Aunque hasta el momento hay solo 11 casos de COVID-19, este departamento puede enfrentar graves problemas si no se movilizan recursos para contener el contagio. Por fortuna, quienes están planeando la estrategia han empezado un sofisticado plan de la mano de las comunidades indígenas, un escenario muy distinto a de los otros departamentos amazónicos.
Por Sergio Silva Numa – @SergioSilva03
São Gabriel da Cachoeira es una pequeña ciudad al noroccidente de Brasil. Es el último municipio del Amazonas, a unos 850 kilómetros de Manaos, la capital. Como todos los puntos de esa selva, vive una pequeña tragedia. Su frágil sistema de salud, sin camas de cuidado intensivo, colapsó pronto. Tiene 516 casos de COVID-19, casi tantos como Tabatinga, que limita con Leticia. La crisis humanitaria, como la suelen llamar algunos de los miembros del Comitê de Enfrentamento e Combate à COVID-19 de esa región, parecía inminente. “Será una catástrofe para los 23 pueblos indígenas del río Negro”, dijo una de ellas al diario Folha de São Paulo cuando aparecieron las primeras dos personas contagiadas. (Lea “Si no nos ayudan, en el Amazonas habrá una catástrofe”)
Muchos colombianos no tienen en el radar a ese territorio tan distante al que los brasileños, incluso, no suelen mirar con frecuencia ni siquiera en esta pandemia. No por desidia sino porque, como dice Giulia Barao, desde Brasilia, las semanas transcurren en medio de tantas tragedias que es difícil concentrarse en una sola. “Lo que está sucediendo en las favelas de Río de Janeiro y São Paulo también nos inquieta. Estamos en una crisis de salud y de gobernabilidad que ya no sabemos a dónde mirar”. Pero para hablar de Vaupés, en Colombia, y lo que puede suceder en las próximas semanas, hay que hablar también de São Gabriel da Cachoeira o, como suelen llamarla, la capital indígena del Alto Río Negro. (Lea Esta es la situación del coronavirus en tiempo real)
Quienes han recorrido por años esos territorios saben que hablar allí de fronteras es tan ingenuo como pedir que detengan el tránsito de personas del Amazonas, que comparten Brasil y Colombia. “Es una separación ficticia. Esos puntos fronterizos en realidad no existen. Lo que hay es una relación de compadrazgo entre familias, que no se definen por lazos de consanguinidad como las nuestras. Es normal ir a Brasil y regresar al cabo de un mes o viceversa”, explica Pablo Martínez, médico de Sinergias, una de las pocas organizaciones que han velado por la salud de las comunidades de la Amazonia.
Ese “límite”, que trazaron gobernantes sentados en un escritorio, es una extensa red de siete ríos y más de 600 kilómetros de selva. Hollman Hurtado puede recitarlos de memoria: Isama, Querarí, Papurí, Tiquié, Caño Comeña, Taraira, Apaporis y Vaupés. Los 25 años que lleva viviendo en Mitú y recorriendo esa compleja red de agua y selva le permiten decir que pertenece a Vaupés. Por eso sabe que si hay algo que debería inquietar a quienes viven ese departamento que limita con Brasil es, justamente, São Gabriel da Cachoeira.
Hurtado, biólogo y epidemiólogo, resume los motivos en un par de frases: “Esta extensa frontera lo complejiza todo aún más. Hay una gran posibilidad de que empiecen a bajar personas infectadas provenientes de São Gabriel. Es probable que haya un gran flujo de gente y será muy difícil de contener”. Cuando eso suceda, dice, “también veremos otra tragedia”.
Para los médicos que siguen con detalle el avance del virus SARS-CoV-2 por el Amazonas desde la inquietud de la cuarentena, es una fortuna que Hurtado esté al frente de la epidemia en Vaupés. Eso, en comparación con otros departamentos de la región que piden auxilio desesperados, representa un gran alivio. En esa carrera contrarreloj que ha sido la preparación para la pandemia, Hurtado empezó a ganar minutos en medio de un sistema de salud que está mostrando su peor faceta en los territorios apartados.
