruoso que vive “río arriba, a donde ningún hombre blanco ha llegado”. La anaconda gigante que recorrió las salas de cine en 1997, vive en las orillas más recónditas del río.
Curucu (1956) resulta ser un indígena que está tratando de alejar a “su gente” de las plantaciones y la civilización llevadas ala Amazonía por la gente blanca. / Universal International
De acuerdo con Mateo Taborda, estudiante de comunicación audiovisual y multimedial de la Universidad de Antioquia que hizo su tesis de grado sobre la representación de monstruos en el cine, cuando los productores se cansaron de reproducir los grandes monstruos del romanticismo y el folclor europeo (la criatura de Frankenstein, Drácula), las criaturas mitológicas y las deformidades en humanos, decidieron plantar el terror en aquellos lugares inexplorados: las selvas y la profundidad del océano (Godzilla, por ejemplo).
En esta película de 1990, un extraño tipo de araña es llevado a EE.UU., donde se reproducen y matan a miembros de un pequeño pueblo. El científico que llevó a esta extraña especie a su pueblo natal es el heroe que salva el día al exterminar a los arácnidos. / Buenavista Pictures
Los monstruos del Amazonas mezclan ambos miedos: son criaturas prehistóricas que nadan ocultas de la civilización en hilos de agua turbia que dibujan el sistema nervioso de selvas incomprensibles. El director alemán Werner Herzog condensó ese miedo a lo desconocido, a ese otro mundo, en las palabras que abren Fitzcarraldo, su película sobre una travesía delirante por el río Amazonas: “Los indígenas llaman a esta tierra Cayahuari Yacu, es decir, ‘donde Dios no acabó la creación’”.
En esta película de 1997, la Yacumama, la enorme serpiente que para los indígenas es “la madre del agua”, es un monstruo con un apetito insaciable, dispuesta a tragarse a un equipo entero de la National Geographic. / Columbia Pictures
Guillermo del Toro quiso darle la vuelta a ese miedo. Quiso reivindicar al monstruo enamoradizo de la laguna negra. “En una versión de los cincuentas de esta película”, dijo en un programa de TV española, el villano, el agente de gobierno que captura a la criatura en el Amazonas, “habría sido el héroe”.
En La forma del agua, ese hombre blanco y respetable, ese padre de familia que vive en los suburbios y cumple con su trabajo sin emitir queja alguna, es el villano que tortura a un ser bello y milenario, porque sólo ve en él a “una criatura repugnante de Latinoamérica”. Para Andrés Murillo, director del programa de cine del Colombo Americano de Medellín, “los monstruos de Del Toro no buscan acabar con el entorno, sino que simplemente buscan relacionarse con él”.
Del Toro también desafía la concepción del pasado como un lugar de horror. “Esta criatura es un dios elemental de un río que representa el pasado, lo más sagrado y antiguo para otra cultura, y está siendo torturado por un villano que no lo ve como la cosa divina que es”. Con su película niega que la selva amazónica sea el lugar al que no llegó la mano de Dios. Afirma que es, en cambio, el lugar donde él habita.