Aunque el paludismo es cosa de todos los días, la región no encabeza las zonas prioritarias de atención, a pesar de que el 90 % de casos suceden aquí

Por Helena Calle ([email protected])

Raúl Petei Miraña aguantó todo lo que le pudo el cuerpo, haciendo guardia en la cabaña de Control y Vigilancia de Puerto Caimán, ubicada en el Bajo Río Caquetá, en la Amazonia colombiana. Cuando le ganó la fiebre alta y la anemia que causa la malaria, un compañero lo llevó al Centro de Salud del corregimiento de La Pedrera, a unas 5 horas en lancha, en donde le dieron Fansidar, un medicamento muy común para tratar este parásito. Aunque débil, al otro día ya estaba de vuelta en Puerto Caimán.

Escenas como estas son comunes en la Amazonia colombiana, en América Latina y en África. De acuerdo con la Universidad Nacional, en nuestro continente, aunque la situación no es tan crítica, preocupa: de un millón de infectados, mil fallecieron en 2010. La amazonia Colombiana y brasileña encabezan la lista en este lado del hemisferio, el mismo en donde se han desarrollado algunas de las cepas del parásito más resistentes a los fármacos.

Un estudio de 2012 del Laboratorio de Parasitología de la Universidad Nacional, el Centro Internacional de Entrenamiento e Investigaciones Médicas y la Universidad del Valle identificó varias zonas de Colombia en donde circulan variedades del parásito que causa la malaria y que son inmunes a los antimaláricos más comunes, como el Fansidar (sulfadoxina pirimetamina).

La evidencia científica demostró que en el Amazonas colombiano, el Fansidar no tiene efecto porque allí circulan variedades del parásito que causa la malaria –el Plasmodium falciparum– de alta resistencia, mientras que en otras zonas la droga tiene un efecto parcial (Orinoquía y Pacífico Norte) o efecto total (suroccidente colombiano).

La realidad más inmediata también ha prendido alarmas. Según algunos habitantes del Resguardo Indígena Curare Los Ingleses, en el bajo Río Caquetá, varias personas de su comunidad han enfermado de malaria en los últimos meses. Incluso, funcionarios de uno de los cuatro Parques Nacionales Naturales que funcionan en la zona manifestaron haber sufrido de paludismo recientemente.

Un parásito ruidoso

De acuerdo con un informe del Instituto Nacional de Salud, esta semana se notificaron 712 casos de malaria en todo el país. «A la fecha, han ingresado al  Sistemas de Vigilancia de Eventos en Interés en Salud Pública (Sivigila) 44.469 casos de malaria (43 584 casos de malaria no complicada y 885 casos complicados). 

En 2010, se anunció el Proyecto Malaria Colombia, que tuvo el propósito de reducir la mortalidad en 44 municipios de 5 departamentos: Antioquia, Cauca, Chocó, Córdoba y Valle del Cauca que concentran cerca del ochenta por ciento (80%) de los casos de malaria en el país.

Parte de las razones por las que la Amazonia no calificó a ese programa –que finalizó en 2015– es porque los Sistemas de Vigilancia de Eventos en Interés en Salud Pública (Sivigila) deben fortalecerse. Estas unidades deben notificar semanalmente los eventos que se presenten en su área de influencia y confirmarlos por laboratorio, cosa que no siempre es posible por la poca referencia para la confirmación de eventos, la falta de recursos humanos capacitados para cada Centro de Salud y los reportes tardíos que entrega la gente sobre su enfermedad.

Solo en el corregimiento de La Pedrera, a donde fue a tratarse Raúl Petei (acostado en la foto que encabeza este artículo) hay médicos rurales (no profesionales) y la energía se va a las 10:30 de la noche cada día, lo que dificulta la prestación continua de los servicios de salud. Una ironía si consideramos que este corregimiento de 5.000 habitantes encabeza la lista de los lugares con más riesgo epidemiológico para malaria. Según el reporte del Instituto Nacional de Salud, 6 de 18 municipios en riesgo por malaria están en la Amazonia colombiana. 