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En el momento en que se escribe este artículo, Mitú, que está conectado con São Gabriel da Cachoeira por los ríos Vaupés, Papurí y Negro, tiene solo once casos de COVID-19. Si no hay ninguno en el Hospital San Antonio es porque un equipo liderado por Hurtado prefirió salir a buscarlos que esperar a que saturaran la única unidad de cuidados intensivos (UCI). “Se hizo una búsqueda activa y tomamos muestras a 107 personas con gran exposición por su condición laboral. Ninguna tenía síntomas, pero no podíamos esperar. Hace unos días mandamos más a Bogotá y estamos a la espera de los resultados”, cuenta Camila Rodríguez, médica de la organización Sinergias y del Instituto Nacional de Salud (INS).
El afán es simple: “Hay que hacer todo lo posible por evitar más contagios. Si no lo hacemos ya y tomamos todas las medidas para que las comunidades de Vaupés se aíslen, veremos bajar cuerpos por el río”, dice Hurtado. Otro dato explica su angustia: apenas hay dos ventiladores y están haciendo todo lo posible para extender la capacidad de atención. La idea es lograr siete UCI. “Todo está en convenio, pero no está listo y ya no podemos esperar más”, replica.
Pero mejorar las capacidades de atención en Vaupés es muy distinto a seguir una hoja de ruta para contener el COVID-19 en una ciudad como Barranquilla o Bogotá. Las 256 comunidades están esparcidas en un territorio de más de 54.000 kilómetros y para visitar a alguna de las que viven en Yavaraté, Carurú o Taraira (ver mapa) se necesita un vuelo cuyo costo supera los $2 o $3 millones. El otro problema, dice Martínez, es que no hay una buena comunicación, porque hace unos veinte años, cuando empezó a mutar el sistema de salud de la región, “comenzamos a quedarnos ciegos”. Entonces había una red de 72 puntos de atención (hoy hay solo tres) en la que eran vitales los “promotores de salud” y los auxiliares. Los médicos, como él, que alcanzaron a trabajar en ese modelo, recorrían por seis u ocho meses un solo río atendiendo a todas las comunidades.
“Ahora, cada nuevo ministro llega con un nuevo modelo que nadie pone a andar. Primero fue el MIAS (Modelo Integral de Atención en Salud) y luego el Maite (Modelo de Acción Integral Territorial). Al Maite nunca lo vi. Es como si cada quien llegara a refundar de nuevo la patria”, dice Pablo Montoya, director de Sinergias. Para él otro punto es clave y el país se ha tardado mucho en entender su necesidad: «Es necesario crear acuerdos fronterizos».’
¿Cómo remediar esa carencia? ¿Cómo evitar que los contagios se extiendan por las comunidades y empiecen a bajar malas noticias sobre la salud de los abuelos? Hurtado y Rodríguez confían en que el plan que están llevando a cabo les dé resultado. Después de viajar a todos los puntos claves y contarles la gran epidemia que se avecina, les sugirieron a las comunidades hacer algo que hace décadas hacían otras generaciones para evitar contagios: irse a la chagra y aislarse.
Su plan consistió en darles un kit con productos básicos para pasar uno o dos meses en la selva. cinco mecheras, cinco barras de jabón Rey, dos carretes de nailon, una caja de anzuelos, dos linternas, tres pares de pilas, una crema dental, cinco cepillos dentales, un machete, una lima, cinco kilos de sal y cinco libras de azúcar. “Eso, espero, les permitirá sobrevivir mientras están aislados”, dice Hurtado. «Eso es lo que hacían las comunidades cuando llegaban otras epidemias como la tosferina, el sarampión o la varicela. Entonces, tenemos que potenciar esa capacidad; es lo mejor que podemos hacer. Si esperamos a que se infecten y lleguen al hospital, no los vamos a poder atender».
Solo tiene un problema que no lo deja dormir: han entregado 350 kits y necesitan llevar 4.500. Después de gastar cerca $800 millones los recursos empiezan a escasear y deben hacer otros 67 vuelos. Pero prefiere no quejarse del histórico abandono del Gobierno central. Eso ya todos lo saben. Su estrategia ha sido recurrir a manos amigas que se animen a donar herramientas.
Foto: Comunidad de Mandí, en Vaupés Medio./