Por medio del relato de los pobladores, reconstruimos el horror que vivieron durante los tres días de combates. ¿Qué ha pasado con las víctimas? ¿Cómo se recuperó el pueblo?

Por Edison Bolaños, Colombia 2020

Un mes antes del ataque a Mitú, los indígenas que habitan al otro lado del río les comentaban a los colonos que la guerrilla se iba a tomar el pueblo. Ese era un rumor persistente cada vez que venían a la plaza de mercado los sábados y domingos. “Nunca les creímos”, comenta Milcíades Borrero, quien vive en la cabecera de la pista del aeropuerto de Mitú. Desde ahí, escondido en un hueco al que llamó trinchera, se refugió los tres días que duró el enfrentamiento entre la guerrilla de las Farc y la Policía. Fue un ataque cruento, que dejó cientos de muertos, entre soldados, civiles y guerrilleros, sin una cifra oficial, hasta ahora.

Lo que se sabe es que ese 1º de noviembre de 1998, 41 policías murieron y 61 fueron secuestrados. En cuanto a civiles, se habla de ocho muertos, entre ellos el diputado conservador Félix Santos Calderón, asesinado durante la incursión guerrillera. En la retoma, cientos de guerrilleros también cayeron, cuando los helicópteros y aviones de la Fuerza Aérea Colombiana llegaron desde una pista del Brasil para recuperar el control de esta capital. No se sabe cuántos, pero los pobladores comentan que fueron llevados en volquetas a una fosa común que habría en Puerto Vaupés. Tampoco se sabe nada de los restos del intendente Luis Hernando Peña Bonilla, quien murió en cautiverio junto al capitán Julián Ernesto Guevara. Este último ya fue sepultado por sus familiares.

Primer ataque

Cuatro días antes de la toma ya Milcíades estaba esperando meterse al hueco cuando sonaran las balas de la guerrilla. Los indígenas se lo decían y él fue hasta donde el obispo para que llamara a la Nunciatura en Bogotá. “Me dijo: sí hombre, el coronel lo sabe, lo que pasa es que no nos hemos podido comunicar con nadie en Bogotá. Yo le sugería llamar a la Nunciatura. Parece que él logró entender el mensaje, pero no hubo ninguna conexión efectiva”, comenta Borrero, considerado a sus 80 años el historiador de Mitú.

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El 31 de octubre hubo fiesta, por la celebración del Día del Niño, y, pasada la medianoche el pueblo se fue a dormir. Víctor Manuel Gómez Chequemarca, entonces presidente de la Asamblea Departamental, estaba en su casa, cerca del hospital. “El ataque empezó muy débil y el primer aviso fueron unos disparos muy delgados. Un minuto más tarde empezó la toma. Se empezaron a escuchar ráfagas, gritos y un sonido estruendoso cuando lanzaron el primer cilindro al comando de la Policía. En ese momento nos dimos cuenta de que las Farc se habían entrado al pueblo y empezado el ataque tan anunciado, relata Chequemarca, esta vez sentado en el parque de Mitú “respirando un nuevo aire”, como dice él.

El ataque se recrudeció a medida que fueron pasando las horas de ese 1º de noviembre. Fueron cerca de 1.500 guerrilleros los que participaron en la toma, atacando al comando de la Policía del Vaupés, que entonces tenía 116 uniformados al mando del coronel Luis Herlindo Mendieta, quien ascendió al grado de general estando en cautiverio.

A la nueve de la mañana de ese día, mientras Milcíades y su familia se refugiaban en un hueco de la casa, cerca de la pista aérea, al frente, en un árbol, se instaló el entonces jefe guerrillero Romaña, cuyo nombre de pila es Henry Castellanos. “Con un radio de transmisión y unas muchachas que lo asesoraban para dar órdenes”, cuenta Milcíades.

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“Desde el hueco escuchábamos todo. Por aquí cerca pasaban los heridos. Recuerdo que Romaña estaba muy bravo porque había un policía que, desde un punto equis del comando, bala que disparaba era fija. ‘Cómo no van a bajar a ese no sé cuántas…’, eran los gritos que se le escuchaban”.

A las 5 p.m.., cuando el enfrentamiento fue bajando de intensidad, en las calles de Mitú, principalmente en el comando, habían caído una docena de cilindros bomba, un arma no convencional que utilizó la insurgencia para atacar los puestos de Policía de los pueblos. Por su parte, algunos pobladores se habían refugiado en sus casas, debajo de las camas, para que los colchones recibieran la onda explosiva que generaban los estallidos. Otros se refugiaron en la iglesia, que quedaba cerca del comando, y otros en la Normal Superior, donde cocinaron en minga para todos, durante los tres días que duró la toma.