A pesar de que el 80 por ciento de casos de malaria en Colombia se presenten en esos 5 departamentos, casi el noventa por ciento de los casos de malaria en América se presentan en la Amazonia, según un informe de la Red Amazónica de Vigilancia de la Resistencia a los Antimaláricos (RAVREDA).

Otra razón por la cual esas son las zonas prioritarias (y no la Amazonia), es que todas tienen zonas mineras, en donde el rápido aumento de la densidad de la población, resultado de las migraciones procedentes de otras zonas maláricas, produce condiciones adecuadas para la expansión, de la enfermedad, como se lee en la investigación de la Universidad Nacional. Sobre todo Chocó ha sido fuertemente golpeado por el parásito.

No todo está perdido

A pesar de que sea una enfermedad curable, el año pasado murieron 430.000 personas en todo el mundo, según Médicos sin Fronteras. Pero no todo está perdido. Solo en octubre de este año, dos importantes avances para tratar la malaria han dado la vuelta al mundo.

De acuerdo con la revista Science, un grupo de científicos financiados por los Institutos Nacionales de Salud (NIH) en Estados Unidos identificaron dos nuevos frentes para el desarrollo de medicamentos más eficaces para combatir la malaria apenas la semana pasada en universidades de Washington y Génova. El estudio concluyó que el plasmodium falciparum, que es el parásito más mortal de la malaria, precisa de dos proteínas para poder infectar una célula sanguínea y reproducirse. Atacar esa proteína y no al parásito podría frenar el esparcimiento de la infección.

Otros investigadores de la Universidad de Tulane, en New Orleans (Estados Unidos) condujeron un test para una medicina experimental en septiembre de este año, que arrojó resultados exitosos en pacientes infectados con malaria, en el marco de una investigación de la US Food & Drugs Administration (FDA). Esto demuestra que el problema de la malaria está en mente de investigadores y científicos del mundo.

Sin embargo, estos avances suceden lejos de un contexto en el que para llegar al centro de salud más cercano hay que hacer un viaje por trochas o ríos de mínimo dos horas, sorteando los obstáculos más dramáticos, como el afán de llegar antes de que la enfermedad tenga complicaciones neurológicas, el mal tiempo o  la falta de combustible para impulsar una lancha o un deslizador.

A lo mejor, la cura siempre ha estado allí.

Uno de los tratamientos más comunes que hacen parte del conocimiento popular y no de la cultura farmacológica es la planta de artemisa. Según el informe «Mapa de distribución global de las mutaciones de resistencia a antimaláricos en Plasmodium«, los tratamientos combinados con derivados de artemisinina y los estudios de eficacia terapéutica son muy efectivos contra la malaria. “La Organización Mundial de la Salud ha recomendado desde 2001 los tratamientos combinados con derivados de artemisinina como primera línea contra el parasitismo por Plasmodium falciparum sin complicaciones, y todos los países en América del Sur han adoptado esta directriz”, dice el informe.

La situación es similar para otras zonas amazónicas, como San Fernando de Atapabo, en el estado de Amazonas, Venezuela, en donde se registraron 110 casos de paludismo en 2016. Algo similar sucede en otras zonas de Colombia, como en Puerto Inírida, a unas  horas de navegación desde San Fernando de Atapabo. Según el portal ArmandoInfo, la crisis económica de Venezuela ha provocado que se dispare la minería ilegal como salida de supervivencia. La alta tasa de migración que esa “fiebre del oro” conlleva se suma a la tala indiscriminada de la región que provoca, además de un problema de seguridad, el trabajo redoblado de autoridades sanitarias.

De acuerdo con el diario El Colombiano, Amazonas no ha aparecido en las denuncias. Sin embargo, para el profesor Iván Darío Vélezdirector del Programa de Estudio y Control de Enfermedades Tropicales de la Universidad de Antioquia (Pecet), existe un subregistro importante en este departamento. “No se reporta porque la mayoría de los que están sufriendo son indígenas. Estamos en un brote epidemiológico de malaria. Con la U. Nacional demostramos hace siete años que cuando hay fenómeno de El Niño se generan brotes de malaria. El Estado parece no haber revisado ese estudio. Ahora vemos casos de mortalidad pulmonar, que no se dan por falta de conocimiento sino por falta de acción del Estado”, dijo al diario antioqueño.

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