Lo único que aterriza en el aeropuerto de Andoas, desde hace 10 días, son los sueños de ancianas, jóvenes, madres, padres, en fin, cientos de pobladores quechuas del Pastaza, que han recuperado el territorio arrebatado por el Estado y las petroleras.
La población indígena utiliza la pista de aterrizaje como una gran cama comunal. No hay aviones a la vista.
Del aeropuerto puedes salir por una carretera que te lleva de la cuenca del Pastaza a la del Tigre, atravesando tres distritos de Loreto que rompen los territorios indígenas. En ese camino, además, puedes atravesar la noche; y ya no se escucha el sonido inconfundible del animal petrolero. Cientos de pozos y todas las baterías del Lote 192, el lote más importante del Perú, han sido detenidos. Solo la noche del bosque gobierna, y a lo lejos solo alumbra la luz diáfana de los pueblos indígenas Achuar del Río Corrientes, ubicados desde el río Macusari hasta el río Tigre, a lo largo de la carretera petrolea.
Casi todos los días, desde el río Corrientes, llegan al aeropuerto los Achuar. Van a visitar a los Quechuas, a compartir masato, comida, pango, venado, majaz, sashavaca, tucunares, doncellas, zúngaros, todo ello cazado, cosechado y pescado en sus territorios. Los Achuares llegan a conversar unidos e indignados por esa actitud del Estado de no querer reconocerlos como dueños de sus destinos. Alguien de Lima cree que puede decidir por ellos, decidir que detrás de sus hogares, en el bosque heredado por sus ancestros, se produzca petróleo y a cambio recibir dinero envuelto de contaminación y destrucción. Dinero además insultante, con un cero por delante.
Es raro que el Estado insista en no tomarlos en cuenta a la hora de tomar decisiones sobre sus territorios, esto a pesar de saber que desde hace más de 40 años sus cochas y ríos están contaminados (todo ello causado por OXY y por Pluspetrol), que sus caminos son atravesados por tuberías viejas, que decenas de pozos son antiguos y la contaminación continúa ocurriendo a pesar de las nuevas tecnologías (hace un par de días se reportó un derrame de la nueva empresa Pacific Strauss). Aun así, los Pueblos de esta zona no están en contra de la actividad petrolera, pero se les condena arbitrariamente a estar contaminados y, si los reprimen, a la muerte y encarcelamiento, aunque tienen la voluntad de dialogar y dejar que la adicción destructiva del petróleo continúe en las ciudades.
A la luz de la madrugada de algunos de estos días, reflexionando con el ancestral uayus, bebida para limpiar el estómago y pensar sobre lo que vendrá, la gente está reunida como no lo ha hecho hace mucho, unida y compartiéndolo todo como en aquellos tiempos sin petroleras, recordando los tiempos del buen vivir. Pero los tiempos han cambiado, el corazón de sus culturas ha sido alcanzado por una modernidad deforme y destructiva que los ha llevado a insertarse en modelos de desarrollo de los que no tienen control del todo, como sí lo tenían antes.
Pero no se rinden; piensan, sueñan, saben que si hace miles de años pudieron convertir plantas venenosas en yuca, también podrán vencer en estos tiempos el veneno del desarrollo indignante. Esta medida tomada por la vulneración a sus derechos a la consulta, ha implicado cerrar los pozos de producción petrolera para proteger su salud, utilizar el aeropuerto como una gran cama y, desde hoy, como una gran pista de deporte. Tal vez está sea la única forma para que el Estado voltee su rostro indiferente, ya que frente a frente, en Iquitos o en Lima, no los atendieron con respeto y comprensión.
Entre la gente, increíblemente, aún hay esperanza y fuerza, siempre la hay. Las hay aun cuando el día de ayer vino una comitiva de avanzada a imponer cuatro puntos de diálogo de un total de 11 puntos reclamados por los pueblos indígenas para que se respeten mínimamente sus derechos. Comitiva que, como dijo un funcionario frente a la misma Defensoría del Pueblo, es el modo como se solucionan conflictos “en tiempos de guerra”. Extraña alusión en estos tiempos en los que los pueblos hablan de diálogo y parece que el inconsciente del Estado sintomatiza, sin saberlo, guerra. La comitiva ha prometido venir con Ministros hasta el día 13 del paro.
Hay esperanza y tranquilidad aun cuando algunos indígenas, minoritarios (una comunidad y media a comparación de las otras 16 a favor de la movilización pacífica) quienes han creado una ONG denominada ORIAP, la cual se han propuesto tres fines: primero, defender a la empresa; segundo, ser adoptados en el proceso de consulta y a última hora por el viceministerio de interculturalidad; y tercero, no sumarse a la movilización pacífica sino tratar de desprestigiarla en medios buscando además la intervención del Estado y la empresa. Esta situación no es ninguna novedad en la larga historia de la dominación sobre los indígenas. Aquellos son los mismos indígenas quienes llevan al colonizador o dominador a apresar a sus propios hermanos.
Hay esperanza y tranquilidad, aun cuando existen rumores de intervención policial y militar para poder liberar el lote petrolero más importante del país, el mismo que es el más destructivo para los pueblos indígenas del Perú. Los rumores de intervención son fortalecidos por el corte constante de las comunicaciones, ya que la antena está dentro de la empresa petrolera. Se conoce además que Pacific tiene un historial poco alentador en torno a la colaboración con fuerzas violentas para poder operar. Lo único que harían la policía y los militares en este escenario sería una carnicería contra niños y niñas, contra ancianos y ancianas, contra mujeres y hombres con esperanzas tan abiertas como las heridas causadas por las petroleras.
Pero hay que insistir, a pesar de todo esto hay esperanza, tranquilidad y hasta alegría; porque los pueblos saben que su lucha es digna. Hombres mujeres y niños, siguen en pie, entre el aeropuerto y las comunidades, juegan en medio del paro, cocinan, comen, beben masato, comparten conversaciones y descansos, saben que las amenazas son solo eso, y que ellos saben que el futuro será mejor.
Hoy, 21 de setiembre, con el petróleo bajo tierra sin molestar a nadie (como dicen por acá) ad portas que termine el invierno en Lima y que en las comunidades continúe el pleno y caluroso verano, lo que resiste es la dignidad. Y con ello, la esperanza de que cuando venga el Estado aprenda a respetar derechos y tenga la dignidad de responder con dignidad, lección que aún el Estado no aprende pero que los Pueblos Indígenas no tienen prisa para ayudarle a aprender.