Segundo ataque

A esa hora las Farc ya superaban en número de hombres a la Fuerza Pública. “Eran cerca de 116 policías versus más de 2.000 guerrilleros”, recuerda Chequemarca y también relata las horas que estuvo escondido en un estanque para que la insurgencia no lo encontrara. “Encontrábamos guerrilla por todas partes. Mirábamos a los guerrilleros corriendo, cargando cilindros y avanzando con fusiles hacia el comando de la Policía, que era el objetivo final. Y así siguió toda la noche hasta que diezmaron a la Policía y secuestraron a los bachilleres que prestaban servicio a esa institución”.

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Las instituciones departamentales, como el comando de la Policía, también quedaron derruidas, además de casas de civiles, la Caja Agraria, Telecom, almacenes del comercio y el hospital. Al final, murieron 43 policías, más de ocho civiles y 61 uniformados (entre bachilleres y policías activos) fueron privados de la libertad por la guerrilla. De ellos, 54 fueron liberados dos años después en el marco del proceso de paz con el Gobierno de Andrés Pastrana, en el llamado intercambio humanitario, que logró la liberación de 352 miembros de la Fuerza Pública, a cambio de la libertad de 12 guerrilleros enfermos que estaban presos.

Antes de que el Ejército retomara la población pasaron dos días con sus noches en los que la Fuerza Aérea estuvo repeliendo el ataque desde el aire, dice Chequemarca. La Fuerza Aérea lanzó bombas para contrarrestar a la guerrilla, pues un grupo de soldados que desembarcó cerca del pueblo fue atacado por las Farc y en el enfrentamiento murieron muchos combatientes de ambos bandos. “Hubo una persecución por parte de la guerrilla en los desembarcos de refuerzos de Ejército y Policía, y en esa confrontación hubo muchas bajas de parte y parte”, explica Jaime Alberto Parra, conocido en la guerra como Mauricio Jaramillo, miembro del Estado Mayor del bloque Oriental, actualmente encargado de buscar a desaparecidos en el marco del Acuerdo de Paz.

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El apoyo llegó al tercer día desde una pista aérea en Bocas del Querarí, que está en un punto fronterizo entre Colombia y Brasil. “Esa es una pista muy amplia y pavimentada. Desde allí se prestó el apoyo. Los aviones de la Fuerza Aérea Colombiana aterrizaban allá, recargaban combustible y se venían a descargar a la tropa que iba a retomar la población de Mitú”, comenta el exdiputado Chequemarca.

A seis kilómetros del pueblo fue descargada la tropa y ahí empezó otra guerra cruel. A medida que avanzaban caminando, el avión fantasma se enfrentaba con los guerrilleros que huían del casco urbano de Mitú. Al tercer día, cuando el Ejército se enfrentó nuevamente con la guerrilla para retomar definitivamente el pueblo, hacia las 8 a.m. pudieron entrar las Fuerzas Militares. “Hubo una confusión. La gente pensó que era la guerrilla que había vuelto, pero cuando nos dimos cuenta de que era el Ejército, el pueblo empezó a salir de sus casas”, rememora.

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La de Mitú sería la última toma de estas proporciones que realizaría la guerrilla, en lo que se conoció como la guerra de posiciones (contraria a la guerra de guerrillas, que ataca en pequeños grupos, las Farc hicieron ataques movilizando a varios cientos de unidades). A partir de ahí las Fuerzas Militares mostraron su poderío aéreo y se empezó a cambiar la ecuación de la guerra.

La resistencia de Mitú

“Al tercer día pudimos mirar lo que había pasado”, cuenta el historiador Milcíades Borrero. Algunos pudieron recoger a sus muertos, otros solo salieron a ver cómo se llevaban en volquetas a los guerrilleros que quedaron por las calles, la carretera y los caminos de herradura. La guerra cruenta había acabado con casi todo el pueblo en solo 72 horas, pero el miedo continuaría, dice Borrero.

Aunque el Ejército retomó el control de Mitú, durante los meses siguientes los ataques continuaron desde la margen derecha del río Vaupés, en donde se asientan varias comunidades indígenas. En cuanto a la institucionalidad, esta capital demoró casi medio año en recuperarse. “Sumado a eso, pasó mucho tiempo para que volviéramos a confiar entre nosotros mismos”, dice Borrero, aludiendo a que muchos conocidos aparecieron con uniformes de guerrilleros el día tres de la toma. En el pueblo dicen que quizás hacían parte de las milicias urbanas de las Farc.

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“Hubo mucho desplazado y creo que un porcentaje importante de la población se fue para el interior del país, para Villavicencio, para Bogotá, a buscar otro ambiente en donde pudieran recuperarse”, cuenta Chequemarca, quien se fue, pero regresó para ser vocero de la mesa departamental de víctimas.

A 20 años de los ataques, Mitú se resiste a perder su memoria. Este jueves es la fecha en que se recordará a las víctimas, pero se espera que el presidente Iván Duque; el director de la Policía, Jorge Hernando Nieto, y otros mandos de la Fuerza Pública visiten la capital del Vaupés el próximo 3 de noviembre. En el parque principal, desde hace varios meses, se empezó a construir un monumento de la Unidad Policial para la Edificación de la Paz (Unipep) y se espera que sea inaugurado durante la visita presidencial. “Queremos contribuir a que la memoria no se pierda, a que no olvidemos lo que pasó, pero más aún a que nunca se repita”, comenta el coronel Fernando José Pantoja, jefe del área de historia, memoria histórica y víctimas de la Unipep.

“En este caso, después de vivir la confrontación con la guerrilla de las Farc alrededor de 55 años, creo que para este pueblo es suficiente lo que hemos vivido. No queremos más guerra, que la paz que se firmó se siga implementando, ese es el mensaje, dijo Jesús María Vásquez, el gobernador del Vaupés.

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Pero Chequemarca insiste en que en algún momento deberán llegar a Mitú los excomandantes de las Farc que lideraron la toma. “Aquí vinieron muchos comandantes, entre ellos, el Mono JojoyRomaña, el Negro Acacio, muchos estuvieron involucrados. Estamos esperando su acto para que podamos hablar de reconciliación. Si eso no pasa, la herida de la población no cerrará”.

Mauricio Jaramillo o El Médico, exintegrante del secretariado de las Farc, dijo: “Nosotros hemos estado haciendo actos de reparación, para hablar con la gente y reconocer que en medio del conflicto se hicieron cosas que no debieron ocurrir. Y eso lo vamos a seguir haciendo, como quedó pactado en el Acuerdo de Paz”.

Mitú también está a medias en cuanto a la reparación de las víctimas. Chequemarca dice que la reparación individual de las víctimas no se ha dado y que la colectiva apenas está en proceso.

La capital del Vaupés, cuya única economía hoy es el pan coger, la pesca artesanal y algo de turismo, tiene una deuda principal con las 27 etnias que habitan estas tierras. Según información de la Unidad Nacional de Víctimas, entre 1996 y septiembre de 2018, más de 11.000 personas (en su mayoría indígenas) fueron desplazadas desde sus lugares de origen a otros más cercanos a la capital. A Mitú arribaron 4.800 desterrados por la violencia en dicho período. Los desarraigó la confrontación entre la Fuerza Pública y el entonces frente 1° Armando Ríos de las Farc, que tuvo en su poder durante casi una década a los secuestrados que fueron liberados en la Operación Jaque.

Finalmente, la toma de Mitú, dos décadas después, ha dejado cuatro condenas en última instancia contra el Estado. Una de ellas del 27 de mayo de 2015, en la que el Consejo de Estado condenó a la nación por la muerte de una civil durante la incursión guerrillera. Según los demandantes, la guerrilla sacó por la fuerza a varios civiles de sus casas y los asesinaron, entre los que se encontraba la víctima, quien era la administradora de un restaurante. “Tanto la población del municipio como el Departamento de Policía sabían de la inminencia del ataque guerrillero y, por esta circunstancia, habían solicitado refuerzos a la dirección de la Policía en Bogotá, sin embargo, estos nunca llegaron”, aseguraron las víctimas.

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Las únicas que hicieron caso ante las advertencias de los indígenas, de que la guerrilla se iba a tomar el pueblo, fueron las garzas que le avisaban a Milcíades, como sus campaneras, cuando aparecía los miembros de las Farc en los alrededores del pueblo. “Cataban buuu, buu, buu, buu, buu…”, rememora Milcíades y agrega que luego de escucharlas se metía al hueco hasta que dejaran de cantar.

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